
Esta planta herbácea se encuentra ubicada en gran parte de Chile, desde la región de Coquimbo hasta Magallanes. Es usual encontrarla en el sur del país, en la costa, a la altura de la isla de Chiloé. Por estos días, algunos vendedores ambulantes y almacenes en Puerto Varas venden el tallo de la nalca, de aspecto prehistórico por su textura espinosa –para preparar un chutney, una ensalada y hasta un crumble de nalca y frutillas (todas ideas de Del monte a la cocina)–.
De enormes hojas de hasta dos metros de diámetro, la nalca tiene un nombre científico que se forma en base a Gunnera, en honor al botánico noruego Johann Ernst Gunnerus, y tinctoria, que significa “que tiñe”. Comúnmente se le llama pangue, proveniente de la voz mapuche “pangke”, o nalca; ese es también el nombre que se da al tallo de la hoja o pecíolo. Cuando los pecíolos del “ruibarbo de Chile” están tiernos –gruesos y jugosos–, se pelan y se comen crudos con sal, o se cocinan como mermelada. Dicen que los consumían los ona, araucanos, yaghanes y alacalufes. Sus enormes hojas son usadas para cubrir el curanto, una preparación típica del sur de Chile, ya que permiten conservar mejor el sabor, la humedad y la temperatura de cada ingrediente. Además, tienen un uso medicinal, ya que se emplean para disminuir la fiebre (decocción) y lavar heridas (infusión). De su raíz se hace una tintura negra que ha sido calificada como “imborrable”, y fue el rasgo escogido para aparecer en su nombre. Es una planta tremendamente generosa.
La “estatura arquitectónica” de esta planta da unos toques subtropicales a localidades templadas, razón por la cual ha sido llevada como ornamental a otros países. Sin embargo, se ha convertido en un problema en diferentes partes del mundo, porque algunas especies de menor tamaño no pueden competirle y van siendo desplazadas por la nalca. Sus frutos son consumidos por las aves y es así como logran llegar a muchos sitios. Por eso, en Nueva Zelanda, está prohibido su cultivo.
La nalca es la portada de la segunda edición del libro Plantas y árboles de los bosques de Chile, del Jardín Botánico de Edimburgo, publicado recientemente por Editorial Contrapunto. Tiene un lugar especial por la delicadeza y belleza de la ilustración: la artista, Işik Güner, de Turquía, estuvo preparándola por tres años (entre 2010 y 2013), y luego trabajó en ella tres meses de dedicación completa. La planta que sirvió de modelo inicial para las hojas y los frutos se encontraba en un jardín botánico en Escocia, y provenía de semillas que se colectaron en un viaje a Cucao, en la isla de Chiloé, en 1996. Finalmente, la ilustración fue completada con un ejemplar en Chile, cerca de Puerto Varas, que tenía la flor en perfecto estado.
Imagen: libro del Jardín Botánico de Edimburgo
Me encanta la flora nativa, pretendo recuperar un terreno de 19 hectáreas cercano a Pichilemu.
Gracias por toda la información.