Todo empezó en 1976, cuando –mientras administraba un pequeño hotel, tenía dos niños pequeños y su marido andaba de viaje– Anita Roddick decidió fundar The Body Shop, una empresa de productos de belleza que ocupaba ingredientes de origen natural. Abrió la tienda en Brighton, en la costa sur de Inglaterra. Y solo dos años después, se instaló en Bruselas la primera franquicia internacional de la marca. Para 1982, se inauguraron dos nuevas tiendas al mes, cuyas franquicias eran principalmente lideradas por mujeres.
Más allá de poseer un visionario sentido empresarial, Anita Roddick se caracterizaba por tener una sensibilidad radical. Fue una activista innata. Tenía la convicción innovadora de que la empresa que está detrás de una marca de belleza puede, sin duda, generar cambios positivos en el mundo y la sociedad. La propuesta que creó para The Body Shop no consistía en cubrir con fantasía la apariencia de las mujeres de la época, sino en asegurarse de que los ingredientes con los que se hacían los productos no eran testeados en animales, se abstenían de rellenos puramente sintéticos, y provenían de productores que cultivaban directamente la materia prima. Anita se preocupaba de la historia y origen de los ingredientes, lo que era muy innovador en un tiempo en que todavía no se hablaba ampliamente de comercio justo o de sustentabilidad siquiera. Además, ella le apostaba a que en The Body Shop se vendieran los productos mostrándolos de una forma positiva y divertida. Sus tiendas se volvieron conocidas por ser espacios en que se podía sentir una mezcla de olores a frutas y nueces, y donde al mismo tiempo se palpaba la energía de querer generar conciencia sobre los problemas medioambientales y sociales de la época.
En la década de los 80, se intensificaron sus causas: el cambio social, los derechos humanos y la protección del planeta. Anita empezó, desde temprano, a crear y apoyar grandes campañas de derechos humanos. La primera la hizo con Amnesty International en 1988, para celebrar el cuadragésimo aniversario de la declaración universal de derechos humanos. También lideró campañas a favor de la protección de agricultores indígenas; del bosque lluvioso y de los animales; iniciativas a favor del derecho al voto. Llevó a cabo acciones para aliviar deudas de países en vías de desarrollo, e incluso en contra del sexismo o la discriminación por edad. Para cuando The Body Shop conmemoró el quincuagésimo aniversario de la declaración de derechos humanos, tres millones de clientes en 34 países firmaron para apoyar a un grupo de defensores de derechos humanos que se encontraban encarcelados, por ejemplo.
En una época en la que la figura de una mujer activista y emprendedora exitosa quizás era injustificadamente escudriñada, Anita encontró maneras para seguir levantando temas como el consumo ético y el financiamiento de causas ecológicas, al mismo tiempo que continuaba con su trabajo en The Body Shop, siempre cargando con la bandera de que los negocios se pueden manejar de manera ética, y que para tener éxito no es necesario renunciar a lo que ella llamaba el “liderazgo moral”.
Eventualmente, cuando se decidió vender la compañía a un grupo empresarial más grande (L’Oreal), Anita siguió enfatizando desde su liderazgo la importancia de ocupar en las formulaciones ingredientes de origen natural, de negarse rotundamente al testeo en animales y de mantenerse a la cabeza de movimientos éticos, sociales y ambientales. Fue pionera del concepto mismo del consumo ético. “Como consumidores tenemos poder real para gatillar cambios”, escribió para la introducción del libro The Green Consumer Guide. “Podemos preguntar dónde y cómo se produjo lo que queremos comprar, podemos exigir productos nuevos o diferentes. Y podemos usar nuestros pies y billeteras para comprar en otro lugar o simplemente no comprar”.
Su trabajo, además, se amplió con el tiempo. Eventualmente, incluso asesoraba a negocios en cuanto al desarrollo sustentable. Anita ayudaba a legiones de personas, han dicho los que fueron sus colegas. “Muchos pensaban que ella era irrazonable… Pero eso es típico de las personas que cambian el mundo”.
Cuentan que tenía un enorme sentido del humor, y que no veía problema con abrir discusiones para concienciar sobre un tema ético o medioambiental. Era conocida por ser una mujer positiva, con grandes ideales, que siempre hacía algo frente a las injusticias con las que se topaba. De un espíritu creativo poco convencional, fue una visionaria sobre lo que puede lograr una marca desde el mundo de la belleza. Llegar a tanta gente con sus productos le dio una posición de privilegio que nunca dejó de usar para bien. Con su marido, Gordon, fueron responsables de crear tres orfanatos en Rumania, una granja orgánica y cooperativa en Nicaragua, incontables proyectos de salud y educación en India y Nepal, cooperativas en Brasil y Ghana, además de las grandes campañas que promovió con The Body Shop.
En una de sus últimas entrevistas, ya cuando le habían diagnosticado una hepatitis C que contrajo durante una transfusión de sangre, Anita dijo que aún trabajaba duro por donar alrededor de tres millones de libras al año a través de su fundación. Antes de morir en Inglaterra a los 64 años el año 2007, aseguró que el éxito de The Body Shop se había construido con el esfuerzo de los trabajadores, y que, a diferencia de otros directores más indulgentes, esos beneficios ella los seguía destinando a luchar por los derechos humanos, la creación de comunidades, y la justicia social y ambiental.
Ilustración por Sol Paperán
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Este artículo fue patrocinado por The Body Shop como parte de una #AlianzaFranca.