En abril de 2017 un grupo de 18 mujeres, de distintas edades, actividades y nacionalidades, expusieron en el Centro Cultural Palacio La Moneda cerca de 100 paños bordados. Sin ser artistas, y muchas sin haber bordado antes, mostraron el resultado de lo que en secreto experimentaron. Guiadas por Carmen Vicente, sabia curandera ecuatoriana que con la observación de la naturaleza y siguiendo la herencia recibida en su comunidad, educa e instruye a mujeres para que se conecten con sus ciclos menstruales y así con la tierra. Bordar fue para éstas mujeres una práctica saludable, liberadora y profundamente revolucionaria.
Por Alejandra Apablaza Retrato: Bethanie Hines
Agradecimientos: Andrea Horn, Andrea Hurtado, Marién Leible y Natalia Contesse.
“Me han preguntado tantas veces de dónde vengo que lo tomo de buena manera. Recordando algo que nos hace vitales a los humanos es que somos orales. Esa la base de la pedagogía afectiva, entre nosotros y el universo. Vengo de una comunidad campesina del sur del Ecuador. Todo lo que soy, camino y hago, es por mi atención a la oralidad de los adultos. Lo que escuché y vi hacer, lo que me enseñaron y me instruyeron”.
Carmen Vicente tiene alrededor de 60 años. Es pequeña y usa largas trenzas. Quienes la han escuchado quedan impresionados con la tenacidad y fuerza de sus palabras; las que están lejos de los discursos y cerca de la tierra, ese elemento vital que esta bajo nuestros pies. Carmen es crítica, dice que no pone nada como fácil. Guía a hombres y mujeres en todo el mundo para recuperar la oralidad y la conexión con el cosmos que dice, está perdida. “Me instruyeron para la función de cuidar los animales, entonces si venía un chivito o burrito enfermo, que era nuestro transporte, lo cuidaba y le daba algunos preparados. Vengo de esa travesía del humano sobre la tierra, de ser hija, hermana, madre. Lo que voy llevando ahora las ciudades, es lo que cargo desde el campo, desde los ríos, desde el cerro. Vi en el corto tiempo de mi infancia hasta que salí del campo, todos los oficios necesarios para vivir no por vivir nomás, si no que para vivir con el otro”.
¿Qué le llamó la atención en su llegada a la ciudad?
Las formas, la estética que oprime y la libera diría yo en mis palabras de ahora. En ese momento no me daba cuenta de la diferencia entre la comunidad y la ciudad. Tenía 14 años, pero una emocionalidad de una niña de 8. En una comunidad el árbol de naranjas está ahí y no es propiedad de nadie. Sabíamos que los adultos lo habían puesto ahí para los niños, no para los de una familia, si no que para los niños de la comunidad. En la ciudad eso no estaba. Me sorprendía cómo eran tratadas las mujeres. Yo las compadecía al verlas en tacos y con vestidos apretados, y me preguntaba cómo hacen para orinar. Me impactaba el encorsetamiento del humano en la ciudad, los límites que tenía.
¿Cómo eran las mujeres de su comunidad?
Ventajosamente vengo de una comunidad donde la autoridad, en lo que se refiere a la vida de todos los días, la tienen las mujeres. Las mujeres sabían qué se sembraba, los hombres iban a sembrar. Yo soy lo que soy porque lo viví con mujeres, no quiero decir con poder, sino que desarrollando su rol natural de la lucha que es vivir. Yo creo que el instinto de la mujer está en saber que es tierra. Y sentirlo bajo sus pies. No solo somos sujetos individuales, sino que somos parte de un todo que es vital, necesario y poderoso.
Según eso ¿Cómo se debería vivir en una comunidad?
Se debería conocer al otro. No sólo sembrar para que todos coman, eso es un resultado de la tierra. Tengo que confiar para vivir, para dejar a mi hijo, a las plantas, al animal. Esa confianza es el desafío que debemos retomar en este tiempo en que nos movemos.
¿Qué ha ganado o perdido la mujer de este tiempo?
Hemos perdido en la historia, al vivir aglomerados en este modelo de sistema como si no hubiera otro. Y eso es para hombres y mujeres, ¿quién nos ha dicho que este modelo es el único para vivir? En donde nuestros hijos van al supermercado y no saben de donde viene una naranja. ¿De qué pedagogía estamos hablando? Nada servirá si no recuperamos la vivencia. A mí me interesa volver a una pedagogía sensible de conciencia creativa para este tiempo, con las dificultades que enfrentamos hoy. Hay quienes están trabajando en la igualdad de géneros, en las leyes. Pero a mí me interesa recuperar la enseñanza vital de volver a aprender.
¿Y estamos buscando algo más?
No es que busquemos. Bueno sería que el ser humano buscara. Lo que pasa es que nos movemos en un rompecabezas en que todo está. Y creemos que no podemos hacer nada más. Está el teléfono, la televisión y ahí todo. La situación es qué hago con lo que tengo y para qué lo tengo. Somos receptores de basura de productos que ni siquiera hemos elegido. Nos engañamos en la falsa esperanza de que buscamos algo más de la vida y la crítica que nos hacemos es que no se puede porque estamos inmersos en este sistema que nos tocó. Y no hacemos nada.
En relación a eso, ¿hoy hay poca consciencia en la manera en que las mujeres vivimos nuestras menstruaciones?
Cuidado con el uso de la palabra consciencia. Porque hablamos de ella y nos culpamos nuevamente, tratándonos de estúpidas a las que nos pasan cosas y no nos detenemos a pensar. Esto se llama educación, esto se llama herencia. Vamos menstruando y no hemos sido ni educadas, ni instruidas en ello. Ni en lo que es ser mujer, su condición de mujer y sus tránsitos. Eso es lo que yo hago en la Escuela de Secretos. En donde enseño a mujeres de todas las edades, las que menstrúan y las que ya no, temas de vida, salud, sueños, visión, perspectiva, libertad. Lo enseño porque así lo viví en mi comunidad. Vi que las mujeres descansaban, se liberaban, soñaban, a través del tiempo de sus calendarios menstruales o de haber parido a un niño. La menstruación es el ciclo de vida y continuidad tengas o no tengas hijos. No sólo es para preparar la semilla para ser preñada. Es el tiempo de movimiento evolutivo en la sicología y en el cuerpo de la mujer que sucede cada mes.
¿Es un tiempo distinto?
Claro que sí. Lo que sucede con la mujer sucede con la tierra, sucede con la luna. Entonces cuando decimos que la mujer esta lunática, es cierto. Esta en otro momento de su tiempo cósmico. Eso no impide que no pueda escribir, lavar los platos o maquillarse. Es otro tiempo para hacer. Este tiempo está en los dibujos, está en los bordados, en los collares, en los tejidos. En todas las comunidades y culturas la mujer descansaba, se apartaba. Y tomó este tiempo como un tiempo alterado de conciencia para la libertad y para la ensoñación. Se acusa al hombre que no quiere saber nada de ella en esos días. Pero el hombre no tiene por qué entender ese tiempo. Se acusa a los médicos que nos dicen que no pasa nada, y por qué nosotras debemos obedecer a los médicos, y su sistema. Y este sistema no sirve para la salud.
Vamos menstruando y no hemos sido ni educadas, ni instruidas en ello. Ni en lo que es ser mujer, su condición de mujer y sus tránsitos. Eso es lo que yo hago en la Escuela de Secretos.
¿Qué es lo que enseña usted?
Enseño lo que yo aprendí. Retirarse, descansar. Yo hacía los mandados en mi comunidad. Llevaba la comida a las mujeres retiradas por la menstruación o a la que había parido. Ejercía de correo para ellas y escuchaba los chistes, el humor erótico, sus conversaciones, estaba viviendo la vida de las que ya eran más grandes. Nosotras mismas hemos luchado por una igualdad, porque queremos seguir haciendo lo mismo como si no tuviéramos ciclos. Y nos preguntamos ¿por qué no puedo sentirme normal en este tiempo? Porque no es un tiempo normal, es un tiempo extraordinario.
¿Cómo podemos, las mujeres de ciudad, volver a conectarnos?
Si nosotras queremos reivindicar esto y tomarlo para la salud debemos volver a la naturaleza. En las comunidades no está esa persona que te va a aliviar la mente, sino que el trabajo lo haces tú volviendo al río, volviendo a la montaña. Uno iba al río a comprender los tiempos, el río era el terapeuta. Yo le digo a la mujer ahora, tómate aunque sea una horita, 2 horitas y quédate haciendo nada ese día de la menstruación. A lo mejor nada es depilarte las cejas con tiempo, es acariciarse la piel. Ese diálogo a voces, alterado, de hablar con el espejo, con la pared, con la ducha, con la escoba, es el estado oral que somos las mujeres en la menstruación. Es la ensoñación.
¿Cuál es la importancia de trasmitir esta oralidad entre las mujeres?
Yo les digo que recuerden cuando fue su primera menstruación y segunda menstruación. Cuando uno entraba en estado de levitación al ver que bajaba un chorro de sangre, y uno decía ¿por qué baja este chorro de sangre viva si no tengo una herida? Es un estado de estupefacción, que te puede dar miedo, te puede dar sorpresa, mal humor, y que te puede poner en una gran interrogante: ¿Quién nos apoya en esa gran interrogante? Nadie. No hay abuela, no hay mamá, no hay profesora, no hay vecina, no hay nadie. Sí hay una pastilla, una farmacia y un médico. Entonces, ¿cuál es nuestra función y misión ante las situación actual? Si la mujer que enseña a su hija tampoco lo sabe. ¿cuál es el espacio que le damos a la compresión de los ciclos de vida? Deberíamos llevarlo a las legislaciones. En países como Holanda ya está en las leyes el tener días libres en el tiempo de menstruación, pero para qué. No es para que la mujer tenga día libre y se vaya a tomar cerveza y se vaya a hablar de la vida con la amiga. Si no que es para que vuelva a sí misma.
Nosotras mismas hemos luchado por una igualdad, porque queremos seguir haciendo lo mismo como si no tuviéramos ciclos. Y nos preguntamos ¿por qué no puedo sentirme normal en este tiempo? Porque no es un tiempo normal, es un tiempo extraordinario.
¿Qué recomendaciones da usted en la Escuela de Secretos?
Son cosas muy prácticas, que van desde lo que tienen que comer, hacer y no hacer. Doy algunas lecturas y las mando a investigar. Les digo que lean libros de humor, que lean Mafalda por ejemplo, que para mí ha sido una gran formadora. Para las mujeres es muy sorprendente, duro y maravilloso. Una de ellas me dijo una vez que cómo iba a cortar por esos días con sus amigos de Facebook, eso le pesaba mucho. Yo le decía que cuando uno se va de viaje deja la casa, deja las plantas, eso es retirarse. Así hay dolores, pero son dolores no son traumas.
¿Por qué una de sus recomendaciones es bordar?
Bordar es para alterar la realidad. Bordar nos saca del aburrimiento y nos vuelve hermosos. En los bordados los antiguos pusieron los símbolos, las fechas de cuando creció el río, de cuando nació el niño. Nos identifica en el tránsito de la historia en el tiempo que vivimos. Se bordaban flores porque se marchitaban y porque queríamos seguir teniéndolas. Así perpetuamos las primaveras y nos vemos hermosos. Bordar es rebelión, es un estado del espíritu del que lo hace, estado íntimo, en que puedes estar hablando con todos y eligiendo unas formas dando puntadas. Con las mujeres de ciudad lo hago para que vuelvan a la motricidad fina. También porque me era de mucho humor verlas. Yo sabía que había algunas que no iban a coger una aguja aunque se les estuviera cayendo el pantalón en la calle e iban a amarrarse con lo que fuera. Eran muy torpes con este instrumento que tiene alrededor de 40 mil años, es tan antigua como el cuchillo y las balas. Para algunas mujeres era difícil, tedioso, al principio, pero luego era tan transformador y tan elevador de la autoestima de saber que el arte así como lo han definido, no lo hacen los artistas, el arte lo hace la humanidad.
¿Es generar belleza en lo más simple y cotidiano?
Y eso es generar salud. El florero en la mesa, el mantel bonito, es salud. Veo que muchas mujeres están ociosas. Las mujeres están llenas de ideas maravillosas, pero ¿quién las realiza?
¿Cómo este trabajo se convirtió en una exposición en el Centro Cultural de la Moneda?
Quisimos abrir el Secreto y yo pensaba que debía estar en un buen lugar. Había gente que le parecía que estaba bien y otros que no. Al hacer la exposición en La Moneda, muchas mujeres no se sentían bien al ver los paños de la menstruación. Los mapas que están ahí bordados, son los mapas de la sangre de cada una, son los mapas del universo. Muchas mujeres ponían su buen humor y su mal humor en el bordado. Sus tristezas, su espera. Es perpetuar un momento en un objeto, es fabricar. Me maravillan las mujeres cuando me muestran lo que hicieron. Yo sé que van a ser unas buenas viejas, y que esta historia que han vivido la van a hacer mil historias. Y eso es bueno.