El respeto ha sido una palabra que siempre me ha llamado la atención y un concepto que he tratado de vivir de manera más o menos consciente a lo largo de mi vida. Como anécdota, recuerdo que en la ceremonia de graduación del colegio se entregaba un premio “al respeto” y para mi sorpresa, me lo dieron a mi. No solo era un premio que no entendíamos muy bien (y lo digo en plural, porque creo que nadie en mi generación lo entendía del todo), tampoco era de esos premios sexys de contar. Pero con el pasar de los años, esa anécdota ha ganado un nuevo espacio en mi vida y creo fuertemente que la palabra respeto es una a la que todos deberíamos darle un espacio diario en nuestras vidas.
Respeto por nosotras y nosotros mismos, por valorarnos con nuestras virtudes y defectos, por nuestra historia y por lo que deseamos para nuestro futuro. Respeto por las personas que nos acompañan en esta cruzada que es la vida: nuestras parejas y compañeros, amigos, familia, colegas y personas que entran y salen constantemente de nuestros escenarios. Respeto por las opiniones que expanden nuestra conciencia, pero también por aquellas que nos dejan perplejas(os) por sus diferencias con las nuestras. Respeto por los animales que comparten con nosotros este planeta. Respeto porque ellos, al igual que nosotros, son parte fundamental de esta cadena perfecta. Respeto por las plantas, por la naturaleza en todo su conjunto porque, sin ir más lejos, permiten nuestra propia vida y son nuestro primer hogar.
Empezamos este mes recordando esta palabra porque, por simple y común que sea, es poderosa y transformadora. Nos invita a ser las mejores versiones de nosotrxs mismxs, y con eso, a ser las mejores versiones para este ecosistema.
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