Si eres seguidora de Franca, seguramente has escuchado hablar del movimiento slow y de su llamado a vivir una vida más lenta, plena, consciente del momento presente y de la felicidad que conlleva, sin entregarse a un estrés exagerado por el futuro próximo.
Sin embargo, ¿habrás escuchado hablar del movimiento slow cities o ciudades lentas?
¿No? Aquí te explicamos qué es, cómo nació y qué se propone.
El movimiento «ciudades lentas» nació en 1999 por una brillante intuición de Paolo Saturnini, en ese entonces el alcalde de Greve in Chianti, una pequeña ciudad de la Toscana (Italia). Fue él quien definió por primera vez una nueva forma de pensar la ciudad y de vivir en ella, extendiendo la filosofía slow food a las comunidades locales y al gobierno de las ciudades, aplicando además la ecogastronomía a la vida cotidiana. Luego, esta idea se esparció en otras ciudades, como Bra (Piemonte), Orvieto (Umbría) y Positano (Campania), y fue incluso aceptada por Carlo Petrini, el presidente del movimiento slow food.
Ahora, el movimiento se ha transformado en una asociación, que selecciona atentamente las ciudades o comunas que pueden adherirse, basándose en cuatro requisitos increíblemente inspiradores.
Las ciudades postulantes deben ser:
1) animadas por individuos curiosos por un nuevo concepto de tiempo, donde el ser humano es aún protagonista del lento pasar de las estaciones
2) movidas por el respecto a la salud de los ciudadanos, la autenticidad de los productos y la buena cocina
3) ricas en tradiciones artesanales, obras de arte, plazas, teatros, talleres, cafés, restaurantes y paisajes incontaminados
4) caracterizadas también por el respeto de las tradiciones, y el placer de vivir tranquilos.
En diciembre 2018, fecha de la última actualización, la Red Internacional de Ciudades Lentas ya contaba con 252 ciudades presentes en 30 países y áreas territoriales del mundo, entre las cuales la única participante sudamericana es Pijao, en Colombia. La lista completa de ciudades se puede leer, acá.
Una ciudad, para que le sea otorgado el estatus de ciudad lenta, debe aceptar las pautas del movimiento slow food, trabajar para mejorar la convivencia dentro de la comunidad, y promover la conservación de la atmósfera local.
Certificar las posibles afiliadas es un proceso extremadamente severo, que se compone de 72 requerimientos de calidad, subdividido en 7 macroáreas:
1) Energía y políticas ambientales: parques, áreas verdes, energía renovable, transporte, reciclaje, etc.
2) Políticas de infraestructura: movilidad alternativa, ciclovías, mobiliario urbano, etc.
3) Calidad de las políticas de vida urbana: recalificación y reuso de áreas marginales, redes de comunicación (fibra óptica, wireless, etc.).
4) Políticas agrícolas, turísticas y artesanales: prohibición del uso de los organismos genéticamente modificados (OGM) en la agricultura, aumentando, así, el valor de las técnicas de trabajo y de los oficios tradicionales, etc.
5) Políticas para la hospitalidad, el conocimiento y la formación: incrementar el conocimiento de los operadores y comerciantes para acoger mejor a los turistas (transparencia en las ofertas y precios practicados, clara visibilidad de las tarifas, etc.).
6) Cohesión social: integración de personas con discapacidad, o en situaciones de pobreza, de minorías discriminadas, etc.
7) Alianzas: colaboración entre organizaciones para la promoción de la comida sana y tradicional, etc.
De todas formas, es legítimo preguntarse: ¿por qué una ciudad debería decidir postular al título de «ciudad lenta», si implica tanto trabajo y tantos cambios? O también, ¿por qué una persona debería decidir visitar o incluso ¡vivir! en una ciudad lenta?
La misma asociación nos ofrece la respuesta y desvanece cualquier duda al respecto:
¿Por qué pasar a ser una ciudad lenta?
Porque es una inversión para el futuro, que nos ayuda a reducir la velocidad y a hacernos redescubrir nuestra identidad, nuestro territorio y cultura local, además de traer beneficios económicos.
¿Por qué vivir en una ciudad lenta?
Porque significa gozar de un ambiente más limpio y sostenible, comer comida saludable, participar de una vida social llena, que respeta los valores de la tradición y nos ayuda a abrirnos a la diversidad del mundo y de las personas.
¿Por qué visitar una ciudad lenta?
Porque solo en una ciudad lenta te puedes sentir en casa, un huésped más que un turista, y lograrás conocer verdaderamente la comunidad y sus valores profundos, además de apreciar la convivialidad y el espíritu de las figuras tradicionales dentro de ella. Poner en práctica el movimiento slow food da la mejor bienvenida a nuevas formas de turismo responsable.
Y les da la bienvenida también –esto lo agrego yo– a nuevas rutas turísticas, que en el caso de Italia, por ejemplo, dejen de limitarse al clásico circuito Roma–Florencia–Venecia y den espacio a ciudades más pequeñas pero igualmente encantadoras (¡más encima sostenibles!), como Amalfi, Orvieto y Positano.
Fuente: Tuttoggi