Colores neutros, materias primas naturales, naturaleza alrededor. Te apuesto que cuando te dicen moda sostenible alguno de estos elementos vienen a tu mente ¿o no? Elementos que personalmente amo, pero que definitivamente no son los únicos para definir un movimiento tan amplio como el de la moda sostenible, el cual lejos de proponer un uniforme, es una invitación a conectar con el estilo y estética de cada persona en particular, quienes a la luz de sus circunstancias, contexto y gustos personales podrán dar forma a una manera de vestir única y singular.
La democratización de la moda ha sido la bandera de lucha del fast y ultra fast fashion: ofrecer múltiples estilos, muchos de ellos recién salidos de las pasarelas (o de Tik Tok), a un precio accesible y a una velocidad cada vez más rápida. Pero, es curioso cómo en medio de esa incesante oferta y variedad que nos propone la moda rápida y ultra rápida, la homogeneidad es una “amenaza” cada vez mayor.
¿Un ejemplo? Todo internet se vistió de rosa y lazos cuando el coquette arrasaba en las redes, para luego saltar a la próxima microtendencia del momento. Qué agotador ¿verdad? Pero sobre todo, qué atentado a la creatividad ¿desde cuándo lo cool se convirtió en lucir como todos los demás?
Ahora, volviendo a la moda sostenible… Aunque realmente creo que vestir más responsablemente nos invita a conectar con esa forma única de vestirnos, es una realidad que seguimos pensando en ella como un vestido de lino de color natural, de calce holgado y pies descalzos, o bueno, igual de neutros que el resto del look. Lo cual no deja de ser verdad, pero hay muchísimo más por explorar. Por otra parte, un material o silueta no son suficientes para dar el crédito de “sostenible”, pues ya hemos visto cómo grandes marcas han incorporado estos estilos en su oferta, pero su modelo de negocio sigue siendo tan fast como siempre.
Este estereotipo no sólo deja ver una comprensión estrecha de la moda sostenible, sino que deja de manifiesto uno de sus principales desafíos: tener la capacidad de conectar con múltiples tipos de personas. Conectar no solo por los valores que representa, sino también con ese deseo de querer usar esa prenda, con una estética que les representa, con querer ser parte de ese estilo de vida que propone una marca.
Las prendas de moda vintage o de segunda mano, las propuestas de upcycling o marcas locales que basan su producción en saldos de fábricas textiles (dentro de los que el poliéster puede aparecer como una alternativa), también las atemporales que privilegian materias primas naturales y teñidos naturales, o que apuestan por avances tecnológicos, entre tantas opciones, todas son parte de este universo estético que compone a la moda sostenible. Y sé que este párrafo se queda corto en enumerar todas las posibilidades, las cuales dan espacio suficiente para que distintos perfiles de diseñadores, marcas y consumidores sean parte.
Por otra parte, la moda sostenible también se observa en nuevos modelos de negocios, los cuáles nos permiten “tener un bocado de actualidad” sin comprar nuevo. Plataformas, tiendas o ferias de ropa second hand ya son bien conocidas dentro de esta oferta, pero también lo están el intercambio, la reparación o transformación de prendas.
Y por último, vuelvo a poner sobre la mesa una pregunta que ya hemos planteado antes en Franca: ¿Qué es más sostenible, un clóset aparentemente perfecto atiborrado de ropa con credenciales de sostenibilidad o uno un poco más imperfecto, con prendas de retail, combinadas con otras de autor, segunda mano, herencias, etc. que se mantiene en constante uso? Hoy en día, me inclino por la segunda opción. Y esa opción sin duda se ve muy distinta en mi casa, en la tuya y en la de la persona que lea este artículo después de ti.
La moda sostenible puede sentirse nostálgica, atemporal o profundamente moderna. Puede funcionar en una oficina, en la vida doméstica, en medio del campo, a orillas del mar o en el tumulto de la ciudad. Puede ser colorida y llamativa, o tan neutra y cercana a un uniforme con quien porte esas prendas desee que así sea. Porque la moda sostenible, desde mi punto de vista, debería velar por devolverle el poder a quien la porta, más allá de decirle qué es lo que debe usar esta temporada. Invitarle a celebrar su propia mirada, y en ese ejercicio tomar decisiones que aporten a su visión respetando a quiénes hacen esa ropa y a los recursos que se usaron en su producción.
Entonces, dejando atrás este mito ¿cómo luce para ti la moda sostenible?