Esta no es una charla sobre disminuir el uso del celular. Tampoco es una defensa de la tecnología, ni una conferencia sobre creatividad.
El trabajo de Jenny Odell, una artista visual, escritora y educadora estadounidense, se basa en cuestionar las nociones actuales de la productividad. Y defiende la idea de que no hacer nada puede ser una importante forma de resistencia.
Cómo no hacer nada fue inicialmente una charla que ella dio en el 2017, la cual se convirtió luego en un libro llamado How to Do Nothing: Resisting the Attention Economy, publicado en Estados Unidos el año pasado.
En ella, Jenny parte hablando sobre los jardines de rosas de Oakland, California –donde vive–, de los laberintos y del verdadero arte público (ese que no consiste de esculturas gigantes de metal instaladas en la entrada de grandes edificios corporativos). Menciona cómo los jardines y ciertos espacios públicos están diseñados, a nivel arquitectónico, para invitar a las personas a moverse más lentamente. Hace referencia especialmente al jardín de rosas municipal de Oakland al que ella suele ir, que, por ejemplo, está ubicado justo bajo una colina porque fue pensado para que las personas pudieran sentirse espacial y acústicamente contenidas.
También comenta sobre la obra Sky Pesher (2005) de James Turrell, el famoso cuadrado de vidrio en el techo donde los visitantes pueden sentarse a mirar un pedazo de cielo y ver pasar las nubes. Asimismo, remarca la importancia del sonido y la idea del deep listening, que es parte del legado de Pauline Oliveros, quien fue profesora de música experimental en UC San Diego en los setenta y propuso en ese momento que el sonido podía traer paz en medio de la violencia y agitación por la guerra de Vietnam.
En palabras de Oliveros, el deep listening consiste en escuchar de todas las maneras posibles todo lo que se pueda escuchar, sin importar lo que uno esté haciendo; incluyendo los sonidos de la vida diaria, la naturaleza, los propios pensamientos y los sonidos musicales. Para Odell y para Oliveros, el objetivo y la gratificación de detenerse a escuchar profundamente es un elevado sentido general de receptividad. De hecho, Jenny practica observación de aves, una actividad que requiere físicamente de verdad no hacer nada; no moverse mucho y escuchar en silencio y mirar las aves.
El punto de esta charla es trazar líneas para promulgar una especie de autoextracción del día a día habitual. Promueve esta idea de removerse, ya sea en una habitación o estando en la naturaleza o, más drásticamente, yéndose a vivir temporalmente a un lugar remoto. A lo que aspira es pasar a un estado personal de aburrimiento para alcanzar un alto nivel de apertura auténtica.
Si consideramos la atención granular que le damos a las cosas de afuera, al mundo, a las redes sociales, al trabajo, a los quehaceres, a las obligaciones, lo que Odell plantea es darse el tiempo de prestarle esa misma atención a lo que pasa adentro de uno.
No se me escapa, por supuesto, la crítica evidente de que la posibilidad de no hacer nada puede venir de un lugar de privilegio. Si la autora puede ir a sentarse seguido en un jardín de rosas es porque su trabajo se lo permite. Y, francamente, tomarse unos meses para irse a vivir fuera, aunque sea humildemente, tiene que ver también con el privilegio de tener la expectativa razonable de conseguir un trabajo después de ese tiempo sabático. No hacer nada, sin embargo, para ella no es un lujo autoindulgente, sino “una base para tener pensamientos significativos”. Y tiene sentido universal.
Me gusta que defiende no la elección de no hacer nada –como si los momentos en que nos toca hacer algo fueran un craso error–, sino el derecho a optar por no hacer nada. Su trabajo promueve el movimiento de la jornada de 8 horas (o el 888 workday, como le llaman en Australia): 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas “para lo que se quiera”, que fue promulgado por distintos movimientos de trabajadores en los siglos XVIII y XIX (y que en algunos países de Latinoamérica, como Chile, se sigue intentando implementar).
Es por eso que Odell vuelve a la importancia de los verdaderos espacios públicos, donde las personas no necesitan ser consumidoras para tener acceso, como los parques, las plazas y bibliotecas; espacios que no exigen nada para poder visitarse, a diferencia de los lugares privados donde quizás haya que comprar algo (o pretender hacerlo) para ser parte. Lo que propone, en definitiva, es el valor de que existan estos sitios y la necesidad de que no se vean amenazados por estar supuestamente desaprovechados solo por no ser usados para fines comerciales.
La charla es también política en cuanto habla de una noción que viene de Franco Berardi en su libro After the Future (2011), que dice que los trabajadores ya no existen, “sino solamente su tiempo”, ya que están “siempre dispuestos a producir a cambio de un salario temporal”. Es decir que, en una sociedad capitalista, queda eliminada la seguridad económica, lo que hace que las 888 se conviertan en 24 horas potencialmente monetizables que no están restringidas siquiera por el sueño o los husos horarios.
Jenny defiende que no hay nada que admirar en una persona que es constantemente productiva (al menos de la manera en que el capitalismo define la productividad). Y está en contra de la necesidad inventada de estar constantemente conectados.
Al leer el título podría entrarnos la duda de si no hacer nada significa permanecer imperturbable ante las injusticias sociales y económicas. La respuesta corta es no. Hay mucho por lo que actuar y mucho que lamentar, por supuesto. Solamente que lo que la autora cultiva, en vez de FOMO o JOMO, es el NOMO, the necessity of missing out, o la necesidad de no hacer nada. Como decía Audre Lorde: “Cuidarme a mí misma no es autoindulgencia, es autopreservación, y eso es un acto de contienda política”. No hacer nada significa mantenernos quietos lo suficiente para percibir lo que está al frente nuestro.
Jenny tampoco desmerece la ola de activismo que se organiza a través de las redes sociales. Pero siendo una artista digital, sí opina que las plataformas que usamos hoy en día en realidad no promueven que nos escuchemos realmente. Estar conectados no es lo mismo que estar sensibilizados, y la diferencia es sobre todo la velocidad. Lo segundo requiere tiempo, y significa una transferencia compleja de información. En el internet, en cambio, las cosas que no se pueden verbalizar se descartan como irrelevantes. Por eso, a medida que el cuerpo desaparece de nuestras interacciones, desaparece también nuestra capacidad de empatizar, porque hay mucho significado en la expresión no verbal, en lo que queda fuera de foco por no estar conversando directamente con una persona que tiene un cuerpo que está sentado al frente nuestro.
Citando a David Abram, autor de The Spell of the Sensuous, en esta charla Odell nos recuerda que “la realidad sensible directa es la única y sólida piedra angular de un mundo experiencial”. Lo real es lo que vemos, olemos, tocamos, saboreamos, escuchamos; no los placeres programados con un algoritmo o electrónicamente generados. “No somos avatares o una lista de preferencias”, dice. “Somos animales, distintos cada día, que olemos y vemos cosas. No hacer nada nos hace recordar eso”. Me encanta esa idea, porque me hace pensar en cuán poco importa lo que se grita al vacío en el internet si no está respaldado con acciones que no se ejecutan solo para comunicarse, y cuánto en realidad vale lo que se hace por alguien en la vida real, los gestos amables en silencio.
No hacer nada es, entonces, autocuidarse, cultivar sensibilidad y encontrar un antídoto para la retórica del crecimiento y la colonización del yo por ideas capitalistas de eficiencia y productividad.
La charla How to do nothing está disponible en YouTube, acá.
Imagen destacada vía Walker Art Center