Quizás una de las creencias que más nos sesgan es pensar que existe solo una forma de consumo y de producción. Pero, ¿qué pasa cuando encontramos otras maneras de abastecernos?
Es en este panorama que las cooperativas de alimentación emergen como una alternativa, generando una relación armónica con uno de nuestros procesos más vitales: la alimentación.
¿Qué son las cooperativas? Son asociaciones autónomas de personas que se han unido voluntariamente para hacer frente a sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes, por medio de una empresa conjunta y democráticamente controlada. (Coop) Cada socio de la cooperativa puede participar con un voto, establecer sus demandas y solicitudes a través de canales preeestablecidos –como con la asamblea anual y el consejo de administración–, para poder ir dibujando lo que buscan como comunidad.
En Latinoamérica, existe una gran tradición de cooperativas de alimentación que ha dejado sus semillas en nuestro país. Para entender cómo las cooperativas y la agroecología han tomado forma en Chile, entrevistamos a dos proyectos que ya tienen un lugar clave en la alimentación de muchas personas.
La ManZana
En la ciudad de Valdivia, un grupo de amigos tuvo la inquietud de formar una plataforma que los ayudara a mantener una alimentación saludable y a consumir responsablemente, dejando de contribuir con sus compras al potenciamiento de un sistema meramente de mercado.
Una idea fundamental para ellos es elegir el tipo de relación comercial que desean establecer con los demás, a través del consumo de productos y servicios. “Muchos tenían niños y querían entregarles una alimentación saludable, conocer el origen y la forma de producción de los alimentos”, nos cuenta Rayen Catrileo, su actual gerenta.
En esta búsqueda, decidieron conformarse como cooperativa y es ahí donde nace la Cooperativa de Consumo Responsable de Valdivia, La ManZana.
Desde su origen, su sueño fue abastecerse completamente a través de la cooperativa. Tras una crisis económica, decidieron abrirse al público general y empezaron a ampliar los productos. Rayen cuenta que el público general puede consumir de todo, ya que quieren invitar a la gente a alimentarse de forma sana, y a consumir productos domésticos y de belleza que sean responsables con el medioambiente.
Para Rayen, es importante “ser conciente de lo que estás consumiendo, de dónde viene y con quién haces esa transacción. Cuando conoces el origen, te haces conciente del impacto ambiental que genera la producción de cada una de las cosas que tienes en la casa. Al final, el consumo es responsable con el ambiente, con las personas que lo producen y con el cuerpo”.
Uno de los pilares es la relación estrecha que se va generando con los productores y proveedores –son quienes entregan otro tipo de productos como el café, por ejemplo–. Rayen señala que les pagan lo que ellos creen que es justo y les ayudan en todo lo que necesiten, sea capacitaciones, talleres, entre otras actividades.
En esta línea, el 2014 tuvieron un proyecto que buscó crear un sistema de organización con los productores para que pudieran abastecer a la cooperativa constantemente.
“De un universo de 25 productores con los que soñábamos trabajar, solo tres entendieron la idea y con ellos hemos ido colaborando constantemente y son quienes nos entregan las verduras, huevos y productos frescos. Los demás nos entregan una vez al mes o dos veces. Estas tres productoras entienden cómo trabajamos. Hicimos un sistema de canastas y ellas sagradamente vienen todos los jueves y nos traen todas las cosas que necesitamos”, nos dice Rayen.
Por estación, son 50 canastas y se realizan 12 entregas de estas –familiar o compartida con otra persona–.
Conformarse como cooperativa ha sido esencial para La ManZana. Los socios tienen responsabilidades como: dedicarles horas a la tienda, hacer educación en el consumo responsable en universidad y escuelas, participar del encuentro de consumo responsable, entre otras. Los consumidores no socios también pueden ir a la tienda física, que se encuentra en Vicente Pérez Rosales 787 C, a abastecerse.
La tienda se ha convertido en un espacio de encuentro donde te das cuenta que no estás sola en esto, asegura Rayen.
Huellas Verdes
Huellas Verdes tiene su origen en Santiago como una SpA, liderada por Claudia Cossio, agrónoma UC, quien se encargaba de cultivar una hectárea en Colina. El objetivo inicial del proyecto fue tener un acceso más expedito a frutas y verduras orgánicas baratas con el costo de hacer parte del trabajo que esto envolvía. Sus clientes aportaban con un monto y con la ayuda de la entrega de verduras.
“Nuestra máxima es la conciencia alimentaria: sé de donde viene mi alimento, sé cuánto cuesta producirlo y estoy dispuesta a trabajar para acceder a verduras. Esto significa pagar por adelantado la canasta, hacer mi trabajo de manera excelente, apoyar a que el otro compañero me pueda ayudar cuando me hace falta. Es como si el trabajo comunitario fuera la única respuesta sensata a la conciencia alimentaria”, afirma Valentina Jara, quien es parte del consejo de administración de Huellas Verdes.
En octubre del 2016, el proyecto toma un giro debido a problemas económicos, y en una asamblea deciden conformarse como una cooperativa. Esto quiere decir que “con la cooperativa yo pago una cuota de participación, que es como una acción de la empresa, y no se puede tener más de una acción. Ningún socio vale más que otro. Eso es clave: un socio, un voto”, explica Valentina.
En un principio, buscaron replicar el modelo de Colina, un predio que fuera como el patio de la casa de una persona que lo pudiese cuidar. Sin embargo, se dieron cuenta de que financiariamente no podían costear la producción o la lógica detrás de la SpA, y pidieron ayuda a un productor que ya conocían porque les vendía cosas que complementaban la canasta, Gonzalo Alvarado.
Valentina Jara, Kerry Dudman y José Aliste pensaron en armar las canastas con lo que Gonzalo producía como una solución transitoria, pero se dieron cuenta de que, como grupo de consumidores, estaban potenciando productos y comercio justo para los demás.
“Nosotros podíamos pagar un buen precio por los productos y nos ahorrábamos todo lo que significaba el cultivo, arriendo, jornadas laborales, etc.”, relata. Por el momento les resulta cómodo ser una plataforma de consumidores y no de productores, pero sigue siendo transitorio mientras no lo decidan en la asamblea.
Una de las características de la canasta de Huellas Verdes es la diversidad de verduras que tiene y que es difícil de encontrar en otras partes. Entre los 7 a 12 vegetales base de la canasta, puedes encontrar ciboulette de ajo, verdolaga o flor de zapallo.
Frente a estas novedades, se activa la comunidad que come y cocina junta. A través de redes sociales y otros formatos, enseñan cómo preparar estas verduras y educan en la alimentación a la comunidad. También están abiertos a sumar a productores que produzcan otros tipos de vegetales, como el topinambur, que agregaron hace poco.
Otro de sus elementos distintivos es un sistema de fichas, que abre la posibilidad de flexibilizar los productos que se reciben en la canasta. Valentina nos cuenta que, en una asamblea, se dieron cuenta de que no todo el mundo consumía fruta y la sacaron, dejándola como opcional. Es ahí donde aparece el concepto de la ficha, que es de libre elección y se pueden pedir cuantas uno quiera.
“No somos capaces de gestionar tanta diversidad. Entonces, lo que tenemos por el momento es una canasta base de vegetales salados, y hemos flexibilizado todo lo demás: las frutas, el huevo, el pan, y otros alimentos no perecibles, como los granos”, afirma Valentina.
Una institución dentro de Huellas Verdes es la minga que, básicamente, es un día de campo para conectarse con la producción de los alimentos. “Para nosotros es importante la educación de la alimentación porque nos vincula con lo que estamos comiendo; sabemos de dónde viene, cuánto cuesta producirla y lo valoramos. Es clave que lo veamos en origen, porque eso implica que uno pueda comprender por qué una verdura llega media picoteada o dañada por el sol”, señala Valentina.
Esta agricultura soportada por la comunidad requiere del apoyo mutuo entre consumidores y productores. En ese respecto, comunicar a los socios de lo que está sucediendo en la producción es crucial. Por ejemplo, Valentina cuenta que “debido al granizo de noviembre, las manzanas venían con moretones o cicatrices que habían sacado para sanar sus heridas”. Ante eso, decidieron apoyar a los productores en concordancia con su rol de cooperativa de comercio justo y les llamaron “las manzanas granizadas”.
Actualmente son 80 socios y tienen la posibilidad de inscribirse con 52 o 26 canastas al año, siempre que paguen el dinero de la comida y las 24 o 12 horas de trabajo, que en el primer caso se pueden traducir en dos horas al mes.
Agroecología y comercio justo
Para La ManZana y Huellas Verdes, lo principal es que la verdura y fruta que ofrecen sea agroecológica y no necesariamente orgánica. Rayen Catrileo, de La Manzana, nos cuenta que el término “orgánico” lo adjudica una certificación, y que para ellos lo importante es ir al predio, ver cómo están funcionando y cerciorarse de que son agroecológicos.
Valentina, de Huellas Verdes, dice que no creen necesario pagar por un sello o certificación. Ellos realizan giras técnicas con los distintos productores y proveedores, van al campo y señala que si uno ve maleza o bichitos, estos son indicios de que son cultivos agroecológicos, por ejemplo, ya que no podrían existir si hubiesen pesticidas. Para ambas, lo importante es que se establezca una relación de confianza con el productor.
En términos simples, se podría definir a la agroecología como una propuesta alternativa que propugna las capacidades productivas de la agricultura campesina, diversa y sostenible, con una gestión ética y sustentable de los recursos productivos, a partir de políticas institucionales que garanticen precios justos para quien produce y quien consume, así como protección de la diversidad genética de variedades tradicionales (Cabanes & Gomez).
“Nosotros nos encargamos de que la cadena de comercio sea justa y eso es agroecología. Nos preocupamos de que el productor esté tranquilo haciendo lo que sabe hacer y nosotros, como red de consumidores, nos encargamos de que haga su pega contento”, dice Valentina.
Respecto a los productores en Huellas Verdes, Valentina cuenta que, como red de consumidores, se hacen cargo de su poder de compra y tienen una selección bien específica de los productores. “A nosotros nos importa que nuestro impacto de consumidores sea importante. Es por eso que les compramos sobre todo a productoras mujeres y pequeños, que son los más vulnerables en el mundo rural”.
Rayen cuenta que el sueño de la cooperativa La ManZana es hacer que los productores y los socios aprendan sobre lo que se puede comer, cómo hacerlo y ojalá abastecerse solo a nivel regional. “Tenemos una expectativa de casa propia, donde podamos ofrecer talleres y convertirnos en una escuela del consumo responsable. Ese es nuestro máximo sueño”, asegura.
El llamado está en que nuestro poder de compra es un acto político, en el cual estamos legitimando (o no) ciertas prácticas, y a entender que la agroecología es una invitación a decirle sí a un sistema de comercio justo.
Fotos: cortesía de Huellas Verdes