Similar a lo que pasa con la moda rápida, el diseño fast hace referencia a los productos y muebles hechos de forma masiva, en los que la preocupación por las tendencias actuales supera el interés por los materiales, la procedencia, la mano de obra o el impacto medioambiental. El diseño fast es el que invita a renovar la casa a cada rato. A cambiar la decoración cada seis meses, a incluir los colores y accesorios de la temporada. Se suscribe a la misma mentalidad que mueve el mercado de producción masiva: ‘quiero novedades y las quiero ahora’. Es una industria que se basa en tendencias y vive de quienes buscan redecorar su casa cada año.
En contraste, los beneficios de comprar muebles y objetos diseñados de manera considerada, tomando en cuenta su origen y materialidad, son evidentes. Al comprar un objeto de diseño no masivo, es más probable que estemos eligiendo calidad por sobre cantidad; mejores materiales, producción ética y mayor factibilidad de que sea amigable con el medioambiente. Esto es porque los muebles producidos de forma masiva tienen un mayor impacto medioambiental, ya que usualmente las compañías productoras importan materiales de distintas partes del mundo –en lugar de usar materiales locales– y varios de ellos suelen ser rellenos sintéticos sin mayor proyección de durabilidad.
Podríamos decir que el diseño fast es la diferencia entre un librero Billy y una biblioteca de Charlotte Perriand.
Cuando compramos diseño rápido, compramos calidad estandarizada, sí, pero también le apostamos a materiales quizás escogidos por ser más baratos, pensados para durar poco. El diseño fast puede ser suficiente para cumplir un propósito por un par de meses, tras los cuales nos veremos inevitablemente obligados a reemplazar el producto y comprar de nuevo, una y otra vez. La gracia que tiene el diseño de este tipo es, claro, que no requiere invertir mucha plata ni tiempo. Y eso es lo que le juega finalmente a favor: la conveniencia. La facilidad de poder ir a una tienda cercana, comprar un objeto desarmado y compactado en una caja, armarlo en una hora y tener un nuevo mueble para el final del día.
El diseño más bien slow, por supuesto, tarda más. Requiere oficio, y tiene detrás un proceso considerado, exhaustivo, centrado en el bienestar, en lo local, en una visión a largo plazo. Además, no solo se preocupa por los productos en sí, sino por las personas y los procesos detrás de ellos. Comprar un mueble hecho por un diseñador, maestro o artesano local es la forma más directa de saber sobre cómo, dónde y con qué está hecho un objeto.
Ahora, está bien reconocer que no todos podemos comprar objetos o muebles de diseñador o hechos a mano para llenar una casa o departamento, porque normalmente son caros. En los setenta, ante el desagrado de ver la mala calidad del diseño rápido de la época, el diseñador italiano Enzo Mari creó una serie de diseños que las personas podían hacer por sí mismas con un par de planchas de pino, un martillo y clavos. Decidió distribuir gratuitamente sus autoprogettazione a todo aquel que le mandara un sobre con estampilla. Y recibió más de 5.000 peticiones.
Si es el caso de que un objeto de diseño no masivo está fuera de nuestro presupuesto actual, el cuestionamiento oportuno podríamos hacérselo no al producto o al precio, sino al deseo de suplir de forma inmediata una supuesta necesidad. Preguntarnos: ¿qué tanto necesito realmente comprar ese nuevo velador? ¿Es preciso renovar el escritorio, cambiar el sofá? ¿Comprar nuevos cojines y jarrones a cada rato?
Al no apresurar demasiado el proceso de decorar una casa, nos damos el tiempo de evaluar realmente qué objetos queremos que habiten nuestro espacio por mucho tiempo. Hay quienes se apresuran a llenar los espacios y esa es, quizás, la forma más fácil de caer en la trampa de la conveniencia. La clave es cuestionar la necesidad. No importa tanto llevar un año sin encontrar un arrimo para una pared específica o dejar el espacio hasta encontrar un espejo de un cierto tipo o esperar para comprar una mesa de centro. El mobiliario no debería arrinconarnos con un ‘ahora o nunca’. Además, darse el tiempo de encontrar una pieza adecuada es, muchas veces, más satisfactorio que llenar un espacio lo antes posible porque sí.
Un siguiente paso para evitar el diseño fast puede ser considerar el origen y el material de cada pieza: qué tipo de material es, por ejemplo, de dónde proviene, cómo se obtiene, cómo se trabajó. Es conveniente también considerar la vida útil del mobiliario: ¿podrá ser reutilizado, restaurado o reciclado? Existen muebles que tienen la certificación cradle-to-cradle, por ejemplo, que se les otorga a los productos hechos de manera amigable con el medioambiente y que pueden ser reciclados a la larga.
También está el caso de los muebles que representan una gran inversión, pero que a la final tienen un factor de reventa favorable, por lo que quizás vale la pena invertir en un objeto que se deprecia poco con el pasar de los años (o que incluso se aprecia) y que, si llega el momento en que se decide reemplazarlo, se puede volver a vender para que alguien más le saque provecho por más tiempo sin dejar de recuperar parte de la inversión inicial. Bajo la misma lógica, siempre está la opción sustentable de comprar muebles de segunda mano de buena calidad, que no generan un impacto medioambiental adicional.
Lo que más sirve, a fin de cuentas, es pensar bien en los muebles que compramos. Puede ser que para el interior de un clóset no sea necesario invertir, y baste con un sistema modular, quién sabe. Lo importante, como con la ropa, es cuidar lo que se tiene (procurar que dure el mayor tiempo posible, así sea un mueble de IKEA). Al usar y mantener los objetos por más tiempo, reducimos el ciclo rápido de comprar y desechar en el que se basa ese tipo de diseño. Y, al igual que con el fast fashion, es útil cuestionar las necesidades que creemos que tenemos.
Hoy en día, con las compras con un click, podemos hacer decenas de compras no planeadas por internet, y muchas de ellas terminan siendo innecesarias. Pero no es fácil cambiar el chip: recordar que está bien que algo no esté terminado en la casa, que no pasa nada si falta uno que otro mueble. De hecho, es bonito darse el espacio para ir encontrando piezas que hagan sentido con nuestro estilo de vida y lo que queremos que nos rodee por mucho tiempo. A la final, una casa que refleja una historia de vida es más interesante que una que refleja tendencias que vienen y van.