Empezar un huerto es empezar un montón de cosas. A menudo se piensa un huerto como sinónimo de: plantas hermosas, frondosas y verdes, muchas lechugas y jitomates. Todo lo anterior puede ocurrir, pero la realidad es que empezar un huerto es, antes que todo, un desafío a la paciencia, al asombro, a la propia existencia y a las creencias absolutas.
En un huerto, sucede tanto al mismo tiempo. Casi se hace imposible recordar que todo inició con una minúscula, frágil y aparentemente inerte semilla. Es increíble pensar que puede existir tanta información dormida en esos trozos diminutos. Muchas parecen piedras, otras papel, incluso plumas o tiernas bolitas de color.
La capacidad de aprender a manejar la vida a través de un huerto es un experimento que todos deberíamos intentar en nuestra vida. Mucho más allá de tener plantas bonitas y verdes, el poder alimentarnos mejor y entender el cómo y de dónde proviene nuestra comida es una aventura interminable de autoconocimiento. Sobre nuestra propia existencia humana y la capacidad de sentirnos empoderados.
Recuerdo cuando niña juntaba flores de múltiples colores para ponerlas sobre las tumbas de los animales que enterrábamos, ya sea por longevidad o por un triste infortunio de nacimiento. Esas flores, que adornaban la muerte y servían de ceremonia, marchitaban casi al instante de haberlas arrancado de la tierra. Morían entre esos rituales y ceremonias, entre la vida y la muerte, entre lo terrestre y lo mundano, entre lo bello y lo opaco y lo que, sin imaginarlo, iniciaba a darme los primeros grandes cuestionamientos sobre la vida.
Todo ese cuestionamiento que fluye en la mente de una niña de forma dramática, a veces exagerada, otras fantasiosa, pero siempre muy pero muy asombrosa, es lo que veo hoy en mi vida adulta. Eso fue lo que me llevó, de forma casi involuntaria e inevitable, a dedicarme a los huertos. Y así seguir este camino de autoconocimiento, aprendizaje, enseñanza y sobre todo, empoderamiento.
Empoderamiento desde muchos aspectos de mi vida. El primero fue hace poco más de 11 años, donde a través de incontables cursos, talleres, conferencias y certificaciones empecé a concebir esta pasión desde lo académico. Al poco andar, comprendí que este maravilloso mundo vegetal y esta ciencia podía ser enseñada a niños y niñas en las escuelas. Y así fue como comencé a impartir clases de huerto en una escuela Montessori en la ciudad de San José del Cabo, en Baja California Sur, para menores en edad preescolar.
No tardé mucho en descubrir cuántas materias convergen de forma didáctica y apasionante alrededor de un huerto. Diseñar un huerto es hablar de geografía, matemáticas, botánica, astrología, ciencias naturales, recursos, ecosistemas, historia, tecnología, cambio climático, arquitectura, diseño, nutrición, permacultura, física y en consecuencia, de principio a fin, es hablar y entender nuestra propia existencia y supervivencia en relación con la naturaleza.
Mi conocimiento y saberes fueron creciendo rápidamente, gracias a las inagotables preguntas de mis estudiantes y las millones de situaciones adversas en las que tuve que recurrir a libros, ediciones enteras y maestros para resolver dudas. Sin embargo, me di cuenta de la gran necesidad que existe de relacionar, vincular y educar a los más pequeños a través de un huerto.
Los huertos no solo me acercaron a las escuelas, sino que también me abrieron las puertas de muchas casas. Varias mamás vieron los cambios positivos que provocaba el huerto en sus hijas e hijos. En cuanto a crecimiento educacional como a los beneficios motrices y, en particular, en la relación que adquirían con los alimentos. ¡Todos querían tener su propio huerto en casa!.
Aprender de asociaciones de plantas, de suelos bien nutridos, de ciclos y temporadas se volvió una actividad de días enteros, que me apasionaba pero al mismo tiempo me angustiaba. A la par que aprendía, me sucedían miles de cosas laborales que tenía que resolver. Esa dinámica me motivó de una forma nunca antes imaginada. Me dio fuerzas.
De pronto una idea, que siempre había tenido en el inconsciente, llegó de la manera menos esperada. Un día una mamá de la escuela donde impartía clases, me llamó para invitarme a participar en un programa de radio donde ella es la titular… ¿para hablar de qué? obviamente de lo todo el día estaba pensando y, de alguna u otra forma, todos veían en mi: huertos y plantas.
La radio fue un eslabón que cambiaría mi vida para siempre. Hablar y transmitir todas mis experiencias, aprendizajes, errores y frustraciones y el dulce sabor de mis triunfos y glorias, ha sido un reto significativo en mi existencia y el que me ha empoderado de manera cariñosa y muy profunda.
Hoy en día, y después de 11 años en que camino entre huertos, todo ese esfuerzo, que se ha ido trabajando en pequeñas, pero constantes dosis, me han llevado a poder entrar a dos importantes cadenas de hoteles: Ritz Carlton y el Paradisus Meliá en los Cabos. Además, he seguido comunicando con mi voz cargada de plantas e insectos a través de las ondas hertzianas de la radio y hace unos cuantos meses, he podido bajar todo este aprendizaje a letras y hojas digitales, aquí en Franca Magazine.
Los huertos me han empoderado y me han brindado las fuerzas para hacer de mi pasión, mi fuente laboral. Una pasión, que cada vez es más una necesidad, que si no existiera y viviera a diario, yo no me entendería como mujer, madre y empresaria.