Columna por Camila Silva, creadora de No me da lo mismo.
Son ya un par de años de que hablar sobre medioambiente dejó de ser materia exclusiva de los expertos en conservación. Desde ciudadan@s de a pie que nos aventuramos a compartir nuestras experiencias a través de redes sociales, hasta nuevas leyes impulsadas por el Ministerio del Medio Ambiente, pareciera ser que, al fin, como sociedad, estamos entendiendo que hay un problema del que debemos hacernos cargo.
Eso, hasta que vemos cómo una connotada marca de bebidas isotónicas se compromete mediáticamente a disminuir el tremendo impacto que significan sus miles de vasos de polipapel –papel recubierto en una película de plástico; material no reciclable– amontonados en las orillas de las calles cada domingo, al terminar la jornada de CicloRecreoVía, simplemente cambiando los vasos por unos 100% reciclables (plásticos). Sin embargo, su estrategia planteó una gestión deficiente en el evento, donde debió demostrar públicamente su compromiso, y dejó lugar a que ciudadanos menos sensibilizados culpen a los propios usuarios de no hacer la gestión. Cuando nos enfrentamos a este tipo de malas planificaciones es que nos damos cuenta de que el mensaje aún no se entiende con claridad.
Reciclar es una actividad industrial. Implica utilización de recursos en toda la cadena de producción: desde la recolección de los residuos hasta su transformación. Y por tanto, implica, a su vez, impacto ambiental. A nivel doméstico, es una industria enfocada principalmente en el reaprovechamiento de materiales de fabricación de productos desechables que, a pesar de poder ser valorizados mediante el reciclaje, significaron otra cadena de impactos ambientales, desde la extracción de materias primas para su fabricación, hasta todo lo que implica poner un producto en el mercado. Es loco pensar, entonces, que cada vez que hablamos sobre tomar responsabilidad respecto al cuidado de nuestro planeta, lo primero que se nos venga a la cabeza sea reciclar.
Pareciera ser tema de preescolar hablar de las R, algo que probablemente podríamos aprender mediante una pegajosa canción y, sin embargo, poco y nada sabemos sobre ellas. O quizás es que simplemente no queremos ponerlas en práctica, porque la mayoría de ellas requiere dar un paso al lado de la zona de confort a la que estamos acostumbrad@s desde el punto de vista del consumo.
Hagamos un repaso, entonces:
Rechazar: Sí, la primera ya suena incómoda, y es que para ser realmente consistentes en el discurso no podemos pretender seguir consumiendo a la velocidad que lo hacemos hoy. No podemos, o más bien, no debemos seguir haciendo ojos ciegos a la realidad que el mercado hoy nos ofrece, absolutamente dispar a lo que los recursos naturales de nuestro planeta pueden sostener. Rechazar apunta a hacer una revisión minuciosa de nuestros hábitos de consumo y, en definitiva, hacernos conscientes de qué y cuánto es lo que realmente necesitamos, y evitar dejarnos llevar por los impulsos consumistas. Pero también plantea un llamado a la acción en cuanto a la gestión de los residuos; es una invitación a simplemente dejar de consumir aquellos productos cuyos desechos no puedan ser gestionados apropiadamente en nuestro espacio geográfico directo o bajo nuestras posibilidades de acceso.
Reducir: Esta alternativa debe ir justo después de la anterior. Cuando vemos que no podemos rechazar algo porque realmente lo necesitamos, entonces llega el momento de preguntarnos en qué cantidad o qué tan a menudo lo necesitamos, y bajo este cuestionamiento decidir consumirlo. También podemos entender esta R desde la perspectiva de cómo adquirimos nuestros productos y enfocarla a reducir, por ejemplo, los envases, prefiriendo una alternativa de menor impacto, como envases retornables o reutilizables.
Reutilizar: Muy de la mano de la reducción, reutilizar es una invitación a repensar el uso de nuestros objetos y alargar su vida útil ocupándolos en funciones para las cuales quizás no estaban diseñados. Usualmente tendemos a ejemplificar esta R con la típica imagen del frasco de vidrio utilizado como florero o para nuestras compras a granel u organizar las despensas, pero podemos ir mucho mas allá. Por ejemplo, reutilizando las telas de prendas de vestir que ya no estén en tan buenas condiciones para hacer desde paños para limpiar hasta intervenciones textiles al más puro estilo DIY. O utilizando los mangos de los cepillos de dientes de bambú para identificar las plantas en una maceta. Se trata de valorizar los objetos que ya tenemos, aprovechando al máximo su potencial y evitar que se transformen, al corto plazo, en desechos que debamos gestionar.
Reparar: Será ya casi un cliché, pero reparar, en tiempos donde todo es desechable, es un acto de rebeldía. Y está justamente en la misma línea que ya hemos estado viendo; la invitación es a darle valor a nuestros objetos y evitar, tanto como sea posible, considerarlos un desecho. Hace no muchos años atrás, si una prenda de vestir o un electrodoméstico se dañaba, lo primero que pensábamos era en repararlo: ponerles parches a las rodillas de un pantalón de niñ@, tomar el punto de un chaleco enganchado, buscar la goma de la olla a presión gastada, o llamar al servicio técnico de la lavadora que no funcionaba bien; todas estas eran cosas comunes. Lamentablemente, el panorama hoy es otro. Basta con que a nuestro celular se le rompa la pantalla para buscar uno nuevo enseguida (si es que no lo cambiamos antes solo por estar “al día”), o que al pantalón se le haga un hoyo para comprar inmediatamente otro. Reparar entonces, es entender que todo eso que sale supuestamente más barato cambiar que arreglar, de alguna u otra forma nos va a costar, y probablemente mucho más caro.
Hasta acá, entonces, hemos hecho un repaso de esas 4 Rs que se anteponen a reciclar. Todas, fuera del contexto de confort al que nuestros tiempos nos han acostumbrado. Así, vamos entendiendo que todas están conectadas y tienen un orden lógico y no aleatorio, y que, si bien comúnmente están más orientadas a la disposición final de los desechos, podemos utilizarlas como criterio base antes de adquirir un producto o un servicio.
Y finalmente llegamos a la R que nos convoca: reciclar. Es la última a propósito, porque debe ser la solución solamente para todo aquello que no pudo valorizarse bajo ninguno de los criterios anteriores. Debe ser una alternativa para que nuestros desechos no terminen acumulados en un vertedero o relleno sanitario. Pero si llegamos hasta acá, lo que debemos entender es que hay algo que no hicimos bien en el camino.