Suena el despertador y volviendo lentamente del mundo de los sueños, comenzamos a dar nuestras primeras respiraciones levemente despiertas, nuestro espacio inmediato nos rodea, nos levantamos y nuestro día rápidamente comienza su rutina cotidiana.
Afuera, podemos ver un signo evidente de este nuevo despertar: el amanecer, la primera señal de un ritmo que se desenvuelve vigorosa y a la vez silenciosamente junto a nosotros. Este amanecer es siempre diferente, siempre distinto, hay colores que lentamente se van revelando y transformando. Apareciendo los primeros rayos del Sol, una erupción de luz se manifiesta en la atmósfera del cielo y en la superficie de la tierra. La salida del Sol también conlleva un carácter diferente, así como nuestra jornada nunca se inicia idéntica al día anterior aunque nos dirijamos todos los días por el mismo camino.
Sabemos que hay un vínculo esencial entre la naturaleza y nuestro propio Ser y si observamos detenidamente lo que acontece con el paisaje y con nuestra vida cotidiana. nos daremos cuenta de la extraordinaria sincronía con que se suceden los ritmos naturales en nuestras vidas. Habitamos un territorio que al igual que nosotros está vivo, se despierta, se desenvuelve y descansa para nuevamente emprender otro comienzo.
Habitamos un territorio que al igual que nosotros está vivo, se despierta, se desenvuelve y descansa para nuevamente emprender otro comienzo.
Hoy en día evidenciamos las manifestaciones de la naturaleza de manera sutil, recibimos inconscientes las suaves caricias de la brisa cada vez más escasa y lo cierto es que nuestra realidad actual está llena de tareas y compromisos y muchas veces se va llenando de un sinnúmero de elementos que nos distraen y terminan anestesiando nuestra sensibilidad al ciclo natural que circula dentro y fuera de nosotros.
Frente a estos acontecimientos podemos reflexionar ampliamente y a la vez dirigir nuestra atención a cómo se desarrollan y afectan nuestra vida, porque como podemos ver, lo que nos perturba a su vez desequilibra el ciclo de la vida en la naturaleza, por esta razón el paisaje cumple un rol fundamental para espejar los ciclos que se van sucediendo en nuestro interior, lo que refuerza lo mencionado anteriormente: existe un vínculo que invisiblemente nos une y esto a su vez nutre día a día la pertenencia con nuestro entorno. Podemos hacer el ejercicio diario de observar el paisaje unos minutos, percibir la atmósfera que lo acompaña, el movimiento de las nubes y hacernos la pregunta de cómo este se relaciona con el ritmo de nuestro día, o mirar el atardecer y que colores va manifestando, quizás esos colores pueden reflejar el ánimo de cómo se desenvolvió nuestra vivencia del día y si se quiere ir más allá, al terminar nuestra jornada, podemos meditar sobre la correspondencia entre los procesos vitales de mi Ser y de aquello que me rodea.
Lenta y paulatinamente vamos haciéndonos más conscientes de la enorme presencia de la naturaleza en nuestro interior, nuestra consciencia se va alimentando de estas experiencias que primero son percibidas vívidamente por nuestros sentidos físicos y se profundizan cuando nos detenemos y nos damos un tiempo, un minuto o dos para reflexionar sobre esta sincronía. Nuestro pensar se refresca y renueva y como ya sabemos nutre mutuamente nuestra relación con el paisaje lo que poco a poco refleja saludablemente nuestra propia presencia en él.
Estar lúcidos a estos sucesos que se manifiestan cotidianamente nos pueden llevar a querer profundizar en ello y ya las brisas no serán tan escasas, podemos caminar a ahondar nuestra mirada y agudizar nuestra observación lo que indudablemente nos llevará a vivenciar los procesos que en ella se desarrollan y asombrarnos de que los mismos procesos son a su vez los que acontecen diariamente en nosotros. De esta manera podemos sabiamente acompañar con una mirada activa lo que sucede hoy con el actual escenario ecológico y observar nuestro actuar cotidiano y tomar decisiones concretas frente a la vitalidad de nuestro entorno y la nuestra propia que como podemos vislumbrar se trata de una sola.
Fotografía por Hollie Fernando