En estos últimos años, el movimiento feminista ha sacado la voz y se ha tomado todos los espacios de lucha, y la moda no ha quedado fuera. Hemos visto grandes pasarelas internacionales con consignas feministas, desde los carteles en el desfile de Chanel hasta los pussyhats de Missoni, llegando incluso al retail con percheros llenos de camisetas low-cost estampadas con frases propias del movimiento –aunque también con otras que no tienen nada que ver con este, como “La belleza se va, el estilo no”, de la campaña #xnosotras de Ripley–. Entre otras estrategias de marketing, como descuentos especiales y promociones para el #8M, acciones como estas dejan en claro que el feminismo vende.
Y es aquí donde debemos sacar la voz desde la mirada del consumo sustentable y decir no al gender washing.
No podemos andar por la calle con una camiseta con una frase que busca empoderar a las mujeres a costa del trabajo esclavo de otra. Porque la moda no solo es una de las industrias más contaminantes del planeta, sino que tiene la mayor tasa de trabajo esclavo en su cadena de valor, donde las principales afectadas son mujeres y niñas. Y digo su cadena de valor porque no solo está implicada la producción de una prenda, sino también la publicidad y la forma en que se vende la ropa –que puede afectar negativamente la autoestima de niñas de muy temprana edad–.
Muchas veces nos cuesta relacionar la sustentabilidad con la perspectiva de género, pero tenemos que saber que es imposible avalar los principios de la sustentabilidad sin apoyar el feminismo, porque ambos persiguen lo mismo. En el caso de la moda, si vamos a hablar de sustentabilidad, es fundamental no solo cumplir con el uso de materiales y procesos amigables con el medio ambiente, sino también con otras prácticas éticas, como la publicidad no sexista y el comercio justo –o, a lo menos, buenas prácticas laborales–.
Si bien el uso de materias primas orgánicas favorece a las personas que elaboran las prendas –al no exponerlas a agroquímicos tóxicos que las afectan gravemente a nivel hormonal–, esto no significa que las prendas hechas con esos materiales se produzcan bajo buenas prácticas laborales. El comercio justo no solo implica un pago justo, sino prácticas laborales con enfoque de género, con las que se les asegure a las mujeres cosas básicas, como contar con baños seguros.
La moda es una herramienta para expresarnos, liberarnos y empoderarnos. Por ello, esta no debe ser un instrumento opresor; ni en cómo se produce a costa de mano de obra esclava, ni en la manera en que se vende y promociona, perpetuando roles y estereotipos.
La moda y cómo la usamos es una declaración de principios. Cuando compramos, financiamos la forma en que las marcas producen y venden. Es por esto que al comprar una prenda realizamos un acto político, igual que al salir a marchar.