But it is clear that between what a man calls me and what he simply calls mine the line is difficult to draw. We feel and act about certain things that are ours very much as we feel and act about ourselves.
— William James
Siempre que escucho la palabra moda se me crispan los nervios. Es por que se me vienen a la cabeza todos los aspectos negativos que la moda detenta, la inmediatez en la producción y el consumo, además de los desastrosos impactos en el medioambiente. Inmediatamente reproduzco en mi cabeza imágenes de los documentales The True Cost o Luxury: Behind the Mirror of High-end Fashion. Y es raro tener esta incómoda sensación, porque considero tener una especial y duradera relación con la ropa.
Existen distintas ideas y proyectos que nos pueden ayudar a generar un lazo más íntimo con el vestuario que adquirimos y usamos día a día. La identificación con los objetos que poseemos es esencial para establecer relaciones a largo plazo con nuestras posesiones. La pregunta ¿habla esta prenda de mí? puede ser respondida desde diferentes puntos de vista. Un objeto puede hablar de uno no solo por su apariencia, sino por su forma de producción, sus materiales, la historia del objeto, entre otros factores. La identificación con nuestra vestimenta es un proceso personal, ese lazo solo puede construirlo cada uno con sus prendas. Generar relaciones duraderas y más conscientes es necesario para un consumo responsable.
Mi relación con los objetos cambió al pasar por el curso de Historia del diseño en el segundo semestre de mi carrera, donde tuve la oportunidad de leer textos muy iluminadores que me acercaron a la cultura material. Más tarde conocí el Centro de Estudios de Cosas Lindas e Inútiles (CECLI), un espacio liderado por Loreto Casanueva y Javiera Barrientos donde se estudian los objetos y las relaciones que establecemos con ellos de manera interdisciplinaria. El CECLI organiza cada año jornadas sobre cultura material, donde expertos de distintas áreas presentan sus ponencias abordando los objetos desde diversas y fascinantes miradas.
Los objetos están presentes en nuestra vida no solo para cumplir funciones, sino para acompañar y sostener nuestras emociones. Donald Norman, en su libro Emotional Design, distingue tres niveles de significación que el cerebro procesa al conocer un objeto. El primero es el visceral, una etapa preconsciente en que se forman las primeras impresiones y donde la apariencia juega un rol fundamental. La segunda es la relación conductual que tenemos con los objetos, donde su función, performatividad y usabilidad cobran valor. La tercera es la fase reflectiva, una relación consciente donde las emociones están presentes. Esta última fase nos permite sostener una relación a largo plazo con nuestros objetos y es la que nos permite identificarnos con ellos.
La escritora Siri Hustvedt, en su ensayo Fuera del espejo, escribe: “Cuando me visto, lo hago con la esperanza de que los vestidos, los pantalones, las blusas, las chaquetas, los zapatos, las botas, los pañuelos, los bolsos y todo el resto de la parafernalia del atuendo que selecciono hablen por mí, que le sugieran al mundo la idea que tengo de mí misma”. De esta misma idea se origina el libro de Sophie Woodward, experta en cultura material, quien publicó Why Women Wear What They Wear, un íntimo estudio etnográfico que busca identificar los múltiples factores que las mujeres consideran al tomar decisiones respecto a su clóset. En este libro, Woodward va desgranando los diferentes elementos presentes en el vestir. Por ejemplo, en el primer capítulo, Understanding Women and Their Wardrobes, define al clóset como una caja de herramientas (toolkit) que ayuda a las mujeres a construir su identidad día a día. “La pregunta ‘¿esto funciona?’ invariablemente involucra la pregunta gemela ‘¿esto es yo?’ cuando ciertos estilos, colores y texturas particulares pasan a formar parte del sentido que tiene una mujer de sí misma y de quién puede ser a través de la ropa”, dice. “A medida que las mujeres usan ciertos artículos de ropa pasan a generar recuerdos y significados personales. Este acto de posesión y de usar la ropa es lo que sirve, con el tiempo, para singularizar lo que usualmente habría sido commodity”.
Existen iniciativas locales que, a través del hacer, buscan generar una relación más propia con los textiles. La diseñadora y magíster en Cultura Material, Camila Ríos, inspirada por el manual Autoprogettazione de Enzo Mari, comenzó Factoría textil el año 2016. Este proyecto se centra en la importancia del proceso constructivo de objetos textiles, donde el consumidor deja de ser un agente pasivo y se convierte en el propio creador de sus objetos. De esta manera, el usuario se transforma en quien confecciona, adquiriendo un conocimiento del proceso productivo, entregándole así mayor valor a los objetos que porta.
Identificarnos con los objetos que poseemos implica conocer su trayectoria hasta su introducción en nuestra vida. La ropa y los objetos que nos rodean ya no pueden considerarse como meras piezas utilitarias y desechables, es importante apreciar su valor simbólico e ir enriqueciendo la relación que tenemos con ellos. ¿Cuál es la historia detrás de nuestra ropa? ¿Cómo fue producida? ¿Qué materiales contiene? ¿Habla esta prenda de mí? Antes de cualquier compra o adquisición vale la pena pensar en el impacto de la producción de tantos objetos en el mundo. Poseer un objeto hoy, más que nunca, es una responsabilidad. Poseer menos pero valorar más lo que tenemos parece ser la premisa. Marie Kondo tiene razón, el llamado es a quedarnos solo con lo que nos “despierte alegría”. Sin embargo, la gurú japonesa no aborda el problema completo, es necesario educarnos previo al proceso de compra para no tener que seguir desechando materiales a costa de nuestro –cada vez más caliente– planeta.