Haber trabajado como maestra durante cinco años en un huerto escolar para niñxs de preescolar en el Colegio Montessori Regina en Los Cabos, México me permitió descubrir un camino que nunca dejaré de seguir. Si bien las plantas siempre habían sido una pasión, las comestibles son un mundo incansable de asombro y aprendizaje.
La verdadera magia que se abre al tirar el primer palazo de tierra en el espacio que será transformado tiene poco que ver con el simple hecho de cosechar vegetales y hortalizas deliciosas. La verdadera aventura es todo eso que sucede cada día desde que una semilla despierta.
Para mí el huerto escolar es la puerta al mundo, al origen de la vida misma, al entendimiento de la transformación de la vida en ciclos. Un huerto es la luna y la influencia de los astros, las vitaminas del sol y el suelo, la composición y descomposición de la materia, las estaciones del año convertidas en vegetales. Es la colaboración del mundo animal atraída por una serie de compuestos orgánicos volátiles que convergen para ayudarse, beneficiarse y salvarse de plagas; microorganismos vivos transformando la tierra en suelo nutrido, fotoquímicos protegiendo plantas del ambiente y sus depredadores, minerales combinándose mágica y misteriosamente para favorecer ciertas asociaciones de plantas. Un huerto es una aventura al descubrimiento de nuestra existencia y dependencia, nuestra propia biofilia y necesidad de encontrarnos y reconectarnos con el mundo natural y vegetal como parte esencial de nuestra evolución.
Crear un huerto es un acto revolucionario, una aventura incansable e interminable, donde todo lo que se empezó nunca acaba, y todo acaba por enseñarnos que nunca dejaremos de aprender.
Aunque la vida cambie y nuestros espacios se vuelvan reducidos, sé que un huerto escolar siempre tendrá el poder de traer el mundo entero y todos sus secretos y misterios a este espacio didáctico donde todas las ciencias convergen para empoderar a cada niño o niña a ser autosuficiente, consciente, paciente y responsable.
Durante mis años de maestra, fueron los niños y niñas los que me enseñaron a aprender cada día un poquito más, fueron sus dudas constantes y su curiosidad infinita las que me adentraron a los confines de la tierra y sus lombrices. Ellos que me empujaron al mundo de la composta y los nutrientes, al diseño y la importancia de la asociación y rotación; pero ante todo, al enorme poder del asombro y la imaginación, a entender mi lugar pequeño y fugaz pero poderoso a través de mis semillas que siempre me vuelven a hacer sentir feliz y trascendente. Recuerdo las veces que al dar mi clase los niños y niñas comparaban su propio crecimiento y desarrollo con el de las plantas: «si me pongo al sol creceré como los jitomates», «¿yo también necesito abono?». Preguntas como estas se volvieron mi pauta para entender que mi clase tenía que estar relacionada en gran sintonía con el propio crecimiento y desarrollo de ellos.
Desde edades tempranas (18 meses) los niños y niñas pueden estar involucrados en todas las tareas relacionadas al huerto. Tienen una necesidad instintiva y biológica de conectarse con la naturaleza. Para ellos la tierra, el agua y el sol son elementos que llaman su atención y curiosidad de forma innata. Cuando los niños y niñas entienden el poder que tienen al mezclar estos tres ingredientes junto con un par de semillas, se empoderan, motivan y sensibilizan de forma inmediata y crean una relación y un vínculo que los lleva a entender su propia existencia.
Para montar un huerto escolar es indispensable planificar el huerto:
- Semillas de temporada
- Plan mensual de siembra y tareas de temporada
- Espacio del que disponemos
- Cantidad de luz que recibirá nuestro huerto
- Sembrar semillas en almácigos
- Llenar jardineras, macetas o arriates con sustrato
- Introducir riego por goteo
- Instalar compostero
El mantenimiento del huerto debe estar a cargo de los alumnos, que pueden estar divididos en grupos por edades y tareas. El mantenimiento del huerto debe estar incluido en las actividades diarias de los niños y niñas durante las horas de clase, siempre guiados y supervisados por la maestra encargada del huerto, pero realmente ellos pueden aprender a cuidar del huerto de forma autodidacta. El huerto escolar transforma la vida de los niños y niñas de múltiples maneras. Crean un vínculo con sus alimentos y, al querer probar todo, comen mejor. Se sensibilizan con todos los procesos y ciclos del huerto; crecen junto con el huerto para entender de forma simple, lógica y mágica su propia dependencia del mundo de los comestibles. Una de las mayores enseñanzas que tuve como maestra fue ver cómo el huerto escolar nos transformó de múltiples formas a todos.