Cuando empecé mi camino trabajando con huertos, pensaba que yo era quien transformaba las semillas en plantas, las plantas en huertos y los huertos en alimento. Hace varios años empecé a darme cuenta de que en realidad son las plantas y el trabajo en el huerto los que me transforman a mi. En varias ocasiones, me ha invadido una dicha enorme al ver la fuerza imperante de una menta naciendo en un pedazo de madera.
Contra toda probabilidad, he visto nacer plantas de una pared o del áspero pavimento de una banqueta. La vida tiene sus formas y tiempos de manifestarse. Muchas veces, cuando la frustración me aqueja, he podido encontrar formas simples, diminutas pero poderosas, en las que las plantas las cuales me han motivado a no claudicar. A seguir respondiendo mis dudas. Así, mi confianza en las plantas, ha permeado la forma en que interpreto mi vida.
La pandemia me agarró en un momento vulnerable de mi propia historia. Una etapa en la que de por sí e inevitablemente tenía que transformarme y reinventarme. Así que fue el empujón al brinco que estaba destinada a dar.
Sin darme cuenta, y como nunca antes, ir a los huertos donde trabajo se convirtió en mi refugio, en mi propio centro de capacitación para entender mis emociones. En mi laboratorio para observarme con lupa y poder descargar entre suspiros y respiros mis propias inseguridades, angustias y miedos desbordados en este tiempo raro y pandémico. En estas jardineras y camas de madera de metros cuadrados llenos de tierra y plantas, le encontré sentido al sinsentido, encontré paz, respuestas y, sobre todo, mucha motivación ante lo desconocido. Encontré y reencontré la voz que había perdido entre las diversas formas que tienen la vida y los amores.
En un huerto la primera prueba es la paciencia. Ésta se debe poner en práctica todo el tiempo, desde germinar semillas hasta tener frutos. La paciencia transita por caminos inesperados. Desde la fe hasta las ciencias exactas necesitan converger para poder ver, después de meses, los frutos sembrados. Con el tiempo he entendido que necesitaba tratarme a mí misma con el mismo cuidado que le doy a mis almácigos, los que por largos días, parecen simples bloques de plástico negro cubiertos de tierra llenos de cientos de semillas. Me permití, en primera instancia, dejar de juzgar mis emociones y darle espacio a la confianza intangible la cual requiere de paciencia.
En los bloques de almácigos nacen más de 120 distintos tipos de plantas, que, cuando germinan, es complicado saber qué es cada una. Por ello, desde el nacimiento de una planta, es bueno identificar su especie, para tratarla de manera específica y personalizada, nutrirla y trasplantarla al huerto cuando esté lista y fuertes para poder desarrollarse en un nuevo, amplio y mejor ambiente.
La crisis como una oportunidad
En los momentos difíciles, las emociones aparecen, se desbordan, lo hacen sin previo aviso. Creo que muchas veces nos asustamos ante nuestras propias emociones, porque no tenemos experiencia ni práctica sintiéndolas y mucho menos exponiéndolas. Clasificar mis propias emociones me ha servido. Sobretodo aquellas que no me gustan, que saco poco, de las que tengo poco manejo y las que me asustan. Saber cómo nombrar una emoción se volvió un experimento: si sé que una planta de jitomate debe ser tratada como jitomate y no como lechuga, mis posibilidades de hacerlo crecer y florecer desde su germinación son infinitamente mayores.
El miedo no es tristeza ni enojo; es ese sentimiento que nos asusta y paraliza porque lo desconocemos. Pero debe ser tratado como lo que es, sin más ni menos. En mi experiencia dejé de esconderlo y de huirle. Si sé cómo manejar un jitomate, por qué no darle al miedo su propio espacio. Tal vez sin nutrirlo, pero tampoco evadiéndolo. Poniéndolo también en su propio almácigo para conocerlo y perderle el susto. Una vez que las emociones son identificadas y aceptadas creo que podemos empezar a convivir con ellas, observarlas, ver cómo nos afectan, y cuestionarnos por qué nos afectan.
La diversidad de plantas en un huerto es el mejor aliado para prevenir posibles plagas que puedan afectarlo y enfermarlo. A esto se llama policultivo. Las plantas tienen la capacidad de ayudarse entre sí y beneficiarse para protegerse de posibles enfermedades. Uno puede estar largas horas decidiendo cómo combinar mejor las plantas en un metro cuadrado. Posiblemente la capacidad de sentir, aceptar, observar y dejar transitar un abanico de emociones para tener una perspectiva más grande ante los matices de nuestros sentires sea similar. Aunque haya emociones negativas o desagradables, pienso que dejarlas transitar nos puede proteger o fortalecer, al igual como sucede en el huerto.
Las semillas están diseñadas para encontrar los medios necesarios (tierra, luz y agua) para despertar a la vida y seguir encontrando cada vez un mayor balance entre nutrientes, humedad y luz. Para así crecer sanas, desarrollar todo el potencial genético que tienen, florecer y, por si fuera poco, antes de morir, dejarnos cientos de nuevas semillas de su misma versión, pero mejor adaptada.
Este proceso que he visto repetirse por años, ha sido, muchas veces, el mejor poema. Y a su vez, un espejo de motivación para entender que en mí también está la capacidad, aunque a veces requiera volver a mi huerto para que con su sabiduría me lo recuerde.