Las semillas representan todo el conocimiento y la memoria de generaciones de las comunidades campesinas. Son la máxima expresión de energía contenida en una minúscula fracción de materia que espera paciente hasta encontrar los factores idóneos y necesarios para explotar su conocimiento ancestral, toda su fuerza para germinar al futuro, adaptarse, mejorarse y dar frutos.
Dentro de una semilla está la información del clima, los suelos, de las lunas que deben llegar, de la humedad y la luz, de nuestros ancestros y nuestros orígenes. Las mujeres tenemos un rol particular en la organización social, política y económica. Desde el periodo neolítico, que se caracteriza por el desarrollo de la agricultura, la ganadería, el sedentarismo y la aparición de los primeros pobladores, las mujeres han ejercido un papel primordial en el cuidado y cultivo de semillas y plantas. A partir del año 6.000 a.C. las mujeres han sido domesticadoras por excelencia de semillas y plantas medicinales, herederas de historias milenarias que han sido contadas de generación en generación para enseñar técnicas y costumbres, integrar y mantener las raíces culturales que sostienen los orígenes de la vida a través de las semillas que se convierten en el alimento y la seguridad alimentaria de las familias.
Las mujeres han encabezado descubrimientos e investigaciones desde la invención de la agricultura hibridando semillas, asociando cultivos, seleccionando y preservando alimentos que han dado identidad a las comunidades y sociedades alrededor del mundo. Han sido protectoras, recolectoras, selectoras y sembradoras de semillas, entendiendo siempre a la semilla como el primer eslabón en la importante y delicada cadena alimenticia. Hoy en día las mujeres representan el 20% de la fuerza laboral agrícola en América Latina, y en países como Colombia y México constituyen más del 60% de los empleos en cultivo de flores y verduras.
La agricultura, además de ser una actividad económica, es una forma de identificación cultural. Cada región, cada comunidad, cada campesino tiene su forma particular de cosechar. Por ejemplo, en México, la milpa, que en náhuatl significa “lo que se siembra encima de la parcela” y que existe desde hace más de 2.500 años, es una forma de agricultura que permite conservar la riqueza de las comunidades para preservar las semillas ancestrales, en la cual las mujeres tienen un papel trascendental.
La milpa es un sistema agrícola tradicional conformado por un policultivo donde se cultiva maíz, frijol, calabaza, variedades de tomates, chile y plantas medicinales. En este sistema no solo crecen las plantas, sino también la conexión con el propio territorio. Las mujeres han sabido luchar y organizarse para trabajar en conjunto con otras comunidades de mujeres, codo a codo, para defender las semillas nativas y plantas endémicas.
La identidad de las mujeres se conforma con la tierra. Muchas reconocen la riqueza de la vida rural, ya que la siembra y la cosecha nos da, además de sustento alimenticio, arraigo y conexión con la naturaleza. La milpa mexicana enriquece a las mujeres, ya que les permite una interacción ecológica con el suelo y los ecosistemas, y las empodera para reconocer su sabiduríala conexión de la naturaleza y un sistema que promueve la autosuficiencia.
En México, poco más de 750 mil mujeres son productoras en cultivos como el maíz, el café y el frijol. Aportan 18 mil millones de pesos en la producción de cereales, cultivan 95 mil hectáreas de hortalizas, especialmente dedicadas al chile verde, elote, tomate verde y jitomate, el principal cultivo dónde participan las mujeres en un 16% en el total de la producción del maíz de grano. En los países en vías de desarrollo, entre el 60 y el 80% de los alimentos son producidos por mujeres. El número de hogares dirigidos por mujeres ha aumentado a medida que los hombres han emigrado a las ciudades, como responsables y cabezas de familia son quienes proveen de alimento y nutrición a las familias.
El pasado 15 de octubre se celebró el día internacional de las mujeres rurales. Creo que es nuestro deber como sociedad reflexionar acerca de la importancia de empoderar y sobre todo reconocer a las mujeres que son la columna vertebral de la economía rural y participan de manera trascendental y fundamental en la agricultura, la soberanía y la seguridad alimentaria. El futuro está, sin lugar a dudas, en empoderar a las mujeres, quienes son agentes de cambio para transformar la agricultura y hacerla cada más sostenible, equitativa y resiliente.
Para lograr igualdad y equidad, las mujeres deben tener los mismos derechos sobre la tierra que los hombres. Tener acceso a los mercados de créditos. La carga de trabajo doméstico debería ser más equitativa y reconocida. Tiene que haber igualdad en los proyectos de inversión; mejor representación de las mujeres en las cooperativas de productores o grupos de trabajadores. Debemos reconocer el potencial de las organizaciones lideradas por mujeres con el fin de preservar y defender las semillas y por ende la seguridad alimentaria, para lograr así un futuro digno y justo para todas las especies y las personas.