Las semanas de moda y el consumismo

por | Ene 23, 2019

¿Creatividad y diseño o hiperconsumismo desatado?

Estamos en el mes de las semanas de moda y nuestras agendas ya están inundadas de tendencias y must-have de la siguiente temporada. ¿Cómo está relacionado esto a la eterna insatisfacción con nuestro cuerpo, clóset y espejo, que nos lleva a comprar de forma irracional y alimentar a las cadenas de fast fashion?

Partamos por entender el origen y propósito de las semanas de moda. Charles-Frederick Worth fue un sastre y revolucionario de la moda. En 1858 inauguró en París la primera tienda que vendía ropas terminadas, cambiando el significado de su profesión a la categoría de creador y afirmando que el verdadero señor de la moda no es quien viste la ropa, si no quien la diseña. Fue también el primero en vender su ropa dividida en colecciones y en usar modelos para promover sus diseños. Se inicia, a partir de esto, la cultura de los desfiles de moda, y los periodistas del mundo empiezan a viajar a París para asistir. Durante la Segunda Guerra Mundial, mantenerla se hizo imposible. En 1943, Eleanor Lambert organizó un evento llamado Press Week, con el objetivo de mostrarles las creaciones de los diseñadores norteamericanos a los periodistas. Así nació la New York Fashion Week.

Las semanas de moda, desde su origen, siempre tuvieron un objetivo comercial: organizar el calendario del sector textil. Concentrar los lanzamientos en un determinado periodo facilita la cobertura por los medios de comunicación, las visitas de los compradores a los showrooms, la logística y muchos otros procesos del sector. Sin embargo, en paralelo al lado comercial, siempre existió un espíritu más artístico. Las colecciones también tenían la función de mostrar creatividad, servir de inspiración y traducir sensaciones sociales y culturales. Si todos nos vestimos todos los días, es natural que el proceso creativo de los diseñadores pase por entender el momento sociocultural y traducir esto en ropa.

Hoy, las principales semanas de moda del mundo son las de París, Londres, Milán y Nueva York, cada una con su personalidad. Nueva York es la más comercial, donde reina el prêt-a-porter. Londres es la más conceptual, de donde salen las creaciones más vanguardistas y los nuevos nombres de la moda. Milán es la casa de la costura perfecta, donde lo más importante es la calidad. En París domina el lujo y la alta costura. Muchos mercados adoptaron este concepto y hacen sus semanas de moda locales. Berlín y São Paulo crecen a cada año, y varias otras van ganando su espacio. Con esto, es cada vez más difícil definir cuál es la semana más importante y se pierde el concepto de construcción del mercado para pasar a un ambiente totalmente competitivo.

Con el pasar de los años, las semanas de moda se convirtieron en un negocio rentable y masivo, auspiciado por grandes marcas, donde lo más importante ya no es mostrar las propuestas y el estilo de cada diseñador, sino medir fuerzas en el poder de convocatoria y alardear sobre qué celebridad salió de ahí vistiendo sus creaciones. Gana el que tiene mayor exposición. Basta con seguir a algunas bloggers de éxito para darse cuenta del nivel de inversión que hay por detrás de todo lo que vemos publicado. Llegan a su hotel y se encuentran con miles de regalos e invitaciones, tenidas preparadas para que luzcan, por las calles, los must-have que vamos a encontrar en algunas semanas más, copiados de forma barata, en los colgadores del mall. Se cambian de look muchas veces en un día, durante cinco semanas. Y los miles de personas que las siguen terminan convencidas de que les falta algo en el clóset, de que la vida es imperfecta y que hay que buscar ser como ellas, comprando lo que visten.

No se trata de crucificar a las semanas de moda, estas son necesarias para que se desarrolle el mercado. Su motivo original es justo y respetable, el problema es que no se maneje esta relación con el consumo de una forma sana. El manejo sano del tema no está solamente en las manos de la industria, sino también en nuestras cabezas como consumidores. ¿Qué podemos hacer para vincularnos de una manera más sana con esta instancia tan clásica de la industria de la moda que de alguna manera ya está incorporada en nuestra cotidianidad? La clave está en entender la diferencia entre consumo y consumismo.

El acto de consumir se define por la aplicación de las riquezas en la satisfacción de las necesidades económicas del ser humano. Por ende, el consumo es inevitable, todos nos vestimos todos los días. El consumismo, a su vez, es el exceso de consumo. El acto de comprar productos o servicios sin necesidad o consciencia, de manera compulsiva o descontrolada, que se deja influenciar por el marketing de las empresas. En resumen, lo que vemos todos los días en el fast fashion. “Compra ahora, porque la próxima semana ya no va a estar”. ¿Cómo ignorar este llamado al hiperconsumo? Acá van algunas ideas:

1.     “El hambre agudiza el ingenio”

¿Qué porcentaje de tu ropa realmente usas? La escasez es la base de la innovación y esto aplica a nuestro clóset. Mientras menos ropa tenemos, más vamos a ejercitar la versatilidad de cada prenda e inventar nuevas maneras de usarlas para hacer valer lo que pagamos por ellas. Tener en el clóset solo lo que amamos, prendas versátiles y de buena calidad –como si el clóset fuera una maleta de viaje–, nos permite multiplicar nuestro universo visual. Una recomendación general es que cada prenda se pueda usar por lo menos con otras tres. Así nada queda olvidado (como la gran parte de la mayoría de los clósets) y usamos realmente todo lo que tenemos.

2.     La prenda perfecta es eterna

¿Ya estuviste toda una temporada buscando una determinada prenda? La relación que tenemos con una cosa que compramos por oportunidad o impulso es totalmente distinta a la relación que tenemos con algo que realmente queremos y andábamos buscando. Conocer bien nuestro clóset y saber qué prenda realmente aportaría en nuestro día a día hace con que el acto de comprar sea mucho más consciente. Da lo mismo si lo buscamos por mucho tiempo. Cuando finalmente encuentras la prenda perfecta (o la mandas hacer a medida), ¡te dan ganas de usarla todos los días!

3.     Calidad = longevidad

¿Quién no tiene esa prenda antigua que resiste a todas las limpiezas de clóset? Qué rico vestir algo que tiene historia, que nos acompañó en varias etapas de la vida y sigue siendo algo que amamos. Claramente, para que algo pueda envejecer junto a nosotros es necesario que sea de calidad. Lo que no tiene calidad no envejece: solamente se deteriora y va a la basura. Estamos de acuerdo que el mundo no necesita más basura. Por lo tanto, hay que informarse, conocer dónde y de qué está hecho lo que compramos.

4.     No somos modelos de pasarela

Ya sabemos que no todo lo que se ve lindo en los desfiles nos va a quedar perfecto. Entonces, ¿por qué compramos con esta ilusión? El autoconocimiento es esencial para salir de esta trampa. Conocer y aceptar nuestro cuerpo, identificar qué consideramos importante y cuáles son las sensaciones que buscamos cuando nos miramos al espejo es esencial para poder ser feliz y relacionarse de manera sana con la moda.

5. “Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados”

Suena cliché, pero es así. Eres increíble porque eres tú y nadie más puede serlo. Encontrar nuestro estilo y tener claro que valemos por lo que somos y no por lo que parecemos, permite que un clóset eficiente sea más que suficiente. Así, no nos vemos afectados por esta necesidad artificial de tener lo que viste alguna celebridad. El estilo es una conquista personal que nos saca de la condición de seguidores de la moda y nos coloca en el puesto de creadores. Y, si creamos, somos capaces de interpretar las semanas de moda como inspiración; podemos identificar el diseño que realmente nos gusta y tener un consumo responsable en vez de un consumismo descontrolado.

Cuando entendemos que la moda es parte de nuestra rutina porque nos vestimos (cubrimos el cuerpo) todos los días, y que lo que vemos en las semanas de moda es una referencia y no un mandato, podremos usar la moda como una herramienta para la libertad de expresión. En el fondo, la función de la ropa –aparte de abrigar– es servir como canal de sensaciones; una forma de mostrar en elementos visuales, a través de nuestro cuerpo, qué queremos decirle al mundo sobre nosotros mismos, o sea, nuestro estilo.

*Texto publicado originalmente en septiembre de 2017 en esfranca.com, revisado en enero 2019 para Franca Magazine.

Imagen principal: El País

Consultora de moda, posible y sin reglas. Mamá, emprendedora, paulistana de corazón y viajera de alma. En los últimos 10 años facilité el vestir de muchas personas y construí el primer servicio de arriendo de ropa casual en Chile, Recloset. De vuelta a Brasil, me dedico a ayudar gente real (como tú y yo) a construir un vestir más fácil y consciente. @mari.pattaro

Podría interesarte