A fines de febrero del 2020 estaba almorzando con mi hija en Providencia y, cuando ya nos íbamos, me encontré con una antigua amiga de trabajo. Tuvimos la clásica conversación de quienes no se ven por un largo periodo, y de pronto comenzamos a compartir cosas comunes de nuestras vidas, relativas a la tiroides (que ya no tengo desde mi operación en enero), terapias complementarias, los embarazos y la vida. En resumen: nos pusimos en contacto nuevamente. Ya en cuarentena y con los planes de marzo más que suspendidos, ella subió una foto de algo que estaba tejiendo para su hija que venía en camino, luego otra foto; todo de una manera muy honesta, compartiendo el proceso de aprendizaje y de confección. Qué gracioso, pensé, yo también estaba tejiendo. Entonces comenzamos a intercambiar datos de canales de YouTube, luego de lanas y patrones, y así hasta ahora que ya tenemos una sólida relación de tejedoras amateur a distancia.
¿Cuál es el verdadero poder del tejido? Hay estudios que demuestran que tocar superficies blandas y cálidas, como la lana, podría favorecer a retomar la confianza en los otros, lo que se vuelve relevante en el contexto de pandemia por la falta de contacto humano producto del confinamiento. Tengo que mencionar, a modo de aclaración, que existen varios tipos de tejido y que en esta columna me refiero al tejido a dos agujas, palillo o hand knitting.
Para mí el tejido ha sido algo intermitente. Al igual que la diseñadora Hella Jongerius, disfruto el ser inexperta en las técnicas que aprendo y retomo. En general, me fascinan las máquinas y la automatización de los procesos; sé coser, he tejido en telares planos y máquinas de punto domésticas e industriales, y habitualmente estoy buscando excusas para volver a esas máquinas. Pero hay algo sobre el tejer a palillo, y eso fue lo que me motivó a escribir esta columna.
Mi bisabuela era una ávida tejedora. Tuve la fortuna de usar ropa tejida y cortada por mi abuela y mi bisabuela hasta aproximadamente los once años. Obviamente en algún momento quise tener cosas “compradas”, y mi abuela me hizo participar del proceso de diseño de las prendas, acompañándola a elegir telas y lanas. Para ella el tejido fue siempre algo que se mantuvo más lejano, no era su terreno, sino el de mi bisabuela, quien se tomaba muy en serio sus cosas. Mi bisabuela intentó enseñarme a tejer un par de veces, pero yo no tenía paciencia, a diferencia de lo que pasó con la costura, que fue algo que aprendí de inmediato a los 16 años gracias a mi abuela. Mi teoría es que el aprendizaje del tejido tiene mucho que ver con el índice de gratificación, producto de la velocidad con que la obra sale de las manos de la creadora. Dicho corto: tejer es lento y requiere paciencia, he ahí su principal función como terapia, ya que ayuda a concentrarse y enfocarse en el aquí y el ahora, siendo una práctica de meditación primitiva que nos vincula con el presente de una forma muy concreta.
Luego de morir mi madre, el año 2001, estaba preparando una entrega en la universidad. Un día dejé olvidadas varias cosas –que luego me robaron– en una sala donde teníamos nuestros prototipos. Una de las cosas que se llevaron fue un chalecón mostaza que mi bisabuela me tejió porque yo se lo pedí, algo que no hacía desde que yo tenía 11 años, considerando que la habían operado de un cáncer de mama unos años antes. Hasta el día de hoy, creo que el chaleco fue lo que más me dolió de las cosas que robaron, porque en el fondo no era solo una prenda para abrigarme, sino una forma en que mi bisabuela me cuidaba y, a través mío, también a su nieta, mi madre, que ya no estaba. El tejido es entonces, un abrazo, y es a propósito de eso que me di cuenta del poder que tiene esta tecnología, y de la relevancia que ha cobrado durante este inédito 2020.
Estudiando diseño industrial se menospreciaban las técnicas como el tejido a mano. Hoy entiendo que esto es parte de un mundo donde se denosta lo relativo a lo doméstico por considerarlo algo menor o de “poca monta”. Pero afortunadamente esto está cambiando. Este 2020 las escuelas de diseño no serían nada si no fuera por las cocinas, las piezas del desorden y las bodegas, pues ahí se hicieron las maquetas y los prototipos trabajados este año. Yendo aún más lejos, el renombrado artista estadounidense Tom Sachs hizo reflotar el término acuñado durante una de las misiones Apolo: utilización de recursos in situ (ISRU en inglés, por in-situ resource utilization), para definir el método con que ha producido su trabajo más reciente, ganando una ola de nuevos adeptos gracias a la escasez de materiales elegidos versus disponibles. Recuerdo como si hubiera sido ayer a una compañera en segundo año de diseño industrial que tejió a crochet un receptáculo para recuperar un pelotita de pimpón con un brazo de alambre nº18 (contexto escuela de diseño, paciencia). Una muy buena idea que fue ridiculizada por el profesor y nosotros mismos, por hacer algo “de señora” o “de abuelita”. Otra vez: poco serio.
¿Qué hace mejor a un auto comparado con un chaleco? Ambos son creaciones humanas, ambos son producto del esfuerzo de fabricar algo a partir de otra cosa. Es más, el chaleco tiene múltiples beneficios en términos de sostenibilidad en relación al auto. Pongo este ejemplo algo ridículo porque es la sensación que me quedó muchas veces mientras estudié diseño industrial, donde tuve que endurecer mi inclinación natural hacia el trabajo con materiales blandos y la exploración de superficies tejidas, estampadas o bordadas, para encauzarla hacia otros supuestamente más serios como el mecanizado de metal, el hormigón, los plásticos o la madera, es decir, lo considerado más viril, duro o “masculino”. Pongo esto último entre comillas porque me parece muy curioso que existieran diferencias de género incluso entre materialidades, y que se aplique una perspectiva machista en la enseñanza de estos y sus procesos asociados.
Viví un tiempo en Londres, y me sorprendió lo amplio del manejo del tejido a palillo allá, casi sin distinción de género, clase o edad. El conocimiento de esta tecnología es vasto y muy rico. Principalmente se debe a que tejer constituye una de las prácticas asentadas de posguerra y, además, transmite y rescata tradiciones regionales asociadas a los distintos tipos de tejido de las islas británicas. La regionalidad es, entonces, otra parte importante del poder del tejido: a través del conocimiento de las diversas formas de tejer, conocemos mejor cada una de las sociedades que las originan. Tejer es tan antiguo que no se sabe exactamente cuándo comenzó, hay registros de tejidos de algodón en las pirámides egipcias, pero también hay algunos registros de esta tecnología en pinturas rupestres. Tejer viene del latín texere; comparte su origen con texto y, además, texto y tejer son parientes de Techne, la diosa griega de la técnica y tecnología.
Es de amplio conocimiento que los trajes de los astronautas que llegaron a la luna en el año 1969 no habrían sido posibles de no ser por las patronistas y costureras que llegaron a la NASA desde la industria de la ropa interior. Este grupo de mujeres llevó el saber hacer de quienes unen con habilidad las numerosas capas de tela e intrincadas partes que componen un sostén, al lugar donde se somete a los materiales a las exigencias más altas, incluyendo las que se ejercen fuera de este planeta. Fue gracias a esas costureras y su conocimiento de los materiales blandos lo que le permitió a la NASA mantener vivos a los astronautas para que llegaran a la luna.
Para mí tejer ha significado retomar. He retomado el tejido inicialmente por una razón práctica: mi hija necesitaba abrigarse y estar cómoda. Lo utilitario en un contexto de sobrevivencia sacó este conocimiento que traía conmigo sin saberlo. Tejer es terapéutico, pero es también un medio de sobrevivencia y un arte, y, como tal, merece su espacio. He pensado mucho en mi bisabuela durante esta pandemia, y junto con ella he traído también a este presente a mi abuela y mi madre, a mi hermana, y las reúno con mi hija.
Tejer a mano es hacer bucles una y otra vez, unirlos y volver a comenzar. Yo me pregunto si esos bucles no serán un guiño a nuestra propia conciencia que es, a su vez, un bucle infinito, como le llama Douglas Hofstadter en su libro homónimo. Parte de esto creo que provoca que las conversaciones que mantengo con mi amiga de tejido vayan desde el grosor de palillos, el color o el tipo de hilado y la tensión, hasta temas muy íntimos. También es parte de lo que creo que hace único el reunirse en torno al tejido, las arpilleras o el bordado, pues con el relajo se propicia la conversación y fluyen temas que de otra manera quedarían guardados bajo siete llaves, de no ser por estos facilitadores, por llamar las técnicas de otra forma.
La escala de masificación del tejido este 2020 es global. La renombrada pronosticadora de tendencias Li Edelkoort mencionaba al comienzo de la pandemia un auge importante en el DIY o ‘hazlo tú mismo’, y hoy no hay nadie que esté en desacuerdo con ella. Sitios tan importantes como WGSN o y The Future Laboratory incluyen en sus reportes y pronósticos la influencia que ha tenido aprender una técnica nueva durante esta etapa de confinamiento. Es así como hoy se vuelve a valorar una prenda que toma dos meses en hacerse por sobre algo que se compra listo, porque hay una real apreciación del proceso a nivel doméstico, y ese impacto en la esfera íntima es otra parte más del poder del tejido.
Mi bisabuela sabía también tejer a telar, sabía cortar y coser, además de tener, a diferencia de mí, una gran habilidad para los negocios. Ahora aprecio mucho más su perfil de tejedora. Sus tejidos estaban llenos de carácter, y creo que la lección más importante del tejido para mí ha sido esa: no importa si no está perfecto mientras se palpe a su creadora. En el tejido a mano, en contraste con el tejido a máquina, las cosas nunca van a quedar perfectas, y esa es la gracia.
Imagen de portada por Francisca Casas