Fue hace un par de semanas, que una mañana me levanté y fui, como todos los días, al living de mi casa junto a mi hijo Gerónimo de un año. Él se sentó sobre la alfombra y se puso a jugar mientras yo lo acompañaba al lado. Poco a poco empecé a mirar a mi alrededor y reparé en lo mucho que había cambiado mi casa desde su llegada: la disposición de los muebles, la salida de muchos de ellos (algunos muy preciados), la llegada de varios juguetes y otros artefactos, por mencionar solo algunos. Hace un año que mis prioridades han cambiado, y la relación con los espacios que habito también.
No es nada nuevo, y es hasta esperable que las casas cambien cuando llegan nuevos integrantes a ellas, pero lo que llamó mi atención es que ese caos tan cotidiano y común que muchas veces escondemos con vergüenza o desánimo, posee una belleza tan poco explorada por los clásicos estándares de aquello que consideramos “una casa linda”. No es que sea una amante del desorden, para nada. Y aunque no soy Marie Kondo, siempre he puesto mucho cuidado e intención en la decoración de mi casa, tanto así que casi me morí de la emoción cuando desde Depto51 fueron a fotografiarla para sus clásicos “Home Tours”.
Mientras miraba mi living desordenado, sin mesa de centro, con una colchoneta al costado, cojines a modo de “contención anti caídas”, juguetes por ahí y mi hijo en medio de ese caos, me detuve a pensar en lo mucho que había cambiado mi forma de valorar lo que para mi hoy es bello; y cómo esa estética imperfecta merece ser vista y valorada.
Vivimos en tiempos donde la selección y edición de la realidad son parte de nuestro cotidiano, y donde en redes sociales vemos y mostramos solo aquello que queremos dejar ver, muchas veces -literalmente- a través de filtros que sirven de protección. La vulnerabilidad es escasa, el paso del tiempo forzosamente detenido y la perfección el fin último. Y es aquí donde la cita del libro “La salvación de lo bello”, de Byung-Chul Han, resuena en mi cabeza: “Hoy nos hallamos en una crisis de lo bello en la medida en que a este se lo satina, convirtiéndolo en objeto de agrado, en objeto del «me gusta», en algo arbitrario y placentero. La salvación de lo bello es la salvación de lo vinculante”.
Con la intención de honrar la nueva belleza que habita en mi hogar, y en el de muchas personas que viven con niñas y niños, quiero compartir parte de mi registro fotográfico, del antes, después y en desarrollo de uno de mis espacios. Pero además invité a dos grandes amigas de la vida para que compartieran sus propios procesos y reflexiones.
Carolina Arias, fundadora de Bazar la pasión
CA: Inicialmente más que un cambio, fue una adaptación. Entender que todo lo que había cuidado con prolijidad ahora tenía que soltarlo. Me di cuenta que no tenía ni un apego por lo material.
La decoración de la casa era en tonos claros… ¡sofás blancos!. Al principio venían de una empresa y lavaban los sillones y alfombras. Un día me rendí y le pasé una caja con plumones a la Augusta y le dije, “puedes pintarlo”. Su cara de impresión fue lejos más valiosa que todos los sillones del mundo. Ella entendió también que tenía permiso con ese mueble y no con los otros. También le regalé una pared del baño.
Cuando nació la Julia, tuvimos que eliminar la pieza de alojados para darles una pieza grande que pudieran compartir. Escogimos colores entre las tres y diseñamos un camarote.
También vamos adaptando los espacios. Por ejemplo, nuestro patio es muy pequeño y querían un club, entonces la mesa de comedor es su casita, inventamos un mantel, el que llenamos de bolsillos interiores y lo iluminamos.
Nuestra casa es antigua, grande y de doble altura, en Valparaíso, eso me permite intervenir, inventar, decorar, pintar, etc. Lo que me entretiene es estar constantemente cambiando los espacios, moviendo muebles, ahora estamos diseñando un resbalin en la escalera.
En resumen me gusta una casa entretenida, llena de historia porque está llena de objetos y muebles antiguos, ¡pero no es un museo! Creo que con lo único que sufro un poco es que la Julia no nos hizo caso con el sillón y el baño, y varias paredes están pintadas, el piso rayado, pero también pienso que cuando crezca un poco lo puliré y volveré a pintar.
Alejandra Pérez, fundadora de Aglaya y cofundadora Casa 7
AP: La pieza donde estaba la oficina de mi emprendimiento literalmente desapareció, y felices la transformamos en la pieza de Bruno (1 año). Y este otoño decidimos eliminar el comedor para transformar ese espacio en zona de juego. Con buen clima, salimos harto a plazas y a caminar, pero en invierno quería generar un espacio para que se entretenga en el departamento. Además, así puede estar al lado pasándolo bien mientras nosotros estamos en el living, que para efectos prácticos post pandemia pasó a ser una sala de estar más que living.
Para mí la estética es importante y me encanta la decoración. Por eso, a veces extraño mis adornos y los detalles arriba de la mesa, ramos de flores y velas. Esos detalles que daban mucha calidez y que la mayoría los tuve que guardar hasta próximo aviso. Pero me auto-sorprende mi capacidad de adaptación. Valoro haberme esforzado en hacer una reducción y simplificar.
Antes para mí era importante que todo fuera armónico y que estuviese ordenado. Que cada cosa estuviese en su lugar. Ahora hay autitos, pelotas, mamaderas y el andador repartidos por el departamento. Y para qué hablar de cosas tiradas de nosotros, ya que Bruno se mete en los cajones del velador o en el clóset, saca todo y lo tira al suelo. Trato de no pensar en el orden y enfocar mi atención en valorar su curiosidad, que está experimentando, jugando y pasándolo bien.