Josefina Vidal es diseñadora de la UC y desde el 2016 está a cargo de Moda al paso, una investigación sobre la red de tiendas de vestuario instaladas en la comuna de Providencia en los años 60 y 70.
El proyecto –que partió como su proyecto de título– se centra, en parte, en el periodo de introducción y asimilación del prêt-à-porter chileno, y hace énfasis en el desarrollo de las boutiques de ese entonces, describiendo la disposición urbana de esta red y el rol de las boutiqueras que protagonizaron este fenómeno de la moda nacional entre 1967 y 1973.
Moda al paso luego se convirtió en un Fondart 2018 –llevado a cabo junto a los diseñadores Macarena García y Pedro Álvarez–, con el cual profundizó aún más en esta iniciativa de un grupo de diseñadoras, modistas y empresarias emergentes que solían producir vestuario en Chile usando telas y géneros provenientes de la industria textil nacional.
Además, tras el despertar social en Chile el pasado octubre, Josefina ha estado observando también el fenómeno de la moda autóctona –término que apareció por primera vez en 1968 asociado al trabajo de Marco Correa, diseñador de la boutique Tai– que hace referencia a la creación de vestuario en el territorio nacional y en su momento fue fomentada por políticas provenientes del Estado para impulsar la industria textil y promover la búsqueda de un lenguaje propio en la moda.
Conocí a Josefina hace más de tres años, y me acuerdo de habernos reído la una de la otra cuando nos vimos por primera vez porque llegamos vestidas iguales al primer día de trabajo juntas. La he visto liderar Moda al paso desde entonces, y es un gusto enorme conversar con ella sobre la historia de las boutiques y su relación con cómo podría verse el futuro de la moda chilena.
Con Moda al paso has investigado, entre otras cosas, el surgimiento de una red de tiendas de vestuario instaladas en Providencia en los 60 y 70. ¿Cómo describirías esa etapa?
La verdad es que esta es una etapa compleja de caracterizar ya que las décadas de los 60 y 70 en Chile (y en el mundo) fueron un periodo marcado por grandes transiciones y cambios. En menos de diez años estuvimos comandados por el democratacristiano Frei Montalva, después por el marxista Salvador Allende y posteriormente acabamos en un régimen totalitario con Pinochet. Sin lugar a duda, este periodo significa un tiempo fascinante de la historia chilena para ser analizado desde amplias perspectivas.
Es en este contexto que la moda chilena se comienza a modernizar dejando atrás los ideales de la alta costura francesa, al llegar al país la forma de producción llamada prêt-a-porter. Impulsadas por esta idea de modernidad, un grupo de mujeres de la clase privilegiada chilena instalaron pequeñas tiendas de vestuario que fueron reconocidas por la prensa de la época con el nombre de “boutique”, haciendo alusión a las pequeñas y exclusivas tiendas de ropa de Carnaby Street y King’s Road en Londres. Estos negocios de pequeña escala se instalaron en el centro comercial de Providencia (en Av. Providencia entre Los Leones y Pedro de Valdivia aproximadamente), el cual en esa época todavía era un barrio residencial.
La instalación de esas boutiques en el sector conformó un territorio de compras para un acotado sector de capitalinos (debido a sus altos precios) pero también se configuró como un lugar de sociabilidad, donde los transeúntes recorrían el sector para comprar y encontrarse. Esta característica me resulta fascinante y la miro con mucha nostalgia ya que actualmente pocos barrios en Santiago cuentan con esta particularidad. El uso del auto y la necesidad de estacionamiento en el comercio se ha hecho fundamental y ha significado perder las riquezas de una dinámica “de a pie”. Es desde la observación de este fenómeno que nombré Moda al paso a mi proyecto.
¿Cómo eran las boutiques de ese entonces y cómo se podrían comparar con la moda que se hace en Chile hoy en día?
Las boutiques de ese entonces se constituyeron, la mayoría, como negocios familiares o como emprendimientos entre amigas. El grueso de estas boutiques basó su producción en una copia de modelos provenientes del extranjero. Me acuerdo de que, al entrevistar a Carmen Rojas, socia de la boutique Vog, me contaba que tras a un viaje a París empezaron a confeccionar poleras de algodón de colores como las que usaba Brigitte Bardot, las cuales fueron un éxito en ventas. La oferta de estas boutiques representaba una oportunidad para las chilenas de acceder a las tendencias internacionales; es por esto que la figura de la ‘boutiquera’ era entendida como una experta en materia de moda y tendencias, ya que ella tenía acceso a viajes fuera de Chile y revistas femeninas extranjeras, lo que le permitía estar enterada de lo que pasaba en las ‘capitales de la moda’. Hoy ese conocimiento es mucho más diverso y los modelos de referencia provienen de varios frentes.
Sinceramente creo que existen más diferencias que similitudes. Creo que lo más parecido es que se conformaron como pequeñas tiendas de ropa que produjeron a pequeña escala, como podría ser SISA hoy en día, o las marcas nacionales reunidas en el Drugstore.
El contexto de producción de las marcas actuales es totalmente distinto. Yo establecería como diferencia principal que en esa época imperaba un ideario nacionalista. De lo que se vendía, poco y nada provenía del extranjero. Esto les permitió a los productores nacionales vender sin la competencia de mercados externos. En esa misma línea, pre-modelo económico neoliberal, la industria textil chilena abastecía a la gran mayoría de las boutiques, lo que facilitaba el proceso de producción de las prendas.
También has observado la moda autóctona, que tenía una forma de producción que se alinea naturalmente con lo que hoy conocemos como moda lenta (técnicas locales, inspiración local, relación con artesanos, etc.). ¿Cuáles son las principales reflexiones en torno a la ‘moda propia’ a las que has llegado?
Sí, la verdad es que el fenómeno de la moda autóctona no es mi tema de especialidad, sin embargo, a raíz del despertar social en Chile, he mirado más este fenómeno ya que creo que tiene tanto que enseñarnos para el devenir de la moda chilena.
Los exponentes que se reconocen bajo el alero de la moda autóctona buscaron diferenciarse en términos estéticos de las colecciones europeas y así generar una moda representativa de la cultura nacional. Este grupo de creadores confeccionó prendas bajo ciertos principios que hoy se identifican con la moda lenta, como:
– Una producción no seriada, sino que artesanal, donde la creatividad fue puesta al ritmo del trabajo manual y no en serie como el prêt-a-porter ofrecido por las boutiques del sector Oriente. Los trabajos de María Inés Solimano y Nelly Alarcón –las dos mujeres exponentes de la moda autóctona– fueron en su mayoría prendas de vestir tejidas a mano, palillo o a crochet; todos oficios que son parte del saber popular transmitidos de generación a generación en las familias chilenas.
– Una estrecha relación diseñador–artesano: La tarea del diseñador (ninguno estudió Diseño de manera profesional, porque aún no existía en las universidades) fue rescatar lo latinoamericano como fuente de inspiración o referencial visual, fusionarlo con elementos contemporáneos y crear una propuesta textil. Este modelo era producido en conjunto con el artesano, quien aportaba sus conocimientos desde el oficio.
– Producción basada en técnicas propiamente locales, como los abrigos de Nelly Alarcón hechos a partir de “sabanilla”, material que en Chiloé se usaba generalmente para frazadas y alfombras.
– Rescate de elementos gráficos de los pueblos precolombinos, la cultura y los paisajes latinoamericanos para crear estampados, como se puede ver en el trabajo de Enrique Concha.
Además, este movimiento en la moda nacional fue apoyado por el gobierno de Salvador Allende al configurarse como una propuesta coherente con la estética de izquierda que impulsaba la Unidad Popular. Este patrocinio estatal fue traducido en dos iniciativas que buscaron difundir el consumo de la moda autóctona y oficializarla como una propuesta artística: la primera fue la adquisición por parte de la empresa estatal ex Yarur de la colección de estampados de Enrique Concha. Esta acción buscaba insertar diseños indígenas precolombinos en el mercado, reemplazando así el uso de patrones provenientes del extranjero. La segunda fue la exhibición realizada en el Museo Nacional de Bellas Artes donde se expusieron los estampados de Concha y vestidos chilotes de Nelly Alarcón; un evento inédito en Chile, donde se manifestó que el diseño de vestuario y la moda chilena forman parte del mundo de arte y las industrias culturales.
¿De qué maneras la desaparición de la producción textil nacional sigue afectando la forma de diseñar moda en Chile?
Emprender en moda, instalar una tienda de vestuario, se hace mucho más complejo al pensar en producir con telas de mejor calidad. Anteriormente existían linos, algodones, paños de lana hechos en el país y de excelente confección. Hoy se tiene que considerar la importación de telas para comenzar una marca y es difícil cuando se vende a pequeña escala. Muchas veces la calidad de las telas no se condice con la que prometen sus proveedores. Entonces todo este panorama dificulta y desmotiva el emprender en moda. Por otro lado, la desaparición de las fábricas textiles en Chile ha hecho que miles de trabajadores pierdan sus puestos de trabajo. Recuerdo cuando cerró Calzados Guante y se despidieron a cerca de 300 trabajadores. Muchos de ellos eran expertos en sus oficios, trabajadores mayores que perdieron su trabajo y con ello la posibilidad de desarrollar oficios que se están extinguiendo en el país.
En el contexto actual, ¿qué haría falta para potenciar la industria textil nacional? ¿Qué rol puede tener el consumidor en esa reconstrucción?
Para potenciar de manera radical la industria nacional hay que modificar las políticas económicas del país. Mientras esto no suceda y las políticas de Estado no defiendan el desarrollo de las economías locales, sino que estén buscando firmar más y más acuerdos económicos internacionales, el panorama seguirá siendo relativamente igual.
Pese a esto, es fundamental educar al consumidor y promover una mayor conciencia de que la decisión de compra es también un acto político. Creo que estos tiempos de crisis pueden significar una oportunidad para generar reflexiones en torno al futuro de la moda chilena. Es tiempo de preguntarnos, como consumidores, cómo construir un mejor país desde lo que adquirimos. Preguntarnos cuáles son los discursos detrás de la ropa que estamos comprando, porque comprar fast fashion o en el retail es apoyar el modelo capitalista y explotador que tiene a millones de mujeres alrededor del mundo trabajando en terribles condiciones laborales. Los consumidores somos también responsables de que estas dinámicas todavía se permitan y no le estamos exigiendo a estas marcas generar un cambio sustancial en sus formas de producir.
La historia de las boutiques ubicadas en el centro comercial de Providencia a mediados de los años 60 no creo que sea una historia replicable en el Chile de hoy. Son alrededor de 50 años, donde Santiago ha crecido en territorio, han cambiado las formas de movilizarse, las formas de habitar, de construir edificios, etc. El fenómeno de las boutiques se produjo en un Santiago de menor escala y con pocos centros comerciales. Hoy, los malls han proliferado extendiéndose por casi toda la capital y el internet ha revolucionado el mundo de las compras. Sin duda, los nuevos diseñadores nos enfrentamos a un panorama más complejo, de mayor oferta, y es desde ahí que debemos armar nuestro discurso, construyendo resistencia ante este modelo que tiene desde hace décadas a la moda chilena remando contra viento y marea.