Palabras por María Salazar
Fotografías por Paula Letelier
Cuando visitas por primera vez el taller de Pilar Valdés, te sorprende gratamente que todavía queden lugares así en la gran ciudad. Una casa de madera en medio de un condominio de concreto. Un jardín que refugia del frío y del calor, pero también de la indiferencia y del fervor tan propios de nuestros tiempos.
Hace ya varios años que esta diseñadora de textiles enseña aquí sus mejores técnicas. Pero no se trata sólo de dar cátedras, como ella aclara, sino que más bien de experimentar lo que les pasa a las personas en la medida que van aprendiendo este oficio.
“Si no estás en el presente, no vas a poder urdir un telar. Pero eso lo van probando los mismos alumnos cuando se dan cuenta que para tejer deben hacerlo hilo por hilo, paso a paso, convirtiéndose en un especie de terapia que finalmente les hace muy bien”, dice Pilar. Sólo así los tejidos se resuelven solos, puntualiza.
Ella piensa que las personas debieran darse un espacio para tejer todos los días, porque ésta o cualquier práctica que lleva a las personas a vivir el presente hace bien. En el fondo, tener la libertad de pausar el tiempo aunque sea un rato.
De artista a tejedora
Pilar se crió en una casa donde la estética era algo fundamental. Su madre pintaba retratos y su padre era mueblista, por lo que interesarse en estudiar arte en la Universidad Católica llegó tanto por herencia como influencia.
Recuerda pasarse horas mirando las antiguas alfombras persas que habían en su casa y que siempre se distraía tratando de entender el diseño de las ornamentaciones de éstas. Los cuadraditos, los colores y las orillas. Todo la inquietaba, hasta que un buen día armó un primer marco con clavos y se lanzó a probar suerte en el tejido.
“Tuve un pololo que me regaló un telar y juntos pasamos meses armando y desarmando tejidos. Fue un proceso de mucho aprendizaje y es que nunca tuve clases de telar. En ese entonces tampoco había mucha información al respecto, así que también empecé a encargar libros al extranjero”, explica Pilar.
Al tiempo después armó su primer colectivo, Taller Tres, conformado por su marido y el mejor amigo de ambos. Tuvieron que conseguir dinero para comprar un telar y finalmente concluyeron su primera pieza de arte: un cubrecamas de 2×2 metros con colores del arcoiris. Todo un hit para la época.
La importancia del color
En la década de los setenta, para muchos los colores representaban distintas energías, por lo que comenzaron a usarse incluso como parte de terapias curativas. En el caso particular de Pilar, vestirse con uno u otro tono era “elegir de qué manera darse vida”.
Utilizaba los colores en sus obras y, con el tiempo, cuando comenzó a dar clases en su casa, también los usó como uno de sus principales fundamentos.
“Soy obsesiva con el color y a los alumnos se los enseño no como una teoría, sino más bien como un juego, porque los colores tienen energía, frecuencia y afectan el ánimo; es un conjunto de cosas. Qué colores usas y cómo los combinas, se vuelve casi tan importante como el hecho de tejer con tiempo”, cuenta Pilar.
De hecho, sus clases parten con actividades y juegos inspirados en la naturaleza para que los alumnos armen su propia paleta de colores. Luego viene urdir, manejar los peines y tejer. Pilar dice que ama el proceso y poder provocar reacciones en las personas como cuando éstas descubren el color y sus posibilidades creativas.
Para más información sobre sus talleres, puedes escribirle a [email protected]