Contrario al recelo que podemos sentir como padres cuando vemos a los hijos sin nada que hacer, dejar que se aburran debería estar lejos de ser una preocupación. Pamela Fuentes está casada, tiene 30 años y es madre primeriza. Trabaja como gerente en una empresa de prevención de riesgos. Su hijo, Juan Pablo, tiene un año. Al igual que muchas madres, Pamela se enfrenta al desafío de cómo lograr que Juan Pablo crezca feliz y sano mientras ella trabaja y realiza sus tareas del día a día.
“El último de mis miedos es que él se aburra”, cuenta. “Creo que el aburrimiento es bueno. Hace que los niños piensen, se activen, creen, se motiven, busquen y exploren”. Otras madres y padres, en cambio, recurren a la tecnología cuando temen que sus hijos estén aburridos. “Ese es el problema: los niños están idiotizados con el mal uso de la tecnología. Muchos no tienen la capacidad de crear, porque quieren todo rápido”, dice.
Según la encuesta CASEN 2015, dos de cada tres niños menores de 12 años tiene un celular. Las cifras se oponen a lo que recomiendan los expertos: que los menores de catorce años no deberían usarlo. Ante estas cifras y al ser madre de cuatro hijos, Yulia Savchenko creó, hace seis meses, la Comunidad sin pantallas, un proyecto de prevención de adicción digital que desincentiva el uso de pantallas en los menores. “Es bueno que estén tranquilos y se aburran. En mi casa, no ocupamos ninguna pantalla con los niños. Al principio, a uno de ellos le cambié el celular por un libro, luego por lápices, y de a poquito él fue cambiando su hábito. Ahora él mira por la ventana, comenta lo que ve, conversamos más sobre distintos temas”.
Sabemos que crecer sin pantallas puede tener varios beneficios. Pero el aburrimiento en los niños va más allá del uso de celulares o tablets, ya que la cantidad de juguetes o actividades que tienen también los puede sobreestimular. En un artículo de El País sobre las actividades extracurriculares, Cortijo Henríquez, responsable de comunicación de la Universidad de Padres –un proyecto de investigación y formación especializado en parenting, que nace en España con el objetivo de ayudar a los padres en el desarrollo de su proyecto familiar–, comentó que “las actividades extraescolares pueden resultar muy positivas, siempre que no se abuse de ellas, dejen tiempo libre y motiven al niño”. Según ella, “han disminuido las horas de juego libre; es decir, aquellas en las que no hay un adulto involucrado”. ¿Los efectos? “En la sociedad actual, se está perdiendo el hábito del juego como actividad enriquecedora para los más jóvenes”, añade.
Pero, ¿cuáles son los beneficios concretos de dejar que un niño se aburra? Pues, “aburrirse es necesario porque desarrolla la autorregulación, independencia y autonomía”, asegura Paulina Collao, educadora de párvulos de la Universidad Católica, especializada en crianza temprana, de 0 a 3 años. “Es importante que el niño sea capaz de responder a sus necesidades de forma autónoma y que no sea el adulto quien proporcione siempre lo que debe hacer. Esto es porque más tarde en la vida no va a tener a un adulto que le indique qué hacer; lo que puede causarle muchas inseguridades al salir al mundo, en el que tiene que decidir por sí mismo y hacer cosas sin preguntar. Desde la primera infancia temprana, es importante entregarle materiales para que el niño tome decisiones”.
Y es que el aburrimiento es un estado emocional importante a lo largo de toda la vida, no solo la niñez. Ante el aburrimiento, “el niño se frustra y a partir de eso decide qué hacer”, dice Paulina. “Si no te aburres no vas a ser capaz de pensar en tu forma de ver el mundo. Es importante autovalerse ya sea con cero, diez, 30 o 60 años de edad”.