Durante mi vida he tenido varias oportunidades de hacer consciencia acerca de la importancia de conservar recursos para poder seguir gozando de los mismos. Infinidad de veces me recuerdo explicándoles a mis amigas la importancia de cerrar el agua de la ducha mientras nos enjabonábamos, o la seriedad de apagar la luz si dejábamos una habitación. La realidad era que en mi infancia estos recursos de energía y de agua no eran ilimitados y aprendí de forma lógica e inevitable que cuidar nuestros recursos era la única opción disponible para no tener escasez.
El término sustentabilidad me fue familiar años más tarde, en la época de mis estudios universitarios. En ciertas materias tocábamos los temas de la hotelería en México y cómo cada vez había más oferta de desarrollos ecosustentables y ecoamigables, donde el valor de la experiencia estaba centrado en la conservación y en la relación con los ecosistemas naturales que tanto ofrece mi extenso y biodiverso país.
De muchas maneras inexplicables la vida en sus misteriosas formas siempre me ha llevado a las plantas. Hay algo magnético en el mundo botánico que me regresa a él de golpe, y a menudo me descubro solucionando temas mundanos y básicos a través del conocimiento del universo vegetal. El mundo de las plantas siempre me acompaña y alecciona para ver todo desde una óptica menos ególatra y antropocéntrica.
Creo recordar con precisión el día que entendí la importancia de la conservación a través de la capacidad de satisfacer nuestras necesidades sin comprometer los recursos y hasta como una oportunidad de desarrollar técnicas para lograr una mayor eficiencia. Fue Rudolf Steiner (filósofo austriaco, literario, pensador, artista, fundador de los conceptos de la agricultura biodinámica, de la medicina antroposófica y del sistema educativo Waldorf) quien, a través de sus múltiples escritos, abrió mi camino hacia la botánica desde un punto de vista integral y orgánico.
Sus conceptos y lineamientos basados en la conservación e integración como única vía para lograr mayor rendimiento –a través de los principios de rotación y asociación sustentable– me han llevado a la búsqueda incansable del conocimiento para lograr y corroborar la viabilidad de cosechas de temporada libres de tóxicos, llenas de nutrientes, colores y sabores, cuidando el valioso y delicado equilibrio del suelo.
Estoy más confiada que nunca en que el único camino hacia un mundo más justo y con mayores oportunidades –que logra una calidad de vida basada en el bien común por sobre el fugaz dominio de lo individual– está en la apuesta del futuro basado en el valor de lo vivo sobre lo procesado, del proceso sobre lo instantáneo, del conocimiento en la aplicación de los recursos a largo plazo sobre las oportunidades de corto plazo.
Para mí la comida es uno de los temas que mayor impacto genera en esta lucha a contra reloj para lograr mayor conciencia colectiva y así garantizar la sustentabilidad de los recursos para el crecimiento y desarrollo de las generaciones futuras. Es por eso que hace varios años cuando nació mi hija mayor, Lila, por primera vez me cuestioné acerca del futuro más allá del propio. Por ese momento también empecé a leer y entender lo que significaba el antropoceno (la época geológica que estamos viviendo donde por primera vez existen datos científicos y medibles acerca de las consecuencias que tienen para el planeta todas las actividades humanas). Me cuestioné cómo se puede vivir sin generar tanta basura, cómo podemos alimentarnos mejor, cómo saber y entender de dónde vienen nuestros alimentos, cómo eliminar los químicos tóxicos que sabemos (y los que no sabemos) que existen en nuestros consumos y más. Fue por ello que decidí entender el origen de nuestra alimentación.
Llevo poco más de 10 años leyendo, investigando y preparándome académicamente para hacer huertos caseros, escolares y urbanos de forma ecológica, orgánica y sustentable; transformar semillas en plantas, plantas en frutos y frutos en alimentos. Hacer huertos es un acto revolucionario, ya que no hay manera de evitar todos los cuestionamientos acerca de nuestra forma de consumo. La importancia del suelo, por ejemplo, cómo lograr mantenerlo nutrido de forma orgánica, libre de químicos nocivos; cómo combinar cultivos que se protejan y nutran entre sí, cómo rotar los cultivos para no gastar los nutrientes del suelo, cómo beneficiarse del consumo moderado del riego que es indispensable; cómo mantener equilibrio para evitar plagas nocivas; cómo tomar ventaja de las estaciones, las semillas de temporada, la luz directa y la luna.
Lo que realmente he descubierto con este proceso es que quien verdaderamente se transforma es uno.