Uno de los aspectos que generó cierto ruido mediático en cuanto a la problemática del plástico en la industria de la belleza fue el tema de los microplásticos o microbeads, las pelotitas diminutas de plástico que se incluían en las fórmulas de exfoliantes faciales y de ducha, que eventualmente fueron eliminadas por completo de la industria en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y, más recientemente, el Reino Unido.
Pero el tema del plástico en la industria de la belleza va mucho más allá de las formulaciones. ¿Qué pasa con cada envase, las tapas, los sellos de seguridad, las envolturas de plástico que cubren las cajas? ¿Qué pasa con los aplicadores, las paletitas, los pinceles miniatura? Por alguna razón, es fácil que nos choque una botella plástica pero, ¿por qué no también el tubo de rímel, el pote de crema facial, el champú, el acondicionador, la crema para peinar, el aceite de pelo?
Según Euromonitor, la industria de la belleza produjo 76.8 mil millones de unidades de plástico en el 2017, y de acuerdo a otras fuentes, la cifra para el 2018 habría llegado a 142 mil millones. El principal problema es justamente ese: ocupar un material que no se degrada nunca para empacar productos con capas que simplemente lo decoran o protegen innecesariamente, y que se desechan en cosa de minutos y de forma semiautomática.
La solución parece simple: que todas las marcas que producen cosméticos pasen a usar vidrio. Pero esa decisión tampoco viene sin implicaciones ambientales, ya que el vidrio es más pesado, por lo que cuesta más transportarlo, generando grandes emisiones perjudiciales para el medioambiente.
Sabemos que el plástico termina en vertederos o, de lleno, en el océano. La ONU ya hizo su predicción: para el 2050, los océanos tendrán más plástico que peces, y un 99% de las aves marinas habrán ingestado plástico. Si bien hay marcas que han estado haciendo esfuerzos para tomar cartas en el asunto, ya sea introduciendo productos envasados en plástico 100% reciclado, o bioplástico –un bio-polietileno derivado de la caña de azúcar, lo que puede tener sus propios desafíos ambientales–, lo que hay que recordar es que el plástico siempre es un desecho. Hay solamente ciertos tipos de plásticos que son reciclables y, aún así, ese reciclaje tiene un límite.
Muchas veces, son las marcas nuevas y emergentes las que hacen más esfuerzos en este sentido, buscando materiales alternativos, ofreciendo la opción de rellenar algunos productos o creando programas para reutilizar envases, cuando son las grandes corporaciones las que generan millones de unidades de plástico y se despreocupan por completo.
Una idea que no me deja últimamente es la manera en que asimilamos la información sobre los productos. Si vemos una publicidad sobre un champú, probablemente se nos hablará del desempeño del producto (‘repara las puntas, hidrata el pelo, limpia sin dejar residuos, tendrás un cabello liso y sedoso en menos tiempo’); si no es eso, seguro lo que se nos enfatizará será el precio (solo por hoy: 50% de descuento; compra uno y lleva dos)… Pero el tema del envasado nunca se toca. Los productores y consumidores lo pasamos por alto del todo.
Lo que vemos cuando se nos presenta una botella de champú o un tubo de rímel es una marca, e inmediatamente hacemos proyecciones sobre lo que contiene, que con suerte será un producto funcional. Nunca nos fijamos en el plástico. Es como si fuera invisible para nosotros. ¿De dónde nace esta parcialidad positiva que le otorgamos a las grandes marcas de higiene y cosméticos?
Lo mismo pasa con los hauls y los videos de unboxing. Podemos sentarnos a ver a alguien desempacar capas y capas de plástico y papel y plástico para revelar un producto –envasado en plástico– y lo que vemos, una vez más, es el producto. No el exceso de packaging.
En el 2018, en el Reino Unido, se anunció un impuesto al packaging de plástico, que afectaría a productores e importadores que utilizaran menos de un 30% de plástico reciclado en sus envases. ¿Quizás por ahí va la cosa? ¿Cortar el problema de raíz y derechamente penalizar sistemáticamente el uso del plástico?
El problema es ocupar un material que no se degrada nunca para empacar innecesariamente productos con capas que desechan en cosa de minutos.
O, ¿qué pasa si nos cuestionamos, de paso, la necesidad que todos los cosméticos vengan en formato líquido? ¿Cómo se volvió el estado químico predominante en el mercado y por qué creemos que es la única opción posible? ¿Por qué no hacer o comprar productos de belleza sólidos?
Cuando voy al supermercado, a veces hago el ejercicio: veo el pasillo de higiene personal y reconozco que probablemente todas esas botellas y tubos vivirán en este planeta más tiempo que todos los que estamos en el pasillo juntos. ¿De cuándo acá mi desodorante tiene que vivir más tiempo que yo?
En este tema, podemos hacernos muchas preguntas, pero tristemente hay pocas soluciones definitivas. Lo que tenemos a nuestro alcance es sensibilizarnos. El plástico va a seguir siendo invisible para nosotros hasta el día en que decidamos verlo como lo que es: un material inmortal.
Fuentes: Teen Vogue / Independent / National Geographic