Dejamos un año complicado que nos sacudió a todos y cada uno de los habitantes de esta tierra que conocemos como nuestro hogar, dándonos muchas lecciones, reflexiones, y cuestionando nuestra capacidad de Homo sapiens para lograr sostener todas las cuerdas que hacen posible nuestra existencia en esta tierra.
De pronto y sin previo aviso, vivimos una especie de experimento inevitable, el planeta respiró por un instante a causa del confinamiento y detenimiento de nuestras actividades humanas y las consecuencias fueron evidentes.
China, por ejemplo, experimentó una reducción del 44% de contaminantes atmosféricos. Un satélite espacial (Copernicus Sentinel-5P) de la Agencia Espacial Europea reveló una disminución importante en la contaminación por dióxido de nitrógeno. La ciudad de Los Ángeles, California amaneció con el cielo más claro en mucho tiempo, debido al descenso en un 51% en la concentración de partículas suspendidas. El Banco Interamericano de Desarrollo señaló que, en América Latina, las ciudades que instauraron cuarentena total redujeron sus emisiones de dióxido de nitrógeno hasta en un 60%.
El gran reto que tenemos es creer en la capacidad de cambio que tenemos como ciudadanos y consumidores al hacer esos pequeños cambios que, multiplicados por miles, por cientos o por millones, logran efectos de dimensiones considerables, como pudimos ver con este confinamiento involuntario que experimentamos todos.
La solución no está en fórmulas mágicas, ni depende enteramente de líderes o políticos. La solución parte en nuestras pequeñas trincheras, en todo lo que podemos hacer desde nuestras casas, colonias, escuelas y comunidades. Estoy convencida de que es justo ahí en esas pequeñas múltiples decisiones que hacemos como consumidores todos los días donde está el verdadero cambio, o al menos el inicio de este.
El año pasado tuve la fortuna de emprender el reto más grande que he tenido en estos últimos diez años: trabajar para la instalación y mantenimiento del huerto del Hotel Ritz Carlton en el desierto de la Península de Baja California Sur México en la ciudad de San José del Cabo. Sin duda ha sido complejo hacer un huerto de mediana dimensión siguiendo los mismos principios que siempre he seguido para huertos caseros o escolares pequeños.
Los criterios principales que siempre he seguido están basados principalmente en la rotación y asociación de cultivos. Sin embargo, ha sido en este último año dónde he aprendido que mi atención principal y mayor inversión radica no tanto en la asociación y rotación, sino definitivamente en la nutrición del suelo. ¡Todo está en el suelo!
El suelo, esta superficie compuesta por minerales, materia orgánica, incontables microorganismos vegetales y animales, aire y agua, que pisamos todos los días y que consideramos poco importante o hasta insignificante, guarda entre sus capas un gran secreto: el poder de remediar los efectos del cambio climático y garantizar la calidad y nutrición de nuestros cultivos.
La agricultura intensiva de monocultivos no está diseñada para mejorar los suelos y causa una des-evolución edafológica (capa fértil de la tierra) progresiva de estos. Es por eso que la apuesta debe ser nutrir los suelos a través de tecnología como la agricultura de conservación y la biofijación.
La agricultura de conservación es un sistema de cultivo que tiene como objetivo fomentar, mejorar, conservar y eficientar los recursos naturales para el mantenimiento permanente de los suelos. La biofijación es la captura y almacenamiento de los gases efecto invernadero por procesos biológicos, donde millones de toneladas de dióxido de carbono son expulsados a la atmósfera mientras otros millones son absorbidos por los fijadores naturales de carbono, como los bosques, las algas marinas y los suelos.
Si regeneramos los suelos podemos estabilizar el clima del planeta, recuperar los ecosistemas dañados y garantizar suministros abundantes de alimento.
Todo este ciclo comienza con la siembra de un par de semillas que dentro de algunos días germinarán, convirtiéndose en pequeños brotes. Al cabo de unas semanas nuestros brotes se convertirán en plántulas y empezarán a generar un sistema impresionante de raíces. Y es en este paso donde lo más increíble e interesante comienza a interrelacionarse. Sucede que las raíces de las plantas empiezan a interrelacionarse en un mundo infinito, creando una especie de internet de plantas donde, a través de una simbiosis entre hongos y raíces, empiezan a intercambiar nutrientes, enviar señales de alerta e intercambiar información del ambiente. Dicho de otra forma, unas tomateras saben tanto de internet como lo sabemos tú y yo.
Al mismo tiempo, la magia que sucede abajo no es menos fascinante arriba. Las plantas hacen fotosíntesis (proceso químico donde las plantas producen energía necesaria para crecer a partir de la luz solar) absorbiendo gas CO2 y convirtiéndolo en proteínas vegetales constituidas por cadenas de carbono. Los científicos han logrado medir y comprobar la cantidad de dióxido de carbono que se fija al suelo. Mientras esto sucede, resulta que este proceso multiplicado por millones de toneladas puede revertir el cambio climático que amenaza con modificar los ecosistemas como hasta ahora los conocemos. La solución radica en valorar y aprender a ver los suelos como un ser vivo, que debemos mantener nutrido y enriquecido a través de la siembra diversificada y libre de tóxicos.
El suelo es el que nos da las plantas, las plantas son las que nos ayudan a fijar dióxido de carbono en el suelo para que así, en vez de alterar el clima, podamos seguir nutriendo el suelo, y son las plantas que a la vez nos dan alimento para subsistir y nos sirven de herramienta principal a través de la composta, para que podamos volver a nutrir el suelo que nos vuelve a dar alimento y nos ayuda a dejar de sobrecalentar la tierra.