Es 8 de marzo y a nivel mundial se conmemora el Día Internacional de la Mujer, originalmente denominado como el Día de la Trabajadora. Como lo señala la Organización Internacional del Trabajo, esta fecha conmemora la manifestación realizada en Nueva York un día como éste, pero de 1857, donde miles de trabajadoras de la industria textil marcharon por las calles de dicha ciudad para protestar por las malas condiciones laborales que vivían a diario. Esta movilización dejó 120 personas muertas debido a la represión sufrida.
Ahora bien, el hecho que marcó la conmemoración moderna del Día Internacional de la Mujer es la tragedia del incendio de la fábrica de blusas Triangle Shirtwaist de Nueva York, donde fallecieron 146 trabajadores, la gran mayoría eran mujeres jóvenes, judías e italianas. Si bien esto no ocurrió un 8 de marzo, sino que un 25 de marzo de 1911, “de las cenizas de ese trágico evento surgió la llama de la búsqueda de justicia social para mujeres y hombres”, señala la OIT.
De hecho, ¿por qué el color morado es el color del feminismo? hay varias teorías, pero una de ellas apunta a este hecho en particular. Tras el incendio de la fábrica de Triangle, el cual consumió prácticamente la totalidad del edificio y dentro de él murieran mujeres que no pudieron arrancar debido a encontrarse encerradas trabajando, registros de la época señalan que el humo que salía de la propiedad en llamas era de color morado. Debido a los tejidos, textiles y materialidades que se usaban en la confección de camisas.
De los 75 millones de personas que trabajan en el mundo de la confección, el 80% de estas son mujeres de entre 18 y 35 años, según estadísticas del movimiento internacional Fashion Revolution. Por lo tanto, nuestras decisiones de consumo de moda tienen un mayor impacto sobre las mujeres y sobre sus vidas, por ello, exigirle a esta industria mayor responsabilidad y transparencia no puede ser opcional para todas las mujeres que vestimos.
Las trabajadoras de la confección siempre han luchado por liberarse de la opresión. Clara Lemlich, una joven inmigrante rusa en Estados Unidos, ya lo proclamaba a principios del siglo XX. Líder del Levantamiento de los 20.000, fue la mujer que impulsó y convocó una huelga general en Nueva York denunciando las malas condiciones laborales sufridas dentro de las fábricas de vestuario.
Gracias a esa lucha, se consiguieron mejores salarios y condiciones de trabajo, y además desencadenó una oleada de huelgas de mujeres entre 1909 y 1915, con foco en diferentes partes del país.
Clara se describía a sí misma y a sus compañeras de la confección como “reducidas al estatus de máquinas”. Frente a ese panorama —y a la negación de su destino— se afilió al Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección de Señoras (ILGWU o ILG) fundado en 1900 y el cual fue clave en los años siguientes para que se implementarán normas de seguridad para los y las trabajadores en las fábricas.
El incendio en la fábrica de blusas Triangle en 1911 fue un hecho que no debió haber ocurrido. Al igual que el incendio en la fábrica Ali Enterprises en Pakistán en 2012, donde 254 personas murieron y 55 quedaron con graves lesiones.
A estos hechos, debemos sumar las catástrofes ocurridas en Bangladesh, el segundo mayor productor de prendas de vestir del mundo después de China, y donde el derrumbe de Rana Plaza —tragedia que había sido predecida y por lo tanto, podría haber sido evitada—1.134 personas personas fallecieron y es el mayor desastre en la historia de la industria textil jamás registrado. Este fue el punto de inflexión para que los sindicatos pusieran un ultimátum a los minoristas y grandes marcas, además para que movimientos sociales y organizaciones se unieran a estas demandas.
Las historias que salen de las fábricas de Bangladesh nos hablan de mujeres con infecciones de la vejiga debido a la falta de descansos para ir al baño y de jefes que obligan a las mujeres a tomar la píldora anticonceptiva. La falta de un salario digno amplifica problemas como la negación de la licencia de maternidad, el saneamiento inadecuado y el acoso sexual en el lugar de trabajo.
Pese a los acuerdos que se han logrado, aún queda mucho trabajo por hacer. El Acuerdo sobre seguridad de edificios y contra incendios en Bangladesh (Accord), creado poco después de esta tragedia, ha supuesto un cambio real al hacer que las fábricas del país sean lugares más seguros, pero no así que sea un lugar de equidad, dignidad e igualdad para sus trabajadoras. Las diferencias entre las que cortan y cosen sigue siendo abismante con los demás eslabones de la cadena de suministro.
“El Acuerdo es muy importante para la seguridad en las fábricas. Funciona de manera independiente y neutral y se ha ganado una buena reputación y credibilidad, tanto fuera como entre las personas trabajadoras. El Acuerdo garantiza que el lugar de trabajo es un lugar seguro para los trabajadores”.
Babul Akhter, Federación de Trabajadores Industriales y de la Confección de Bangladesh (BGIWF)
La pobreza extrema afecta ciertamente tanto a hombres como a mujeres, las mujeres experimentan muchos más obstáculos para salir de ella.
La pandemia ha vuelto a sacar a la luz la precariedad en que viven y trabajan cientos de trabajadoras de la confección, alrededor del mundo, en particular en áreas extraterritoriales donde las grandes marcas de moda rápida han decidido intencionalmente poner sus fábricas: Vietnam, Filipinas, Malasia, Bangladesh, China, etc.. Con el cierre del comercio minorista no esencial el año 2020, muchos de los peores pagados pasaron hambre cuando las grandes marcas de moda cancelaron sus pedidos. Y aunque la pobreza extrema afecta ciertamente tanto a hombres como a mujeres, las mujeres experimentan muchos más obstáculos para salir de ella.
Un informe de Oxfam del 2019 descubrió que el 0% de los trabajadores de la confección de Bangladesh y el 1% de los trabajadores de la confección de Vietnam ganaban un salario digno. Esto impide que los trabajadores ahorren dinero para tener una red de seguridad mientras buscan un empleo alternativo.
A menudo, las mujeres deben llevar a sus hijas a trabajar a las fábricas para que éstas generen un ingreso más para las familias. Ya que un sueldo es insuficiente para subsistir. Niñas de 10 años trabajando en fábricas de confección, no es un hecho aislado, es parte de un sistema que opera y se mantiene así.
Estar atrapadas en este ciclo hace que las mujeres sean cada vez más susceptibles de sufrir abusos sexuales, ya que no pueden arriesgarse a perder sus ingresos denunciando la mala conducta, y “una de cada cuatro trabajadoras de la confección en Bangladesh” ha revelado algún tipo de abuso a Oxfam.
Durante el 2020 y 2021 pudimos ver que esto no solo pasaba lejos de “en algún lugar” fuera del norte global. Países europeos, se sumaban a estas malas prácticas. Una investigación dio a conocer como trabajadores de la confección de Leicester cobraban £3.50 por hora (4 dólares americanos aproximadamente) y trabajaban en condiciones insalubres y sin precauciones ante el COVID-19.
Y pese a las denuncian y esfuerzos que han hecho diversos movimientos sociales, organizaciones internacionales y activistas independientes han hecho un llamado a viva voz de #PayYourWorkers la situación no ha cambiado del todo.
Entonces, ¿está todo perdido?
No. La industria de la moda y textil puede ser una tremenda herramienta de empoderamiento para las mujeres, en lugar de un espacio de explotación.
Según el PNUD, una de las estrategias más eficaces en el desarrollo internacional es poner el dinero directamente en manos de las mujeres. La estadística dice que por cada mujer que sale de la pobreza, hará que otras siete personas superen el umbral de la pobreza junto a ella. “El buen desarrollo reconoce que las mujeres no tienen una escasez de conocimientos o habilidades; sólo tienen una escasez de dinero”, afirman.
Los talleres de confección que ofrecen un salario digno y la flexibilidad necesaria para equilibrar la vida personal fuera del trabajo, pueden contribuir en gran medida a mejorar la situación de las mujeres para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. En particular, el Objetivo 5 “Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas” debe ser un foco a seguir y a cumplir.
En Chile, movimientos auto articulados de mujeres de la confección como Costureras a Toda Máquina y el Sindicato Revolucionario Textil están justamente apostando por lo anterior. Desde la generación de trabajos que dignifique a sus miembras, y den paso a una fuente laboral equitativa y justa.
Invitamos a revisar este LIVE donde hablamos con Beatriz O’Brien, de Costureras a Toda Máquina y directora de Fashion Revolution Chile; Arety, del Sindicato Revolucionario Textil; y Esther y Leticia de la @fundacion_ecolety
Bibliografía recomendada:
- Slaves to Fashion: Poverty and Abuse in the New Sweatshops. Robert J. S. Ross, 2010
- Manual anticapitalista de la moda. Hoskins, Tansy E. 2017.
- Loved Clothes Last. Orsola de Castro, 2021.