En el pasado, las personas tenían claras cuáles eran sus necesidades de subsistencia. Tras un largo camino de carencias, el advenimiento del siglo XX y la sociedad industrial, abrieron camino a una enorme capacidad para producir “cosas”, así como al mercado de ofrecer “servicios”. Las personas comenzaron a disponer de un dinero extra que podían gastar. La publicidad jugó un rol determinante, enseñándonos cómo ser consumidoras y consumidores. Sin duda alguna, en nuestra sociedad de consumo, el bienestar material de una creciente clase media, mejoró sustancialmente la calidad de vida.
En las siguientes décadas, nos vimos ante una importante revelación: no todas nuestras pobrezas eran materiales. Aún con acceso casi ilimitado a diversas mercancías, el vacío personal persistió. Comenzamos a comprender que poseemos necesidades emocionales y espirituales. Somos seres complejos que buscamos participar en nuestras comunidades, construir una identidad, dar y recibir afecto. Esas necesidades no podrán ser satisfechas completamente por el mercado, deben venir desde nosotras y nosotros.
La capacidad productiva separó a las personas de su medio. Nos situamos en un mundo material que nos da una supuesta seguridad, frente a la vulnerabilidad en aquellos fenómenos y momentos que no podemos controlar. Olvidamos que todo lo que tenemos proviene de recursos de la naturaleza. Hacemos, compramos y botamos, muchas veces de forma inconsciente, deteriorando nuestro planeta a un ritmo posmoderno, vertiginoso que nos tiene hoy al borde de una catástrofe socio-ambiental.
La realidad puede parecer abrumadora, porque lo es. También es verdad que hay mucho que podemos hacer como individuos y de forma colectiva. La conversación gira entonces en torno a nuestras prácticas. Porque vamos a seguir consumiendo “cosas” y “servicios”. La pregunta fundamental es cómo vamos a hacerlo. Es aquí donde les invito a revisar una tipología de nuevos consumos, que puede ser útil para discernir en torno al lenguaje, como diferenciar los diversos tipos de consumo ético, y las acciones correspondientes.
Consumo Ético
Cuando se habla de consumo ético, en general, se hace alusión a una definición personal de lo que es o no ético, y la toma de decisiones de consumo en consecuencia con esos principios. Esto es lo primero que tengo que definir, exactamente, que es ético para mí y ver como eso me vincula con personas que comparten visiones similares. Desde el consumo ético, existen diferencias sutiles.
Consumo Consciente o Social
El consumo consciente o social se enfoca en el poder transformador del consumo. Una consumidora y consumidor socialmente consciente considera las consecuencias sociales de su consumo y las usa para provocar cambios sociales. Tiene su acento en lo social, se basa en el concepto de igualdad y la intención de hacer al comercio más humano.
Este tipo de consumo, a diferencia de los demás, no se imbrica dentro de las relaciones económicas existentes, sino que propone un modelo alternativo, no centrado en el capital, sino que en el trabajo y las relaciones de asociatividad y cooperación que se producen a partir de él, promoviendo iniciativas económicas basadas en la solidaridad.
Consumo Sustentable
El consumo sustentable pone el acento en las consecuencias medioambientales de la adquisición y uso de determinados bienes. Aquí subyace la idea que el consumo medido y consciente de sus impactos, sobre todo ambientales, tendrá consecuencias positivas en la preservación del ambiente y la vida humana en el largo plazo. Así, el término “estilo de vida sustentable” cobra relevancia, refiriendo a un actuar cotidiano que considera las consecuencias permanentes de estas acciones.
Consumo Responsable
El concepto de consumo responsable es utilizado en Chile por un grupo reducido de personas, así como también por instituciones estatales como el Servicio Nacional del Consumidor (SERNAC), el cual promueve derechos y deberes de las consumidoras y consumidores porque “necesitamos hacernos cargo de nuestras acciones en forma responsable y comprometida con los intereses de una sociedad”. Sin embargo, en la práctica, sus acciones y discursos se articulan principalmente desde el enfoque de protección de derechos.
Consumo Estoico
El consumo estoico fue definido en la década de 1990, y corresponde a aquellos actos que los propios agentes regulan en sus elecciones dentro del mercado. En otras palabras, la consumidora o consumidor estoico es quien no se deja llevar por compras impulsivas y tiene claro, qué necesita y qué busca.
Consumo Político
Y por último, tenemos el concepto de consumo político. Este es el más activo y directo de los nuevos consumos. Tiene que ver con que las y los consumidores actúan dentro del mercado como lo harían dentro de la política estatal. Una compra es un voto, y donde pongo mi dinero dice relación con mi apreciación en torno al comportamiento moral de las empresas.
Las y los consumidores políticos tienden a agruparse por redes sociales, de hecho, uno de los movimientos internacionales más importantes, en los últimos años, ha sido Grab Your Wallet. Impulsado por la activista Shannon Coulter, este promueve que todas y todas, tomando sólo nuestra billetera, podemos ejercer un tremendo poder económico para construir una sociedad más justa y solidaria.
El consumo político tiene dos formas concretas de operar: a través de los boycotts, los que llaman a no adquirir productos de determinadas compañías, debido a malos comportamientos éticos y medioambientales; y los buycotts, que son todo lo contrario, es decir, comprar productos y/o servicios de empresas que, en opinión de las y los consumidores, están “haciendo los cosas bien”.
Nuevos consumos para nuevos tiempos. Como ciudadanas y ciudadanos queremos hacernos cargo de nuestro comportamiento dentro del mercado y avanzar hacia un consumo más ético. Podemos comenzar siendo actuando de forma honesta y preguntarnos ¿Lo necesito realmente? ¿O simplemente lo quiero? Como hemos conversado, son cosas muy distintas y hacen, en la práctica, una enorme diferencia.