Columna por Patrick Spencer, consultor en sustentabilidad y eficiencia energética, docente Universidad Andrés Bello.
Mientras el mundo pone su atención sobre la prohibición de bombillas y bolsas plásticas, hay un actor que se mueve sigilosamente en el fondo de esta película de terror medioambiental: la industria de la moda.
La fabricación de ropa y textiles forma parte del sector industrial es responsable de un 21% de las emisiones de gases efecto invernadero a nivel global. El consumo y la producción de ropa ha aumentado de manera importante en el último tiempo. Actualmente, se compran más de 80 billones de prendas al año. Esto es un aumento de un 400% con respecto a lo que comprábamos en el año 2000. Y si bien la población ha crecido
–y por lo tanto tenemos más bocas que alimentar y más cuerpos que vestir– esa no es la única causa de este problema.
La vida rápida
Anteriormente se tenían dos recambios de ropa al año, separados en dos temporadas: otoño-invierno y primavera-verano. Hoy tenemos prácticamente 52 temporadas al año, con cadenas de retail como H&M, Zara y Forever 21 entre otras, que realizan recambios de ropa de manera semanal. Hemos entrado en el paradigma del fast fashion.
Notar esto es muy importante, porque la industria de la moda tiene un considerable impacto medioambiental. La gran mayoría de las prendas se confeccionan a partir de algodón, que en ocasiones se encuentra genéticamente modificado y que además necesita de enormes cantidades de agua para producirse. A modo de ejemplo, una polera de algodón necesita de 2.700 litros de agua para fabricarse, mientras que un par de jeans tiene una huella que puede llegar a los 6.800 litros.
Fácil de comprar, fácil de desechar
Bueno, ¿pero qué vamos a hacer? Seguramente no vamos a dejar de vestirnos o usar ropa por el medioambiente. Una vez más –y similar a lo que ocurre con otros aspectos de nuestro estilo de vida, como nuestros hábitos alimenticios– el problema no radica en los productos de consumo, sino más bien en la forma en la que los estamos consumiendo.
Un estudio realizado a 2.000 mujeres del Reino Unido el año 2015, indicó que las mujeres en promedio usan una prenda de ropa solo siete veces antes de desecharla. Esto significa que hay prendas que son utilizadas solo una vez en toda su vida útil. En el año 2013, el Wall Street Journal realizó un reportaje afirmando que las personas de nivel socioeconómico alto usan aproximadamente el 20% de su vestuario de manera regular. El 80% de las prendas pocas veces sale del clóset y por lo tanto termina siendo desechada. Estos hábitos nos han llevado a que, por ejemplo, una persona promedio en Estados Unidos, hoy, deseche más de 30 kilogramos de ropa al año.
Tenemos que vestirnos para vivir, no vivir para vestirnos
En un mundo donde lo barato, desechable y rápido está creciendo diariamente, es importante detenerse y tomarse el tiempo de cuestionar nuestros hábitos de consumo. Los conceptos de fast food, fast fashion y vida fast, al parecer no se irán a ningún lado por el momento. Pero, al menos, la próxima vez que pensemos en comprar ropa, podríamos pensar en cuánto uso realmente le vamos a dar. Además, ya que nos estamos tratando de acostumbrar a rechazar los famosos “plásticos de un solo uso”, aprovechemos también de reducir nuestro consumo de “ropa de un solo uso”. Le estaremos haciendo un favor a nuestros bolsillos y también al medioambiente.