Diariamente me dedico a observar. Y cuando digo observar me refiero a mirar con atención y no sólo caminar rápidamente. A pesar de tener clara esta intención en mi diario vivir, este mes descubrí muchas cosas que no había visto.
Me encantan los edificios del centro de Santiago y por ello, más allá de mirarlos, esta vez me propuse observarlos. Detenerme, buscar el mejor lugar y contemplar. ¿Qué cosas? Detalles, estatuas, puertas que me encantaría tener en mi casa, colores, diversos estilos, etc.
Para la entrega de este mes en la sección SlowHunter (cazador lento) la elección no fue casual. En esta serie quería mostrar que incluso en medio del cemento, en un minúsculo pedacito de tierra, puede crecer una flor tan hermosa como el dedal de oro. La naturaleza florece y recupera el espacio que le hemos quitado. Y el cómo lo hace, es fantástico de observar.
Si miramos con lupa las calles de hoy, veremos un espectáculo hermoso y digno de una pausa para contemplar; ciruelos, almendros, azahares, magnolios —mis preferidos— y como todos ellos despliegan sus flores para nosotros.
Mi recorrido termina en la conocida Confitería Torres, el local original de Alameda y pese a ser un espacio super fotografiado, siempre nos regala un nuevo ángulo, una nueva luz. Abierto en 1879 por el cocinero José Domingo Torres, un lujito del centro que bien merece la pena conocer y disfrutar de un rico desayuno como los de antaño. Con marraqueta tostada y calentita, palta y huevo, un delicioso tecito con leche y como la ocasión ameritaba, una deliciosa torta manjar nuez.
Recomendadísimo para darse una vuelta, tomar un café y deleitar la vista con sus mesas, el piso damero, la barra Art Decó e incluso un escenario con cortinas y todo. El cierre perfecto para una linda pausa contemplativa ad portas de nuestras fiestas patrias.
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