Honestamente, no había oído hablar nunca de Vandana Shiva, pero cuando me dijeron que era una mujer bacana y la comencé a investigar, de verdad que cambió mi perspectiva. No solo la amé porque sentía que era lo suficientemente valiente para abrazar a los árboles para protegerlos de su tala –algo que yo siempre he soñado hacer pero nunca me he atrevido–; sino que además fue una de las primeras ambientalistas en declararle la guerra a Monsanto.
Pese a todo, en este lado del mundo no es tan reconocida. Nunca ha venido a Chile ni ha despertado suficiente atención de los medios locales. Sin embargo, sí se pueden encontrar algunas de sus doce publicaciones, como Cosecha robada, Monocultivos de la mente, o el reciente ¿Quién alimenta realmente al mundo?, donde establece los principios de la agroeconomía.
Y es que es precisamente esta área de la economía la que más apasiona a esta mujer india de 67 años, con estudios en filosofía de la ciencia y un doctorado en física cuántica, quien se ha dedicado a la investigación interdisciplinaria sobre ciencia, tecnología y política ambiental.
No podía ser de otra manera. Vandana Shiva es hija de un guardabosques y una granjera que desde que nació le enseñaron a respetar la naturaleza. Por esto, una vez que terminó sus estudios universitarios, no se demoró mucho en crear una fundación que, entre otras cosas, busca rescatar y conservar cultivos que están en riesgo de extinción a causa de los transgénicos.
Defensora de la tierra y las mujeres
Mientras Vandana estudiaba en Canadá, India y otros países en vías de desarrollo como México y Pakistán, estaba en plena implementación la mal llamada Revolución verde de Norman Borlaug, quien fue el principal promotor de la introducción de semillas híbridas a la producción agrícola con el fin de incrementar su productividad.
En paralelo, había cada vez más empresas multinacionales que plantaban pinos y eucalipto para su explotación comercial, lo que si bien daba trabajo a los campesinos, perjudicaba a las mujeres que, hasta ese entonces, trabajaban en los cultivos y contaban con los árboles para obtener combustible y forraje para los animales.
Fue entonces cuando Vandana se unió en India al movimiento Chipko que, si bien está conformado por hombres y mujeres, tiene una connotación más bien femenina, sobre todo porque está basado en la resistencia no violenta de la comunidad. Unas de sus primeras acciones fue justamente salvar a un bosque de su tala, abrazando a los 300 árboles que lo conformaban.
Esta activista ha reconocido en varias oportunidades que no fueron sus estudios en Norteamérica los que le enseñaron todo lo que sabe, sino más bien las mujeres entre esos árboles. Por esto, se declara abiertamente ecofeminista, esto es, parte de un movimiento que une elementos del feminismo y el ecologismo, el cual también nace en los años 70.
Promotora de la justicia alimentaria
Inspirada en la resistencia no violenta, Vandana comienza a impulsar a las mujeres de su país para que recuperen su rol tradicional en la agricultura; conservar las semillas de los vegetales para preservar la especie, de paso negándose a obedecer los nuevos cánones internacionales de explotación de la tierra.
En este camino, crea en 1982 la fundación Navdanya, con la que ha educado a los agricultores sobre los beneficios de las semillas nativas, así como también ha contribuido a la conservación de más de dos mil variedades de arroz y ha sido capaz de movilizar a millones de personas contra el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que regula los aranceles del comercio internacional.
Es tan grande su compromiso por la igualdad alimentaria que Vandana no solo ha ayudado a la lucha social contra la ingeniería genética en países de África y Latinoamérica; Irlanda, Suiza y Austria, sino que además lucha día a día para generar conciencia y cambiar las prácticas y paradigmas de la agricultura y la comida.
Para terminar de encantarse con ella, es necesario decir que en 1993 recibió el Right Livelihood, también conocido como el Premio Nobel alternativo; que la revista Time la llamó en 2003 la “heroína” ambiental, y que la organización Asia Week la reconoce como uno de las cinco comunicadores más poderosos de ese continente.