En 1910, producto de una explosión en su laboratorio, el ingeniero químico francés, René-Maurice Gattefosé, sufrió terribles quemaduras en varias partes de su cuerpo, lo que además le provocó una gangrena fatal que mataba el tejido cutáneo.
En ese entonces, dirigía Establecimientos Gattefossé, una empresa familiar cuyas labores incluían cultivar y mantener campos de lavanda en la Provenza francesa, y había dedicado gran parte de su vida al desarrollo de productos de perfumería. Estando al borde de la muerte, Gattefosé trajo a su memoria lo que había aprendido de la lavanda, en especial de su aceite esencial. Fue entonces cuando decidió aplicar esta solución en sus heridas, lo que no solo alivió su dolor, sino que también contribuyó al proceso de cicatrización.
Un ya recuperado Gattefosé emprendió, entonces, una serie de investigaciones que lo llevaron a ser considerado el fundador de la aromaterapia (aunque es importante destacar que para ese momento, distintas culturas ancestrales –como la romana, la china y culturas nativas americanas– habían sido conscientes del gran valor de las plantas y los componentes que contenían).
Los aceites esenciales son, precisamente, componentes de las plantas denominadas “aromáticas”. Para obtenerlos, existen distintos procedimientos que involucran fuentes de calor, destilación, prensado en frío, entre otros. Las propiedades de estos aceites son múltiples y dependen de la planta y del órgano del que provengan (flores, tallos, semillas, etc.).
Los modos de uso también varían, y sus efectos pueden ser entregados tanto por vía olfativa, como de manera tópica e incluso oral. (Ojo, solo pueden ser consumidos los aceites que así lo indiquen expresamente).
En mi caso, voy alternando las maneras en que los ocupo, pero lo que hago usualmente es lo siguiente:
– El aceite esencial de limón: purifica y vigoriza, por lo que cada mañana pongo una o dos gotas en 800 ml de agua purificada, y es lo primero que ingiero al despertar. Otro buen uso para el aceite de limón es que con unas pocas gotas diluidas podemos potenciar un producto de limpieza hecho en casa.
– El aceite esencial de lavanda: su uso promueve una sensación de relajo y tranquilidad que lo hace ideal para tener un sueño reparador. En general, este aceite lo aplico directamente en las plantas de mis pies un rato antes de acostarme, o en mi difusor. También pongo unas gotas en mi serum facial, ya que está recomendado para tratamientos en la piel –como bien sabía Gattefosé–.
– El aceite esencial de menta: se utiliza tanto para la salud respiratoria como para el bienestar digestivo y hasta para repeler insectos. Si tengo algún leve malestar en el estómago, pongo una o dos gotas de este aceite en una taza de agua tibia que luego bebo. Además, un poco de aceite esencial de menta en nuestra pasta de dientes casera asegura una limpieza profunda y un aroma muy agradable.
– PastTense (tensión blend): este blend o mezcla de distintos aceites, entre los que destacan el de flor de lavanda y de manzanilla romana, contribuye al alivio de dolores de cabeza, cuello y espalda provocados por cuadros de estrés. Al venir empacado en formato roll-on, es ideal para aplicarlo en las sienes, nuca, cuello y espalda mientras se masajea el lugar afectado.
Independiente de la forma en que utilicemos uno u otro aceite, es importante hacerlo con responsabilidad. En primer lugar, es fundamental adquirir aceites esenciales certificados y no dejarnos atraer por un bajo precio. Luego, si se tiene alguna enfermedad crónica o un malestar recurrente, es indispensable consultar con algún médico de preferencia, para tener un diagnóstico claro. Los aceites esenciales pueden complementar maravillosamente un tratamiento médico tradicional. Y, en tercer lugar, es esencial saber que estos aceites no son mágicos, sino que requieren una serie de prácticas para ser efectivos y otorgarnos el bienestar que buscamos.
Estos productos provenientes de la naturaleza nos invitan, entre otras cosas, a reflexionar sobre los dolores y malestares que nos afectan, con la intención de atacar la raíz del dolor y no solo el dolor en sí mismo. La naturaleza, una vez más, nos llama a mirar y comprender nuestro organismo, así como a cuidarlo exterior e interiormente.
René-Maurice Gattefosé (1881-1950) confiaba en el progreso científico y a su vez reconocía en los saberes milenarios una fuente inagotable de información, lo que le permitió salvar su vida. Y, con ello, nosotros podemos apreciar las bondades que los tiempos modernos han traído con ellos, sin olvidar nuestra conexión directa con la tierra y el conocimiento que esta es capaz de entregarnos.
Imagen interior vía cleanmyspace