Cuando escuché del cepillado en seco por primera vez, me pareció extrañamente abrasivo. La idea de restregar la piel con un cepillo, sin agua o jabón, me resultaba curiosa. Pero después de una búsqueda rápida por internet, empezó a sonar más prometedor: decía que sirve para exfoliar las células muertas, mejora la apariencia de la piel, es potencialmente desintoxicante. Vendido.
Así que compré un cepillo con cerdas suaves de fibra natural y mango largo, para poder alcanzar la espalda, y empecé a cepillarme el cuerpo a diario.
Leí que debía formar círculos sobre la piel con el cepillo, desde las extremidades hacia el torso. Gwyneth Paltrow recomienda partir cepillando la parte inferior del cuerpo e ir desplazándose hacia arriba, siempre en dirección al corazón. Como buena lectora de Goop, le hice caso.
A la segunda semana de haber empezado, sentía que poco a poco se volvía parte de mi rutina. Lo hacía casi a diario, antes de tomar una ducha por las mañanas –aunque reconozco que hubo días en que se me olvidó–. Todavía no sé si fue por un efecto placebo, pero según yo mi piel se veía más elástica. Hasta podría decir que me sentía más despierta después de cepillarme el cuerpo. Me convencí de que me destapaba los poros y mejoraba mi circulación.
Después de un mes, empecé a tener un horario de trabajo más flexible y, por lo tanto, una rutina algo irregular. Me duchaba de noche, antes de acostarme, ya cansada, y en las mañanas muchas veces prefería dormir un poco más. De a poco, me fui olvidando de cepillarme en seco antes de entrar a la ducha y, para cuando me daba cuenta de mi olvido, ya estaba adentro bajo el agua.
Confiada en que seguro me acordaría al día siguiente, y al otro, y al otro, eventualmente lo fui haciendo cada vez menos. En retrospectiva, sé que me ganó la pereza. He hecho esto antes: dejar ciertos hábitos porque empiezo a hacer un listado de pretextos en mi mente y a cuestionarme si estoy alcanzando un nivel insensato de vanidad.
Pero después de un diciembre de comidas y vino, estoy tratando de retomarlo. No me vendría mal estimular la circulación, y los beneficios son claros: no duele para nada, no requiere de mucho esfuerzo y tampoco toma mucho tiempo. Quizá suena indulgente destinar unos minutos en la mañana específicamente a cepillar la piel, pero confieso que extraño cepillarme en seco, porque me forzaba a comenzar el día más detenidamente, a poner atención a mi cuerpo y a lo que estaba haciendo.
Aprender a desacelerar los clásicos correteos compulsivos antes de salir de la casa es, finalmente, más útil que tener la piel suave. Aparte, son sólo cinco minutos, y el autoconsentimiento accesible nunca está demás.