Me considero una persona bastante organizada, pero cuando se trata de mi vida personal, la verdad es que el universo siempre logra sorprenderme. Sin esperarlo, pero intuyendo que algo importante sucedería, a finales de noviembre 2019 supe que estaba embarazada.
Cambio de planes, emociones nuevas, nuevas dinámicas de pareja (¡vamos a tener un hijo!), un cuerpo que empieza a cambiar, un trabajo personal muy potente de soltar el control, confiar, entregarme, y al mismo tiempo buscar información, descubrir nuevas facetas de mí misma, entre tantas otras cosas que han sucedido. Empezó un viaje hermoso, pero al mismo tiempo sumamente desafiante. Y si de por sí esta experiencia nos pone el mundo de cabeza, vivirlo en medio de una pandemia no lo hace más fácil.
Optimismo vs. frustración
Suelo ser flexible y optimista (a fin de cuentas tengo un alma sagitariana), así que con mi mejor ánimo me hice a la idea de que estos meses serían distintos a lo que me había imaginado, y que otras oportunidades de crecimiento e intimidad surgirían. Me decía “Javiera, querías estar tranquila en tu casa, ya has trabajado antes desde la casa, vas a poder estar cerca de Pablo, esta es una oportunidad” y me propuse seguir con mis rutinas: trabajar, leer, quizás tomar un curso online, darme espacios para meditar y pasarlo bien dentro de mi casa cocinando y comiendo rico, conectando por Zoom con familia y amigos, etc.
Pero el paso de los días empezó a pesar, y mi optimismo y energía empezaron a bajar. No sabía bien por qué, pero tenía pena, me sentía sin energía, sola, y a pesar de que mi diálogo interno era “tienes mucho por lo cual estar agradecida” o “esto es una oportunidad”, un día me rendí y me entregué al hecho de que estas emociones, sensaciones y pensamientos no tan positivos (que tan incómoda me hacen sentir) también son parte de este momento en mi vida. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero vivir el presente no es la experiencia iluminada de ver luz todo el tiempo. Por el contrario, es también sentarse con la sombra, ese lado que no nos gusta, y ver de frente incluso los prejuicios y exigencias que tenemos con nosotras mismas.
Y aquí viene otro punto en mi experiencia: reconocer que tenía ilusiones, imágenes y juicios asociados a esta etapa. Mis cercanos podrán dar fe de que nunca he sido particularmente maternal, o especialmente interesada en temas de crianza. Me interesan, especialmente ahora, pero al mismo nivel que muchas cosas más. En pleno encierro me frustraba no poder compartir con mi familia y amistades que mi panza empezaba a crecer, que me sentía linda en este nuevo cuerpo, que me emociona cada vez que siento que Gerónimo (mi futuro hijo) se mueve adentro mío, que tenía la ilusión de revisar la ropa heredada de mis sobrinos junto a mi mamá o que no habrían fotografías mías embarazada fuera de mi departamento. Todo era nuevo, desconocido y triste de sentir. Escribir y llevar un diario me ha servido mucho como una forma de registro personal, pero también para darme cuenta de todo esto que me estaba pasando. Reconozco que me daba un poco de pudor incluso conversar con mi pareja sobre esto (nuevamente prejuicios), porque me decía a mí misma: “cómo todo esto me puede dar tanta pena, no es tan importante frente a lo que estamos viviendo”. Pero es importante para mí y, al final, eso basta para darle un espacio.
Nuevos recursos y formas de apoyo
Mencioné que soy optimista, y sentirme con poca energía no es un estado que tolero por mucho tiempo. Por eso, tratando de ser consciente y hacerme cargo de mí misma, he tratado de salir al mundo sin salir de mi casa. Empecé un proyecto personal en el que, mes a mes, me autorretrato con mi guata cada vez más grande y puntiaguda, pregunto y pido ayuda con mis dudas a mis amigas, hermanas, mamá y primas sobre sus experiencias embarazadas y siendo madres, me atrevo más a compartir en mis propias redes sociales la felicidad que siento, me he propuesto pedir más ayuda (desde tareas domésticas hasta contención emocional) y quebrar poco a poco esa idea de mujer autosuficiente –que siempre puede un poco más– que siempre he tratado de ser y que hoy no me sirve más.
Pero no todo ha sido crecimiento personal. También sé que hay una vida real sucediendo afuera de las paredes de mi casa. Existe un virus que tiene al mundo paralizado por su contagio y al mismo tiempo corriendo para encontrar su cura, que ha cambiado radicalmente la forma en que estamos viviendo, así como los servicios de salud. En este contexto, digamos que estar embarazada y planificar un parto no es precisamente el panorama más tranquilizador. Frente a esto es que sentirme informada ha sido fundamental. Tomar un taller de parto siempre estuvo en mis planes, pero en estos momentos fue crucial para recuperar la confianza e informarme sobre aquellas prácticas que quiero y no quiero vivir durante mi parto, cuáles son mis derechos como futura madre, y lograr que mi pareja también sea parte de este momento. Y aunque parte del proceso mismo de parir y ser madre implica soltar, confiar y entregarse, confieso que me preocupa no poder hacerlo como quisiera (con el equipo médico que yo quería, por ejemplo). Pero vaya que se siente mejor cuando eso se vive recordando las palabras cálidas de una doula que me dijo una y otra vez, “tú puedes”.
Los nuevos protocolos de atención médica (turnos de equipos médicos o asistir sin acompañante a controles), la restricción de visitas postparto, entre otras medidas, hacen de este momento uno cargado de estrés y ansiedad, además de la esperable incertidumbre que significa ser madre por primera vez. Por eso ha sido una decisión muy consciente la de estar informada (no sobreinformada) acerca de cómo cuidar lo más posible mi salud y tomar las medidas necesarias para no exponerme yo o a mi pareja. Aunque la evidencia actual apunta a que las embarazadas no son pacientes con un mayor riesgo, que el virus no se transmite por la placenta o el parto vaginal, si es que puedo hacer de este momento incierto uno un poco más seguro, haré todo lo posible porque así sea.
Por último, creo que el consejo más sabio que me ha dado últimamente mi mamá ha sido “cuidémonos ahora, para poder disfrutar después”, y se ha quedado conmigo cada vez que me baja la ansiedad por querer vivir este embarazo como si fuera uno en un contexto “normal”, porque no lo es. Al final, la distancia de hoy es la garantía de vernos mañana y de acompañarnos esta nueva etapa. Y entre todas las luces y sombras aquí descritas, definitivamente me quedo con el calor de las primeras: agradecer un embarazo sano, un compañero de vida amoroso con el que estamos día a día –literalmente– construyendo un nido, una red de apoyo que ha logrado sentirse cerca, una red más lejana que no deja de mostrar cariño, además de la evidente posibilidad de estar viviendo esta pandemia sana y salva dentro de mi casa.
Sé que cada embarazo (y en definitiva cada vida) es diferente, una experiencia tan personal, donde las recetas sobran y la vivencia es lo único real a lo cual podemos aferrarnos. Pero espero que compartir experiencias nos permita sentir que no estamos solas. Que incluso lejos, cada una en su casa y en sus propias circunstancias puede conectar con otras mujeres y familias que están pasando por algo similar, y que entre todas podemos tendernos una mano amorosa y de cuidado que tanto bien nos hace para sobrellevar estos momentos.