Sin lugar a duda, la basura se ha convertido en un grave problema al que como sociedad nos enfrentamos actualmente. Solo en Chile se producen 1,25 kilogramos de basura diarios por persona, lo que se traduce en 21 toneladas de basura anuales. Lo esperanzador –y al mismo tiempo lamentable– es que muchas de esas toneladas podrían ser eliminadas o al menos reducidas si tomamos cartas en el asunto. Por eso hoy queremos contarles sobre la ley de las R: rechazar, reducir, reutilizar/reparar, reciclar y compostar (rot en inglés).
Hasta solo un par de años atrás, la basura simplemente no era tema. Nuestros contenedores se llenaban, en determinados días pasaba el camión de la basura y nuestra responsabilidad se limitaba a asegurarnos de sacar nuestras bolsas para que pudieran ser recogidas por ellos. Lo que pasaba después, no era tema nuestro. Pero hoy la situación claramente no es la misma.
Ya les hemos contado sobre la precursora del movimiento zero waste, Bea Johnson, y desde que empecé a leer su libro Zero Waste Home, es que inevitablemente he puesto atención a mis propios hábitos de consumo (y desecho) y los de las personas que me rodean. Y es abrumador darse cuenta de la cantidad de basura que podríamos ahorrarnos –a nosotros mismos y al planeta– si hiciéramos pequeñas modificaciones, tomáramos mejores decisiones y realmente comprendiéramos que el ciclo de vida de un producto también es nuestra responsabilidad. Precisamente para eso está la regla de las R, que, en resumen, nos permite reducir nuestro impacto.
1. Rechazar: Lo que no necesitamos
Para Johnson, embarcarse en una vida zero waste tiene relación –en gran parte– con lo que dejamos de traer a nuestra casa. Es decir, nos invita a reducir nuestro consumo, y no solo en cuanto a lo que compramos, sino también a las cosas que vamos acumulando a lo largo del día: bolsas plásticas, folletos en la calle, bombillas plásticas, muestras gratis, tarjetas de negocios, entre muchos otros. Finalmente, si pasivamente aceptamos todo lo que se va cruzando en nuestro camino, no solo estamos acumulando basura innecesaria, sino que estamos respaldando un sistema que no cuida sus recursos. Moraleja: pensar dos veces y cuestionarse, ¿esto es necesario?
2. Reducir: Lo que necesitamos y no podemos rechazar
Este paso significa, en parte, cuestionar nuestras necesidades y el uso que le damos a nuestras cosas. Por ejemplo, podemos evaluar nuestras compras anteriores. ¿Era realmente necesario ese artefacto? ¿cuál fue su durabilidad? ¿podía repararse? Y de esas preguntas pasamos a otras nuevas, pensando dos veces qué cosas incorporamos a nuestra vida y cuáles simplemente no valen la pena. Si solo leer este párrafo te da síndrome de abstinencia, no te lo hagas difícil y trata de alejarte de estímulos que invitan al consumo impulsivo, como la televisión o los centros comerciales. ¡Tú puedes!
Así, notaremos cómo poco a poco nuestra vida se va simplificando y nos enfocamos en un consumo consciente que prioriza la calidad por sobre la cantidad, y los productos reutilizables por sobre los desechables.
3. Reutilizar: Lo que consumimos y no podemos rechazar o reducir
Este paso nos invita a darle múltiples y nuevos usos a los objetos, maximizando su ciclo de vida. Esta vez la pregunta es: ¿puedo darle un nuevo uso a esto antes de botarlo o reciclarlo? ¿Puedo conseguir este producto en mercados de segunda mano o pedirlo prestado? Esto, además de implicar un ahorro para nosotros (compramos menos, utilizamos mejor) y el planeta (menos energía), también nos permitirá darnos cuenta de que, con un poco de imaginación, muchas cosas son posibles.
La reparación también es una R fundamental en este esquema. Hoy parece lejano, pero realmente hubo una época en que todo era reparable: nuestra ropa, los electrodomésticos, muebles, de todo. ¿Por qué lo hemos dejado atrás? Porque actualmente es casi más barato comprar algo nuevo que repararlo. Además, nos hemos alejado del proceso de producción y desconocemos que muchas veces aún queda mucha vida útil detrás de esos objetos que parecen estropeados.
4. Reciclar: Lo que no podemos rechazar, reducir o reusar.
Este suele ser uno de los pasos más orgánicos de incorporar a nuestros hábitos, pero como hemos visto anteriormente, no es el único. De hecho, si seguimos la guía anterior, notaremos que nuestra cantidad de basura va siendo cada vez menor, así como los desechos reciclables. No debemos perder de vista que el reciclaje también genera consumo de energía y que existen materiales que tienen una mejor vida post-reciclaje que otros. Por ejemplo, el vidrio puede ser reciclado múltiples veces y no perder su calidad en el proceso, en cambio, el plástico va degradándose en el camino.
En la web de Fundación Basura, ONG chilena que busca generar consciencia socioambiental para implementar estilos de vida libres de basura, podemos informarnos sobre las distintas alternativas de puntos limpios, recicladores a domicilio y otras opciones disponibles.
5. Compostar desechos orgánicos
¿Qué pasa con la basura orgánica? Esta también puede ser reciclada a través del compostaje, proceso en que los desechos orgánicos se descomponen y se convierten en tierra de hoja, la cual sirve como abono para nuestras plantas y jardines. ¿Por qué es importante este último paso? Porque los desechos orgánicos componen alrededor de un tercio de los desechos totales de una casa, y porque, a pesar de ser biodegradables, al terminar en basurales producen gas metano.
Familiarizarse con un estilo de vida zero waste o basura cero pone en jaque nuestros hábitos de consumo, así como nuestra responsabilidad por los desechos que generamos. Puede parecernos un poco radical, pero como en cualquier proyecto de cambio de hábitos, es fundamental ir de a poco, de manera gradual y realista. ¡La idea es disfrutar y sentirnos bien en el proceso!
¿Cuáles han sido sus mayores desafíos? ¿Tienen tips que quieran compartir?
Texto original escrito por Javiera Amengual y publicado originalmente en esfranca.com
Edición por Stephanie Valle