Todos los aspectos de nuestras vidas tienen una consecuencia en el medioambiente: desde la comida que consumimos, hasta el transporte que usamos. Eso lo tenemos claro. A nivel más macro, la forma de producir de energía en el mundo actual se basa convencionalmente en el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), lo que tiene, inevitablemente, un impacto negativo para el planeta. Con la idea de hacerle frente, aparece un mecanismo llamado neutralidad de carbono.
¿Qué es?
Es una de estrategia para combatir el cambio climático. Ser carbono neutral (o neutro en carbono) se refiere a alcanzar emisiones netas de dióxido de carbono iguales a cero.
¿Cómo se consigue?
Primero, con medidas que reducen el consumo de energía lo máximo posible. Esto incluye mejorar la eficiencia en los procesos de producción y aumentar la innovación en tecnología baja en carbono (como la energía nuclear, eólica o hidroeléctrica). Se complementa con migrar a un consumo de electricidad de fuentes renovables (energía solar, por ejemplo) y a la larga, eliminar el uso de combustibles fósiles. Dicho en simple, se consigue, antes que todo, emitiendo menos gases de efecto invernadero.
Antes de la reducción, como paréntesis, vale decir que a nivel institucional o nivel país, se requieren ciertas acciones previas, como contar con la voluntad política de comprometerse a conseguir la neutralidad de carbono, y hacer un proceso de cuantificación y análisis de las emisiones actuales. Luego, se establece un sistema de gestión medioambiental (para esto existen estándares internacionales), y ahí sí empieza la reducción.
¿Dónde está la dificultad de ser carbono neutral?
Hoy en día, es complicado alcanzar emisiones cero en muchas de las actividades humanas. Por tanto, en la medida en que no se puedan reducir (o eliminar) las emisiones de carbono, el siguiente paso son las compensaciones de carbono. Este mecanismo está pensado para equilibrar o neutralizar el volumen de emisiones liberadas a la atmósfera con una cantidad equivalente de retirada. Es decir, producir una merma de las emisiones. Un ejemplo sencillo de un esfuerzo de compensación es plantar árboles.
Otra forma de compensación es comprar créditos de carbono, establecido como un mecanismo para reducir las emisiones contaminantes en el Protocolo de Kioto, en 1997. Se venden estos créditos y derechos a países, organizaciones e individuos, con la idea de cumplir con el Acuerdo de París, alcanzado en la COP 21, en 2015 (donde se establecieron medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero). El Clean Development Mechanism (CDM), por ejemplo, permite que proyectos de reducción de emisiones obtengan créditos certificados (llamados CERs), que equivalen a una tonelada de CO2. Estos CERs se pueden intercambiar y vender, y usarse por países industrializados para alcanzar sus metas de reducción, definidas en el Protocolo de Kioto.
Tras las reducciones y compensaciones, el siguiente paso es evaluar los resultados y reimplementar lo que haya funcionado, con el fin de reducir las emisiones en cada ciclo y mejorar los esfuerzos anteriores.
Emisiones directas versus indirectas
Para ser considerada neutra en carbono, una organización tiene tener una huella de carbono cero. Esto implica, generalmente, reducir por completo las emisiones directas (es decir, los resultantes de la fabricación que sean controlados por la organización, como vehículos, viajes o ganado). En cuanto a las emisiones indirectas (las que resultan del uso o compra de un producto, como la electricidad ocupada para operar una oficina, o las emisiones diarias de los trabajadores que hacen trayectos de ida y vuelta al trabajo).
¿Qué podemos hacer en nuestro día a día?
La clave está en reducir nuestras emisiones de alguna de las maneras que explicamos acá: movilizarse de manera limpia (bicicleta, caminar), consumir alimentos locales y de temporada, (para reducir nuestras food miles, ¿las recuerdan?); ahorrar energía (desenchufar artículos en desuso, evitar el sobreconsumo); gestionar nuestros desechos y aprender a ver los residuos como recursos. Y, por último, comprender que ayudar a otros a reducir sus emisiones tiene el mismo efecto positivo que solo preocuparnos por nuestras emisiones individuales. Motivar a dos o tres personas puede duplicar o triplicar, respectivamente, nuestro impacto.