Hace unos dos o tres años me enteré de la campaña #PlasticFreeJuly o julio sin plásticos, y justo en ese tiempo mi inquietud con el uso de ese material estaba empezando a ser cada vez más fuerte.
Más allá del reciclaje, nunca había reparado realmente en el uso que le damos al plástico. Pero así como cuando juegas a encontrar autos de un color o marca en la carretera, y empiezas a verlos, pasa lo mismo con este material. Pasa que está en todos lados (frutas, verduras, otros alimentos, productos de higiene, restaurantes, nuestra ropa y un largo etcétera), y su uso puede durar segundos antes de terminar en la basura, acumulándose por cientos de años en vertederos o contaminando el medioambiente.
La campaña #PlasticFreeJuly nos plantea el desafío de vivir un mes libre de plásticos, y aunque muchas hagamos esfuerzos titánicos por alejarnos de él, sabemos que no es una tarea fácil… Pero tampoco imposible. Hemos conocido empresas que están ofreciendo alternativas de reemplazo; hemos conversado con expertas que están orientando sus esfuerzos a investigar el impacto de los macro, micro y nanoplásticos en organismos marinos y el ser humano; compartido recetas para hacer algunos productos típicamente llenos de packaging, y hemos explorado ese tema ligado a la industria de la belleza, entre otros. Y nuestro plan es continuar haciéndolo, no solo en esta edición de julio, sino en muchas por venir.
Eliminar el plástico de nuestra vida no es algo que se haga en un mes, ni un esfuerzo que deba hacerse solo por ese periodo delimitado de tiempo; es una tarea mucho más ardua, profunda y urgente. El problema no es el plástico, somos nosotros. El problema no es que el material sea barato y resistente, es que le damos un solo uso, siendo que es prácticamente indestructible. El problema no es solo que sea un derivado del petróleo, es que hemos abusado de ese recurso.
Ya sabemos qué plásticos se pueden reciclar y cuáles no, y también hemos visto que el reciclaje no es la solución, pues existen otras alternativas y está en nuestras manos tomarlas, hacerlas parte de nuestro día a día o demandarlas.
Quizás evitar una bombilla no salva el mundo, pero… ¿eso significa que debemos seguir usándolas? ¿Significa que no debemos cuestionarnos la normalización de las cosas? ¿Que no podemos plantearnos otra forma de hacerlas?
Mientras pedimos nuestro áperol sin bombilla, seguimos empujando al mundo en esa dirección.
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