Es imposible tener respuestas rápidas y certeras para una pregunta como esta. De hecho, elaborando este artículo solo seguí encontrándome con muchísimas más dudas, y es precisamente ese el valor del estallido social: nos lleva a cuestionarnos, evaluar y encontrar nuevas respuestas que no tenemos, pero que en conjunto y a través del intercambio podemos encontrar.
Una industria fantasma: La desaparición de la industria textil en Chile
Es parte de nuestro imaginario la expansión que la industria textil nacional vivió durante el siglo XX, donde fábricas textiles como Yarur Manufacturas Chilenas de Algodón, Manufacturas Sumar, Caffarena y Moletto hermanos, fueron parte lo que podríamos llamar “una época de oro” de la industria textil nacional (Memoria Chilena). Pero hoy en día poco o nada queda de esa realidad.
El impacto de las nuevas políticas económicas neoliberales instaladas durante la dictadura repercutieron en el cierre de fábricas o adaptación al mercado (importando vestuario extranjero, por ejemplo), producto de la feroz competencia internacional.
La escasa oferta de textiles nacionales no solo se traduce en menos empleos asociados a ese sector, sino también en la pérdida de saberes, maquinarias y posibilidades de innovación asociadas a esa industria. Por otra parte, la falta de variedad en la oferta textil merma la originalidad, creatividad y calidad de las creaciones nacionales, lo que puede derivar en repeticiones y vestuario de mala calidad o, por otro lado, ser un tremendo incentivo para el diseño nacional para diferenciarse en las técnicas utilizadas, la creación de estampados propios a través de técnicas textiles, generar asociatividad a la hora de hacer encargos textiles al exterior, entre otros.
De todos modos, un breve barrido por la historia nos deja preguntas como: ¿qué haría falta para potenciar la industria textil nacional? ¿Se podrían generar nuevas asociaciones con los países vecinos? ¿Es la asociatividad entre diseñadores una vía para el acceso a mejores materias primas? ¿Cómo fomentar e informar al consumidor de los beneficios de consumir de forma local, de calidad y bajo buenas prácticas?
Moda de autor: potenciando la industria local.
A pesar de la consolidación de grandes cadenas de retail y marcas importadas en el país, lo que conocemos actualmente como diseño de autor chileno ha ganado terreno desde inicios del siglo XXI, el cual “apela a encantar al consumidor desde nuevas lógicas creativas y del hacer”. Así lo menciona la encuesta Diagnóstico económico de la moda de autor en Chile.
¿Qué caracteriza a la industria de la moda local? “En una escena de la moda chilena dominada por las mujeres (73,1%) con estudios universitarios o técnicos, la multifuncionalidad es el factor común. Los creativos diseñan, producen, comercializan y comunican sus marcas apoyados de pequeños equipos part-time, y proveedores que no siempre logran responder a sus necesidades de variedad, en términos de productos e insumos, y calidad, en cuanto al servicio que entregan” revela dicho estudio.
Un 83,9% ha iniciado actividades frente al SII y 88% se declara como microempresa. Un 61,1% cuenta con un equipo de entre 2 a 4 personas, y en términos generales, la relación laboral se da de forma part-time. En general produce dos colecciones al año (58,9%), desarrolla 0 a 20 modelos al año (43,6%) o 21 a 40 (40,4%) y considera que en su trabajo existe un rescate de oficios o utilización de técnicas artesanales nacionales (84%).
Así, el desarrollo de una marca de moda nacional (sustentable o no), no es una tarea fácil si consideramos que gran parte del financiamiento corre por parte del diseñador (63%), donde además se hace cargo de gran parte de la cadena productiva (dada esta misma falta de recursos) y no es capaz de soportar el “valle de la muerte”.
Vemos en el diseño de autor una increíble oportunidad de generar alternativas de diseño, mucho más creativas, a baja escala y de mayor calidad, pero el contexto es adverso si no logramos articular el diseño como parte de una industria creativa. En este sentido, la asociatividad ha dado luces de ser una respuesta, con tiendas y colectivos que apoyan la comercialización de productos, con programas estatales que promueven rondas de negocios y la incorporación de otras miradas, pero… ¿es suficiente? ¿Hace falta mayor organización dentro del sector? ¿Qué se necesita para que la moda de autor construya una industria de la moda basada en el bienestar social y medioambiental? ¿Cómo generar mayores sinergias entre diseñadores y otros sectores de la sociedad? ¿Cómo seguir sensibilizando a nuevos consumidores a preferir diseño nacional?
Mano de obra invisible
Así es, nos sabemos quién, dónde y en qué condiciones fue hecha nuestra ropa. No porque no queramos saberlo realmente, sino porque la industria de la moda funciona de manera opaca, con largas cadenas productivas, sobre todo si nos referimos al fast fashion. Por otra parte, la comunicación de la moda se ha centrado en vender productos, tendencias, el nuevo “must have” a un consumidor comprendido –hasta ahora– como pasivo, dejando de lado las personas, las historias y saberes que hay detrás de cada prenda que consumimos. Hemos sido (ilusoriamente) desprendidos de la cadena de la moda, cuando por el simple hecho de vestirnos todos los días somos tan parte de ella como quien cultivó una materia prima o confeccionó una prenda.
Campañas como Fashion Revolution nos han invitado a reflexionar sobre este aspecto, haciendo un llamado a preguntarles a las marcas quién hizo mi ropa, y de paso incorporar la idea de que detrás de cada prenda que tenemos hubo personas involucradas, a las cuales no vemos pero sabemos que están ahí.
A pesar de que gran parte de la confección del vestuario se sitúa bastante lejos de nosotros, Chile no está exento de abusos e irregularidades.
El año 2017 la oficina de la OIT para el Cono Sur de América Latina y la Fundación SOL desarrollaron un estudio que dejaba al descubierto que trabajadoras textiles domiciliarias producían para intermediarios que abastecen a la industria textil mayorista, donde las condiciones laborales en las que estas dinámicas se desarrollan son de alta precariedad, con bajas remuneraciones y sin acceso a la seguridad social.
Dentro de los principales problemas y desafíos que revela el estudio se encuentra, la informalidad del trabajo. En palabras de Alexander Páez, investigador de Fundación SOL y coordinador del estudio: “el problema fundamental es que parecen trabajadoras independientes, pero en realidad están insertas en una cadena de relaciones de dependencia a través de las cuales, por ejemplo, el nivel superior de la cadena –en este caso el retail– logra vender las prendas a precios mucho más altos que el costo real. De ahí que la ganancia se sostenga no en el valor intrínseco del producto, sino en las bajas remuneraciones pagadas a los eslabones inferiores de la cadena, representadas por las mujeres trabajadoras textiles y sus hogares”. Esta informalidad, además, impide tener cifras exactas sobre la cantidad de mujeres que trabajan en estas condiciones.
Por otra parte, el trabajo textil en domicilio es invisible. ¿Cómo así? El estudio sostiene que las mujeres en muchas ocasiones no se consideran “trabajadoras” –como productoras de ingresos– debido a la inestabilidad, las bajas remuneraciones que suelen percibir, y a que no forman parte de un espacio físico como una fábrica textil. “Se ha entendido el trabajo textil como una labor que, al realizarse en su mayoría por mujeres dentro del hogar, contiene una capacidad productiva para el mercado que no necesariamente se remunera por sobre los costos de producción, al ser los ingresos muy bajos en relación a las necesidades de reproducción del hogar”, explica Páez.
Además el estudio señala otros puntos críticos, como inseguridad laboral, social y de salud. Lo anterior no solo revela una profunda desconexión con la cadena productiva, donde como consumidores tenemos la responsabilidad de pedir respuestas y exigir mejores condiciones laborales, prefiriendo marcas donde la transparencia, trazabilidad y buenas prácticas sean comprobadas y comunicadas (¡una gran oportunidad para el diseño nacional, cuya menor escala permite implementar más rápidamente estos puntos!).
Artesanía como patrimonio cultural y recurso económico
En una interesante columna para Franca. Magazine, Alejandra Bobadilla comentó sobre el rol de la artesanía tradicional y contemporánea nacional, destacando que “el desafío de las nuevas generaciones de artesanos y diseñadores es nutrirse de la artesanía tradicional comprendiendo y visualizando los códigos estéticos, técnicos y culturales para luego decodificarlos y crear nuevos códigos –y así sucesivamente–, para generar un formato original”.
Dentro del contexto nacional, y sobre todo frente a una crisis social y medioambiental, salta a la vista cómo las artesanías albergan conocimiento, identidad nacional y calidad, además de ser parte de nuestro patrimonio cultural. Pero sobre todo se plantea como una alternativa al sistema de consumo actual: en masa, basado en tendencias y desechable. La artesanía conecta con personas, saberes e historias, con materiales, trabajo a baja escala y de calidad; con la experiencia y la excelencia.
“Son conocidas las marcas de diseño que han utilizado iconografía de comunidades indígenas para copiar su conocimiento y sus creaciones. Han obtenido beneficios solo para las marcas, sin establecer una co-creación transparente o establecer beneficios mutuos. Extraen este conocimiento para una colección sin construir lazos a largo plazo con las comunidades ni aportarles con beneficios económicos o un desarrollo sustentable. Ante tantas marcas de fast fashion y de lujo que perpetúan estas malas prácticas, el patrimonio cultural de muchos artesanos es constantemente utilizado y queda completamente desprotegido”, menciona Alejandra, y nos invita a revisar en este contexto cómo incorporar, de manera respetuosa y con valor, la artesanía y el diseño contemporáneo. Y desde la vereda del consumidor, ¿cómo acercar la artesanía a un consumidor más amplio? ¿Cómo informar y potenciar un vínculo afectivo con esas piezas únicas y cargadas de patrimonio?
Consumo y basura: Necesitamos un cambio de modelo
Lo decimos mucho, lo sabemos, pero nuestro rol como consumidores es fundamental. Sobre todo cuando ponemos en perspectiva cifras que nos hacen ver en qué gastamos nuestro dinero y cuánto consumimos. Chile es el país que más indumentaria consume en Latinoamérica, con un promedio anual de 50 nuevas prendas y de casi 6 pares de zapatos por habitante («El mercado de la confección textil y el calzado en Chile», Instituto ICEX, 2017).
Estamos consumiendo más ropa, de peor calidad y por menos tiempo, haciendo de prendas que anteriormente eran cuidadas, enmendadas y heredadas, bienes de consumo desechable que terminan en rellenos sanitarios.
No existen datos exactos sobre cuántos residuos textiles se producen por persona en Chile, pero sabemos que cada chileno produce aproximadamente 1,1 kilos de basura al día (Ministerio del Medio Ambiente), lo que permite suponer que “dadas las similitudes del comportamiento de consumo de ropa de los chilenos, respecto al de los mercados desarrollados, se podría inferir que de los 401,5 kilos de basura que produce cada persona durante el año, alrededor del 7% corresponde a textiles” (Asesoría técnica parlamentaria “Reutilización de residuos textiles”, Julio 2019).
Lo anterior no solo afecta al medio ¡ambiente, pues una crisis ambiental no está aislada de lo social, y un claro ejemplo de eso ha sido la proliferación de vertederos y quemas ilegales de ropa en la región de Tarapacá, donde cerca de 12 mil toneladas de ropa usada de la Zofri han sido depositadas en basurales de Alto Hospicio.
¿Cómo frenar la producción y consumo indiscriminado? ¿Cómo utilizar dicha materia prima y hacerla parte del sistema nuevamente? ¿De qué manera afecta nuestro consumo a esta situación? ¿Basta con comprar menos y mejor? ¿Cómo diseñar para frenar el exceso de producción?
Explorando nuevos paradigmas y modelos de negocio: Arriendo, swap, moda circular
Estamos frente a un cambio, en transición a una nueva forma de entender, producir, comunicar y producir ropa. Y es precisamente este contexto incierto y de cambio el terreno fértil para innovaciones, nuevas formas de relacionarnos con la moda (en este caso, pero probablemente también con otras áreas). Nuevos modelos de negocio, tecnología y nuevas relaciones han surgido en los últimos años y sabemos que hay muchísimo más por venir.
Desde el surgimiento de arriendos de ropa que cuestionan la necesidad de comprar todo lo que usamos, hasta tecnologías de código abierto que han revolucionado la forma en que se manejaba la información en una de las industrias más “secretistas” de todas; pasando por nuevas plataformas que permiten comprar y vender ropa usada o la implementación de swap parties como las que realiza Ropantic, están proliferando nuevas formas de relacionarnos con el vestuario.
¿Cómo, desde las comunicaciones, podemos proponer y fomentar nuevas lógicas de consumo? ¿Cómo la industria de la moda, desde el diseño (e incorporando toda la cadena productiva), puede innovar en sus modelos de negocio?
Es evidente que son muchos los frentes, los cuales inevitablemente están conectados, y que frente al estallido social, la moda nacional se dispone a enfrentar su pasado, a reconocer el conocimiento que hay en nuestra propia artesanía, a cambiar la situación laboral de mujeres que silenciosamente confeccionan la ropa hoy en día, a reducir la producción y consumo desmedido, y abrirse a nuevos modelos de hacer negocios, colaboraciones y avances.
Hoy somos un libro abierto, no volvamos a cerrarlo.