Si hay una mente inquieta que nos despertaba curiosidad por descubrir, esa era la de Rita Cox, periodista que ocupó el rol de editora de Moda y Belleza, y entrevistadora en revista Paula por siete años, y que actualmente es parte del Laboratorio de Contenidos de Marca LT, escribe para el suplemento Tendencias LT y en revista SML, además de conducir el programa Tejado de Vidrio, en radio Zero, junto a Iván Guerrero.
Gran conversadora, con mucho sentido del humor y una seguidilla de ideas a las que hay que seguir la pista rápidamente, nos acercamos a ella para conocer más sobre sus recuerdos, gustos e ideas.
Siempre me acuerdo del día en que nació mi hija Martina, a las 14:01 del 15 de diciembre de 2005. Una vez que decidimos junto a su papá cómo se llamaría, comencé a imaginar su cara. Una vez que salió de mí y la vi, era exactamente como la había pensado. Estoy segura de que sin conocerla ya la conocía. Sin ser del tipo #MaternidadCausa, sino del tipo “no hice nada en particular durante mi embarazo” (y tuve un feliz parto por cesárea con doctores hablando sobre sus planes del fin de semana), durante los nueve meses de espera me bajó un especial ensimismamiento que parece me permitió conectar con mi hija. Es como puedo explicar que, una vez que estuvimos frente a frente, sus rasgos más particulares, como su boca, y el
primer gesto que hizo con ella, me resultaron totalmente familiares. Esa imagen sigue intacta en mí memoria y la disfruto.
Una idea que me ronda últimamente es cómo, sin drogas, sin artificios, pero tal vez sumando o restando alguna práctica diaria, y/o eliminando o agregando algo en mi alimentación, alcanzar niveles o estados de conciencia distintos, nuevos. Lo experimenté en un par de ocasiones cuando hace unos años eliminé todos los azúcares añadidos y el copete. Fue alucinante. No sé cómo fui capaz de tanto rigor. También durante una semana que estuve casi sin hablar y la cabeza se me disparó hacia un calmo modo avión. Cero ruido mental.
La mejor historia que he escuchado recientemente se trataba de una turista en un parque full verde en Río de Janeiro, con monos incluidos, que, intentando tener un momento Jane Goodall, sacó de su mochila un taper con una piña para almorzar y a los dos segundos figuraba gritando despavorida, huyendo de un mono chico que intentó arrebatarle la piña (que terminó en el suelo). Ser humano y animal asustados de un encuentro demasiado cercano e innecesario. Historia de terror que escucho en mi cabeza desde hace unos 15 días, cuando me ocurrió. Síntesis: fobia a los monos.
Si quisiera cambiar de profesión, sería fotógrafa o diseñadora gráfica. Aunque me gano la vida con las palabras (hablando en la radio, escribiendo, haciendo clases), el silencio me parece cada vez más seductor y la posibilidad de decir algo a través de una imagen me fascina.
Lo que más me hace sentir en casa es estar en casa, ordenarla, limpiarla (amo pasar la aspiradora y el lustramuebles), regar, sacar las hojas secas del jardín, barrer la vereda, echar al lavado la ropa sucia, cambiar algo de lugar. Y mientras todo eso sucede, que mi hija y mis perritas estén circulando.
Me enorgullece decir que he aprendido a volcarme hacia el bienestar. Ir hacia la luz y escapar de las sombras. Ha sido un trabajo largo y lento, paso de tortuga, que comenzó al descubrir al siquiatra y analista correcto a los 19 años, encontrarme en la vida con mi amiga Lucy, mejor consejera en momentos fáciles e imposibles, meter la pata mucho y sistemáticamente de puro autoflagelante, sacar del mapa a la gente tóxica y concluir que el día a día puede ser la mejor isla del Caribe. El paraíso es un estado mental, lo mismo que el infierno. Las tragedias llegan solas. Mejor no ir a buscarlas.
Para mí la moda es muchas cosas. Belleza, creatividad y genialidad, en un polo. Ridiculez y consumo absurdo, en otro. Hay muchos tipos de moda. Me cuesta eso de “estar a la moda” en una mujer adulta. Lo leo como una fractura en su identidad y seguridad que la obliga a modificar constantemente su vestir para arribar a algún lugar que no sabría determinar cuál es. Prefiero, entonces, la épica creativa de la moda y el estilo. Prefiero a mujeres revolucionarias como Coco Chanel, Iris van Herpen y Franca Sozzani, y el estilo de otras como Lauren Hutton, Julie Pelipas, Javiera Díaz De Valdés y Berni Braun. O mujeres que juegan como la Bernardita Torres y Dolores Gazitúa. Pero no encuentro nada de atractivo en las que están siempre “demasiado a la moda”.
El mejor consejo que me han dado ha sido: “Escucha lo que te dice tu guata”. Me lo dio Nina Mackenna, ex directora creativa de revista Paula, de quién aprendí de moda, primero leyendo sus preciosas columnas como una simple y anónima lectora, y luego teniendo el privilegio de editar sus textos. Cuando se fue de Paula para fundar revista SML, pensé que me sería imposible seguir haciendo mi trabajo con cierta altura y dignidad. Sus palabras fueron fundamentales para comenzar a escuchar mi propia voz y atreverme a comunicarla. Esa frase me convenció de que el instinto, metabolizado también por la experiencia laboral, cultural y biográfica, es de máxima importancia.
Algo que quiero cambiar en el mundo es que ningún niño sufra en el plano que sea. La niñez debiese ser un espacio sagrado de seguridad y dicha.
Lo que más me gusta de mí día a día es amar a mi hija, mirar a mis perritas y el jardín, saber que en la familia están todos sanos y hacer radio, el Tejado de Vidrio, en Zero, junto a Iván Guerrero. Vamos para el año y todo ha sido aprender del artesanato de la radio, del oficio de mi compañero, de la relevancia del oído y de los ritmos. Junto a eso, ha sido apasionante estar arriba de la actualidad, poder emitir una opinión, intentar ser fiel a mí misma y, lo que para algunos es terrible, para mí es magnífico: levantarme a las 5:15 AM para estar al aire a las 7:00. La mañana es definitivamente lo mío.
Podría ver mil veces la película El Cisne Negro, todas las de Woody Allen, El Padrino y Closer. No me hagan elegir una.
Objetos que me traen buenos recuerdos son las fotos enmarcadas que me ha regalado mi hija y en las que aparecemos las dos.
El misterio que más me inquieta es vivir. Para qué y el porqué es todo esto. ¿Se acaba aquí? ¿Sigue de otras maneras?
Me siento indulgente cuando… Tuve que buscar la palabra en el diccionario. Lo prometo. Si la consideramos como sinónimo de ‘bondadosa’, nunca me siento lo suficientemente indulgente. Todo lo que hago es para mí y mi familia. Nunca he dado el paso ese de hacer algo constante por los demás, para quienes no son de mi circulo cercano. Es un pendiente que me pesa todos los días y en ocasiones me hace sentir vacía y miserable. Hay pocas cosas que me parezcan más elegantes que la generosidad. Me falta elegancia.
Me llevé una sorpresa enorme el día que una amiga me invitó con todo pagado a Londres. Amiga working class hero que tuvo un golpe de suerte y quiso compartirlo conmigo. Persona hecha con madera noble.
De repente me da nostalgia por la etapa guagua y niña-niña de mi hija adolescente. Cuando me decía “mami” o “mamita” y andaba pegoteada a mí.
El libro que más me ha marcado es La campana de cristal, de Sylvia Plath. Es una novela, pero fue la puerta de entrada para leer su poesía. Su mundo, tan femenino como trágico, me atrapa. Escucharla recitar (se encuentra en YouTube) es tremendo. Debo sumar Conversaciones con Marcel Duchamp, que considero un libro de cabecera. Aunque es el diálogo con un artista e intelectual, también es una guía para la vida. Retratos, de Truman Capote. El texto sobre Marilyn Monroe (‘Una adorable criatura’) es una clase magistral. No puedo elegir uno.
La canción que me ronda en la cabeza últimamente es Chicago, de Sufjan Stevens. Es la canción con que abre The Politician (Netflix), de Ryan Murphy. Es un himno a la vida, al encuentro con algo o alguien magnífico. Me pone los pelos de punta.
Un momento que definió mi carrera fue el día que decidí ganar dos tercios menos de lo que ganaba para integrarme a un proyecto que me apasionó y donde conocí a personas excepcionales. Hay un antes y un después en mi vida tras tomar esa decisión.
Un proyecto que me tiene entusiasmada es uno que está en mi cabeza. Me falta hacer el Keynote. Siempre dilatando.
Si pudiera conocer a cualquier persona del mundo, escogería a… No se me ocurre, ya que no la conozco. ¿Famoso? No sabría quién. Tal vez me gustaría ser invisible y ver cómo se mueven filmando una película Joaquin Phoenix o Christian Bale. O mejor los dos.
Cuando necesito una pausa me acuesto y duermo. Me apago.
Un olor que me trae recuerdos es el de los coquitos de eucaliptus. Me recuerdan a mi abuela paterna y el parque de su casa en la playa, donde pasé momentos ensoñadores de mi infancia, y de su departamento en Providencia.
La mejor comida de mi infancia eran las pizzas que hacía mi padrastro, Carlos Altamirano Valenzuela.
Si pudiera decirle algo a mi yo de 15 años le diría: “¡Deja de sufrir TARADA!”. “¡Mira para el lado, que el tipo que te gusta hace un año y te seguirá gustando por dos más NO TE PESCARÁ JAMÁS!”. “¿En serio detestas el colegio en que estás? ¡Habla con tus papás y diles las razones!”. “¡Usa shorts y minis hasta quedar exhausta! Nunca más volverás a tener esas piernas”. “Esa chasquilla llena de laca es un error garrafal”. “Deja de sufrir, deja de ser tan insegura, aunque todo ese padecimiento es un viaje a la intimidad que moldeará tus gustos y criterios y determinaciones”.
En mi velador siempre hay un aromatizador con algún aceite cítrico, una cajita para dejar los aros, una lámpara, algún impreso en proceso de lectura, un set de sérums de cara y ojos, crema de manos, una pinza, mi láser facial de GAMA que uso día por medio con ilimitada fe (risas).
Lo primero que hago en la mañana es meterme a la ducha y cronometrar cada movimiento para llegar a tiempo a la radio.
Mi lugar favorito en Santiago es mi casa.
Rita Cox será una de nuestras primeras invitadas a Conversaciones Franca. ciclo de conversaciones en formato happy hour que nos invitan a reflexionar junto a grandes mujeres y una rica copa de vino sobre temas que a todas nos importan, de forma profunda, pero divertida.