Soy de las que suele comprar a granel el detergente para la ropa y lavalozas en un lugar, luego voy a otro de mis emprendimientos favoritos a abastecerme de frutos secos o granos a granel. Compro las frutas y verduras en ciertas verdulerías de mi barrio o encargo a domicilio de proveedores locales de agricultura orgánica, y en general prefiero comprar lo justo y lo más fresco posible. Evito los empaques de todo tipo, especialmente los plásticos, reciclo mis desechos orgánicos a través de un servicio de retiro a domicilio, entre otros hábitos que poco a poco e ido incorporando en mi rutina diaria. Pero mis hábitos han cambiado bastante en las últimas semanas, no sin pesar en mi consciencia.
He sido parte de ese grupo de personas afortunadas que, desde antes de declararse cuarentena en algunas comunas del país, optaron por quedarse trabajando en casa. Por una parte estoy acostumbrada, por otra, no alteraba demasiado mis rutinas laborales. ¡Check! Pero con el pasar de los días empecé a experimentar lo que realmente significaba quedarse en la casa. Sabía que si realmente quería dejar de exponerme y exponer a otros debía dejar atrás mis múltiples salidas para abastecer mi casa, ser más eficiente en mis compras y también más precavida. Y así me vi escogiendo productos, marcas o comercios que hace solo un mes no eran parte de mis alternativas. ¿Soy la única? Creo que no, y aquí voy con mis confesiones.
Apoyo la economía local y con valores sostenibles, principalmente escogiendo emprendimientos locales de diversos rubros, pero confieso que en determinados momentos he optado por la conveniencia, haciendo una compra en grandes supermercados, llenando un carrito de compras con productos con muchísimos más empaques plásticos (y de todo tipo) de los que quisiera.
Estas decisiones han hecho que acumule más residuos que actualmente no puedo reciclar, los que son apilados en una ruma que miro con algo de desdén cada vez que paso por mi lavadero. Y sobre los desechos orgánicos, las cosas tampoco han ido tan bien. El servicio de retiro que suelo ocupar también ha tenido sus propios desafíos y, con su interrupción temporal, sumada a lo muchísimo más que estoy cocinando en casa y a la falta de espacio, he tenido que botar algunos desechos a la basura.
Consumo ocasionalmente pescados y mariscos, por lo que no soy una vegetariana estricta. Sin embargo, en mi casa solo cocinamos comida vegetariana y vegana, hasta ahora. Y este no es el único paréntesis que he hecho, ya que algunos desechables que con mucho esfuerzo removí de mi vida hoy –en un afán de higiene, limpieza y un poco de paranoia– han vuelto a ingresar, como los pañuelos y servilletas desechables y las toallas de papel.
Podría enumerar algunas anécdotas más, pero creo que el punto ha sido ilustrado: mis hábitos domésticos han cambiado. Pero más que hacer de este espacio un confesionario, busco a través de esta reflexión poner las cosas en perspectiva y, de paso, si a ustedes también les ha agobiado “el peso de la consciencia”, también darles un respiro, porque definitivamente cuando hablamos de “consumir más consciente” no existe una receta.
Nuestros valores éticos no son estáticos y siempre responden a un contexto. Así como hace tres años quizás a muchos no les interesaba saber qué sucedía con el plástico en el planeta (porque después de botarlo a la basura no era problema nuestro, ¿verdad?), hoy el contexto nos pide reorganizar algunas prioridades. En mi caso, mantener a mi familia sana es fundamental, especialmente ahora que estoy embarazada. Si eso significa optimizar mis compras para evitar numerosos deliverys y comprar con menos frecuencia, u optar por algunos productos que me solucionan la vida en momentos donde las rutinas están alteradas aunque vengan con más empaques de los que suelo escoger (y que en el mejor de los casos son reciclables), bueno, en este contexto, lo haré.
Entiendo (no sin esforzarme) que estas circunstancia son transitorias. Aunque hoy sentimos que llevamos toda una vida –y que nos queda otra más– viviendo esta situación, toda crisis se caracteriza por ocupar un determinado espacio y tiempo. No son eternas, tienen un principio, un clímax y un final. Que hoy no podamos llevar a cabo nuestras rutinas saludables o sustentables a cabalidad no significa que el día de mañana no podamos retomarlas, incluso con mayor fuerza y convicción. Este 2020 nos pide ser flexibles, y poco a poco tanto nosotras como nuestros emprendimientos favoritos estamos adaptándonos a esta situación. Si hubo un par de compras a grandes cadenas de supermercados, bueno, ¡fueron útiles en ese momento! Y ahora que muchas marcas pequeñas han logrado seguir operando las seguiremos apoyando.
Responder a un contexto en particular no significa tirar por la ventana todo el trabajo que ya hemos hecho de informarnos, de tomar conciencia y modificar hábitos. Este tema no es algo nuevo en este magazine, y hace solo un par de semanas atrás hablábamos sobre abandonar la búsqueda de perfección, un tema que hoy, personalmente, me resuena con aún mayor fuerza.
Lo que compramos (o no) es una parte del asunto que quizás nos hace sentir que hemos fallado en nuestra misión de ser consumidoras más conscientes, pero también ha iluminado otras reflexiones en torno a nuestros hábitos de consumo en un sentido más amplio y holístico. Si revisas tu cartola del banco y comparas este mes y otros anteriores, ¿puedes ver cómo ha variado en qué gastabas tu dinero antes y en qué lo haces ahora? ¿Hay algo a lo que tenías acceso antes que hoy extrañes o realmente necesites? ¿Qué vale la pena que se quede en tu lista de gastos importantes? Por otra parte, ¿qué nuevos hábitos hemos ganado en este periodo? Por ejemplo, para mí y mi marido dejar de salir a comer ha sido un gran cambio, y nos ha encantado conectar con ser más creativos a la hora de cocinar, optimizar lo más posible nuestros alimentos y tener el desafío constante de que nada se pierda (¡además de ahorrar un montón en salidas!).
Aun así, no podemos dejar de reflexionar sobre las buenas prácticas que sí hemos logrado cultivar en estos días de distanciamiento social. Desde aquellas más domésticas, como preguntarnos sobre cómo estamos habitando nuestros espacios en estos días, qué lugares de mi hogar me hacen sentir bien, qué me ha gustado hacer, qué me genera tedio y cómo podría ayudarme a mí misma con esa situación; hasta aquellas reflexiones que tienen relación con cómo nos habitamos a nosotras mismas, por ejemplo: ¿qué nuevas dinámicas estoy descubriendo con mi familia? ¿Cómo puedo contener a las personas que –cerca o lejos– son parte de mi comunidad más cercana? Y el infaltable: ¿me he dado permiso para sentir todo lo que está ocurriendo a mi alrededor?
Imagen de portada: Sylvie Tittel vía Unsplash