A finales de julio me empezó a quedar poco shampoo. Era una botella típica de shampoo líquido de supermercado que mi pololo había dejado antes de irse. No le tenía ningún apego al producto, pero me rehusaba a dejar que se desperdicie, así que lo usé por varios meses hasta que estuvo por terminarse. Pensando en la inminente reposición, la sola idea de salir a comprar una botella plástica de shampoo me resultaba repelente. Así que decidí darle una oportunidad al shampoo sólido y me animé a comprar online este de rosas.
Supe desde un comienzo que bajo el punto de vista ambiental sería ideal. Usar una barra sin empaque para lavarme el pelo y dejar por fin las botellas en la ducha es uno de los escenarios zero waste de mis sueños. Pero igual tenía reparos más bien prácticos y medio superficiales: ¿hará espuma? ¿Será que de verdad deja el pelo limpio? ¿Durará menos que una botella de shampoo líquido? ¿Cómo almacenarlo para que no se deteriore?
Cuando me llegó el paquete en cuarentena, la verdad me sorprendió que el shampoo no fuera del color de la foto, era morado. Y su textura no era precisamente compacta y lisa como la de un jabón, sino que se veía más bien como un pequeño prisma de masa fresca. Pero el olor era envolvente y natural, lejos de los olores artificiales de algunos champús convencionales.
Fuera de toda lógica, el uso de un shampoo sólido no es precisamente intuitivo. Llevo 29 años lavándome el pelo con un líquido que vierto sobre mi mano y luego masajeo sobre mi cabeza sin pensar, así que al enfrentarme a esta pequeña masa no podía actuar con el mismo flujo del hábito. Busqué en internet recomendaciones de cómo usarlo y encontré dos opciones: la primera es frotar la barra directamente sobre el cuero cabelludo mojado; la segunda, frotar la barra entre las manos hasta obtener suficiente espuma y aplicarla uniformemente sobre el pelo. No sé por qué lo hago sonar como una ciencia; básicamente, el shampoo sólido es al pelo como un jabón en barra es al cuerpo: o se frota directamente o se hace espuma primero. Me incliné por el segundo método, porque tenía la sensación de que si ponía la masa directamente sobre mi pelo mojado iba a terminar por desintegrarse entre mis dedos.
La primera vez que lo usé el checklist posducha fue así: sí hacía espuma y sí dejaba el pelo limpio. Por supuesto, los estándares de espuma no son los mismos que con su contraparte líquida, por lo que hay que hacer ahí un leve ajuste de expectativas.
En cuanto al almacenamiento, el que compré afortunadamente vino con una cajita metálica donde guardarlo. Lo que leí en internet es que se debe dejar secar antes de meterlo en un contenedor cerrado, ya que si permaneciera mojado podría crecerle moho. Esto pasaría simplemente por estar hecho con ingredientes naturales, sin químicos nocivos o preservantes que suelen añadirse al shampoo líquido. Lo ideal es dejarlo secar sobre una jabonera y, si se quiere, almacenarlo en un contenedor limpio y seco una vez que ya no parezca tener agua.
La segunda vez entré a la ducha con la seguridad de quien tiene su rutina dominada. Me confié, podría decirse. Al salir, noté que tenía el pelo un poco más pesado que la vez anterior. Y cuando se secó, sentía que había quedado con algo de residuos. Normalmente me lavo el pelo cada día por medio, pero esa vez tuve que lavarlo de nuevo al día siguiente porque no lo soportaba; lo sentía sucio y el cuero cabelludo un poco grasoso. Para el tercer intento, me aseguré de usar un poco menos de producto y de enjuagar bien mi pelo. En adelante, solo un par de veces más he sentido el pelo pesado tras lavarlo.
Es posible que esto de sentirlo no tan limpio me pase ocasionalmente porque llevo el pelo largo y tiene algo de textura, por lo que quizás hay rastros del producto que se podrían estar quedando entremedio. Quizás el shampoo sólido funcione aun mejor para personas que llevan el pelo corto, porque pueden tener más control sobre el enjuague. La textura probablemente es una variable a considerar también, ya que por supuesto no todos los pelos son iguales.
Una recomendación para quienes se animen a probar un shampoo sólido es quizás una tontería logística: sugiero comprarlo cuando les vaya quedando algo de su shampoo habitual todavía. Así pueden introducir el shampoo sólido gradualmente a su rutina hasta desfasar el líquido. Quizás una introducción progresiva es mejor para quienes tienen estándares más estrictos de cómo les gusta que les quede el pelo.
La verdad es que aún hay días en que vuelvo a sentir el pelo pesado después del lavado, pero no me molesta. Con estas columnas he aprendido a aceptar que cualquier cambio que haga en mi rutina va a implicar una curva de aprendizaje. El formato de un producto es una imposición de las convenciones de la industria y el mercado. Por costumbre, nos parece «normal» que el estado del shampoo sea líquido y al formato sólido lo percibimos como insólito o complicado. Pero resistirse a la conveniencia también puede ser liberador. Si no le hace daño al planeta (no genera residuos) y tampoco al cuerpo (es libre de químicos tóxicos), por qué no probarlo.
Sobre la duración no hay mucho que pueda decir aún, porque llevo solo un mes usándolo y no tiene pinta de haberse consumido mucho. El olor a rosas no se esfumó, sigue tan agradable como el primer día. Lo que sí puedo reconocer, en cuanto a su apariencia, es que conforme lo he ido usando las partículas interiores de mi shampoo se han ido separando ligeramente, por lo que ahora es una masa amorfa de color morado con puntos blancos. Siendo franca, esto no es estéticamente ideal para alguien que tiene tripofobia. Pero no es nada insuperable, solo no lo miro mucho cuando lo uso.
En adelante probablemente estaré probando otras versiones de shampoo sólido, quizás de la misma tienda y de otras marcas locales que he visto. De hecho, estoy entusiasmada con las alternativas, siento que se me abrió una nueva categoría de productos útiles (y ambientalmente responsables) a explorar.