Esta pregunta, que se ha tornado un debate importante entre consumidores y activistas de la moda sostenible, también ha estado presente en las conversaciones del equipo Franca. y no quisimos pasar la oportunidad de abordarlo.

Es indiscutible que las críticas sobre el impacto social y medio ambiental de esta industria suelen enfocarse en el fast fashion y en el modelo de economía lineal relacionado a su producción, así como a las malas condiciones laborales de quienes confeccionan las prendas.

Por ende, se ha establecido un paradigma en el que -en términos generales- la moda ética y sostenible, suele ser menos accesible. Ya sea por su fabricación, materiales, certificaciones y salarios, lo cierto es que las personas no dudan en afirmar que la ropa de este tipo se encuentra a precios mucho más elevados a los que el retail ofrece.

Lo anterior, ha significado que las críticas al fast fashion se interpreten como “apuntar con el dedo” a aquellos consumidores que por razones meramente económicas compran este tipo de moda, convirtiéndo el debate en un argumento que, en este contexto, termina siendo elitista.

Dentro de esa dicotomía, hay quienes postulan que existe otra opción: la compra de segunda mano. Sin embargo, esta alternativa queda contrapuesta por el grupo de personas que argumenta que en muchas ocasiones lo que buscan son prendas sin uso previo, como ropa interior, o simplemente algo nuevo.

“No digo que piezas hermosas de marcas de diseño no valgan lo que cuestan, pero están fuera del alcance de muchas personas, especialmente en este momento”, comentó al respecto Alden Wicker, Fundadora y Editora de ECOCULT. Sugiriendo que para que la moda sostenible no se considere elitista, la clave estaría en “brindar a las personas una opción: solo una opción asequible y linda que esté «bien» para que compren sin sentirse como un opresor o un asesino del ecosistema”.

Por otra parte, independiente de que la moda rápida esté relacionada a prendas desechables para continuar alimentando una producción masiva (que responde también a un sobreconsumo), también existen marcas de lujo que confeccionan grandes volúmenes de ropa, potenciando deseos de compras con cada colección cápsula y de temporada.

En la edición de 2022 del índice de sostenibilidad que presenta anualmente Business of Fashion, los 10 grupos de lujo más grandes del mundo superaron a los de las categorías de ropa deportiva y de streetwear, pero no por mucho. Prada Group, Capri y Richemont se ubicaron entre las 10 marcas con puntaje más bajo de la evaluación. En tanto, PUMA ocupó el primer lugar por sus avances en los objetivos propuestos para 2030.

Por otra parte, según un informe del Hot or Cool Institute y Rapid Transition Alliance (noviembre, 2022) en promedio, el 20 por ciento más rico del universo de consumidores de moda, tiene una huella de carbono 20 veces mayor que el 20 por ciento más pobre. 

Comprendiendo que el precio es una barrera real para acceder a una moda más limpia y justa, desde ese punto también se desprenden dos grandes reflexiones (que nada tienen que ver con apuntar con el dedo a quien no puede pagar más): ¿por qué aquellas personas que están en condiciones de costear slow fashion no lo hacen? y ¿cómo pueden las marcas encantar a esos consumidores, proponer nuevas narrativas en torno al consumo y al uso del vestuario?.

El paradigma de cantidad por sobre calidad a la hora de comprar sigue presente y aunque la moda sostenible tenga relación con una consideración por el impacto medio ambiental, social y económico a la hora de diseñar, producir, consumir y vestir, existe otro pilar que no debemos olvidar: la cultura. Observar, cuestionar y reflexionar en torno a nuestros hábitos de consumo y a la oferta de moda, resulta fundamental. 

Te invitamos a reflexionar sobre por qué compramos, cómo compramos, qué nos hace sentir, y continuar esta conversación en @francamagazine 

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