Concepción tiene 89 años y todas las mañanas después de desayunar, lustra su máquina de coser Singer a pedal. Levanta la mirada y sonríe cada vez que mira su diploma de Corte y Confección por la Academia de Artes Femeninas otorgado en 1949. Acomoda su escuadra de madera, se cuelga el centímetro en el cuello y empieza el día a las 7 de la mañana para entregar sus pedidos a tiempo.
En los últimos dos años la mesa de Concepción pasó de estar vacía a desbordarse de camperas, camisas, pantalones y faldas para hacerles pinzas, remendar y hacerle dobladillos. En un extremo apila algunos metros de seda fría azul y papelitos sujetos con alfileres que guardan las medidas de Martina junto a la fotocopia de un vestido que tomará de ejemplo para confeccionarle el de su fiesta de 15.
El desarrollo del auge de un consumo más responsable de prendas es resultado -en parte- del choque de las crisis económicas y ambientales, que invitó a los consumidores a replantearse el peligro de la industria fast fashion. En Argentina, las marcas locales apuestan a prendas duraderas con una alta calidad pero siguen siendo desplazadas por las prendas efímeras de importación; sin embargo, la inflación desmedida que golpeó a la industria de la moda creó una nueva cotidianidad: reparar prendas, analizar qué hay en el closet y usar prendas heredadas.
Concepción cose hasta el mediodía. Descansa dos horas para cocinar y almorzar. Mientras espera que hierva el agua de la olla le manda un audio a su nieta para desearle suerte en el parcial. Sabe que está nerviosa, intenta calmarla y le dice que le va a ir bien, que es una triunfadora. Tiene su esperanza puesta en ella, su primera nieta y la primera universitaria de la familia. La piensa con orgullo, la nena que ella crió y que está haciendo lo que le gusta, que pudo elegir qué quería hacer. Suspira y asiente. Concepción es modista porque fue lo único que pudo aprender después de que su padre la sacara del colegio y la mandara a limpiar pisos para ayudar a la familia. Cuando alcanzó la mayoría de edad entró a trabajar a Himalaya, la fábrica de tejidos, hasta que se casó. Crió a sus hijos, a sus nietas, atendió a su marido y nunca dejó de coser. Así se dio cuenta de cuánto amaba los textiles.
El oficio de modista se fue perdiendo con las renovaciones generacionales y el cambio de paradigma propiciado por la lucha de mujeres que a lo largo de la historia logró poder ocupar lugares antes negados. El acceso a la educación pública universitaria y el rompimiento de un único rol social para las mujeres nacidas, desplazaron el coser hacia disciplinas específicas como carreras de Diseño Textil e Indumentaria. Pero en la actualidad, la moda sostenible también llevó a las nuevas generaciones a indagar en el proceso de confección de prendas y a través de tutoriales y formaciones autodidactas, coser y transformar su propia ropa.
En el 2024 el apoyo a modistas todavía es escaso. Continúan relegadas de lo nuevo y las redes sociales no dejan de propagar el consumo de tendencias aún como símbolos de pertenencia social que son aceptados en una mayoría bastante amplia. Muchas de ellas utilizan este oficio para complementar los haberes mínimos de sus jubilaciones.
El valor de las modistas es transversal e incluso el eje de una mirada estratégica hacia el nuevo consumo de la moda. Por sus manos pasan todas las prendas que también compramos ya hechas, son parte de la historia de nuestra industria nacional y al mismo tiempo un eslabón clave para que ésta continúe funcionando. Al intervenir una prenda, dilatan su existencia. Puede así la ropa de calidad no solo cumplir su función sino formar parte de la construcción del estilo de la persona quien la viste como también adaptarse a las identidades, combinándolas con las tendencias actuales.
Las modistas nos enseñan la importancia del cuidado de las prendas y cuán fuertes tienen que ser las costuras para que podamos reconocerlas. También a elegir telas de calidad, a discutir nuestro consumo y cuál es la función de la ropa que nos gusta; nos enseñan qué textiles son los más adecuados para el frío, para el calor, para ir de excursión hasta la montaña; nos enseñan a leer el propio cuerpo para usar lo que nos haga sentir mejor. Cuando le llevamos la prenda a una modista no solo la pieza sana, muta o se arregla: aprendemos nosotros a mirar y elegir lo que vestimos con amor.
Por la tarde, Concepción deja de coser un rato y empieza a preparar café. En breve llega su nieta, la espera con emoción. Le pidió que la ayude a armar una escuela de Corte y Confección. Piensa en las chicas jóvenes que están sin trabajo y decidió darles una herramienta para poder vivir. Piensa que puede transmitirles el amor por la costura, enseñarles el patronaje, familiarizarlas con las tizas, las texturas y las cuentas matemáticas. Quiere dejar un legado que sea útil para otras. Pidió medialunas de manteca por delivery y las aguarda ansiosa mirando por la ventana: hoy seguramente ya elegirán el nombre de la escuela.
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