Abogar por empezar el día raspándose la lengua no es precisamente una tarea encantadora. Pero después de hablar de cepillarse la piel o tomar shots astringentes, me convencí de que lo vale, así que aquí estamos.
Usar un limpiador de lengua es una de esas cosas que quizás no parece necesaria hasta que, en algún momento de desocupación, uno decide mirar su propia lengua en el espejo. Esto, claro, solo conduce a darse cuenta de que seguramente podría estar más rosada y, por otro lado, a contemplar brevemente cuán peculiares pueden ser algunas partes del cuerpo humano si se piensan demasiado.
De hecho, así comenzó todo: una mañana cualquiera, después de cepillarme los dientes, miré mi lengua en el reflejo y me vi insatisfecha con el resultado. La quería más limpia. Me dispuse a buscar en internet técnicas simples para lavarla y descubrí los limpiadores de lengua.
Creo que por los comerciales de los cepillos de dientes que dicen incluir limpiadores de lengua en el dorso, al comienzo pensaba que las cerdas de mi cepillo de dientes de bambú podían hacer mejor ese trabajo. Pero tuve que reconocer que no lo hacían bien: no eran lo suficientemente firmes para limpiar una superficie tan blanda.
Los limpiadores de lengua, leí, son comunes en la medicina ayurvédica, donde se le da cierta importancia a la higiene bucal como posible indicadora de un estado general de salud en el cuerpo. Se supone que limpiarse la lengua ayuda a mejorar el sistema inmunológico y la salud digestiva, ya que sirve para remover una serie de toxinas y bacterias que se acumulan en la lengua.
Hay personas que incluso confían en que limpiarse la lengua puede ayudar a mejorar las capacidades de sus papilas gustativas. Y aunque ese es un efecto colateral que no me molestaría para nada, el razonamiento que me convenció fue que quizás era hora de pasar a un nivel más avanzado en mi limpieza bucal. Animar un poco mi rutina de cepillado de dientes con algo más intensivo, por qué no.
Esperanzada en las pequeñas audacias de la adultez, compré un limpiador de lengua de acero (los hay también de cobre) y empecé a ocuparlo. Para quienes no lo conocen, un limpiador de lengua es un artilugio metálico, en forma de una larga u, con dos manijas relativamente largas. Para usarlo, la idea es sostenerlo de ambas patas y apoyar la u sobre la lengua, con el fin de arrastrar hacia el frente de la boca cualquier residuo blanco que esté sobre la superficie.
Reconozco que lo que me interesaba era ver resultados inmediatos, y los vi: queda efectivamente más limpia y rosada.
Para limpiar la lengua, se recomienda raspar del fondo hacia adelante; primero, en todo el centro y, tras enjuagarse la boca, a los dos costados. Yo lo hago en la mañana, antes o después de lavarme los dientes (depende de si me acuerdo apenas me despierto o si caigo en cuenta mientras me los lavo). En ambos momentos funciona igual de bien.
Lo que sí aprendí la primera vez que lo hice fue que no tengo que mirarme al espejo mientras me limpio la lengua. Prefiero no ver lo que pasa ahí dentro. Pero eso ya depende del nivel de impresionabilidad de cada uno a primera hora de la mañana.