La primera vez que leí sobre el oil pulling fue en una entrevista a la actriz Shailene Woodley (Jane Chapman en Big Little Lies) hace un par de años. Me acuerdo de que Shailene decía que lo hacía en las mañanas, al despertarse, y que esta práctica la había ayudado a mejorar su salud oral y que la hacía sentir más equilibrada. Su argumento era que la placa dental no es hidrosoluble, mientras que sí se puede disolver en un lípido. Por eso, según ella, surgía la necesidad de removerla revolviendo un aceite por todo el interior de la boca.
Leyendo un poco más, me encontré con que el oil pulling proviene de la medicina tradicional ayurvédica, en India. Quienes defienden esta técnica sostienen que enjugarse la boca con un aceite ayuda a extraer las toxinas de la boca, lo que finalmente sirve para mejorar la apariencia de los dientes, pero también para mejorar la salud de las encías, reducir la inflamación en el cuerpo, deshacerse de bacterias dañinas, e incluso mejorar la salud en general, gracias a la eliminación de toxinas que se concentran en la boca, especialmente al dormir.
Los partidarios más fervorosos dicen que hacer oil pulling puede llegar a reducir las alergias, la fatiga y las migrañas, aunque se supone que no hay evidencia científica que lo respalde.
La técnica es medio escalofriante: implica meterse una cucharada (no cucharadita) de aceite de coco o de sésamo en la boca y enjuagarla ahí durante 20 minutos, de la misma forma en que uno lo haría con un enjuague bucal, cubriendo todos los dientes y cada rincón de las encías. Transcurridos los 20 minutos, la idea es escupir el aceite (para deshacerse de las toxinas) y, a continuación, cepillarse los dientes normalmente.
La gracia de esto es que se haga a primera hora de la mañana, al despertar, ya que la idea es eliminar las toxinas acumuladas en la boca durante la noche (por lo que perdería sentido hacerlo después de haber tomado desayuno, por ejemplo).
Ahora, reconozco que hace unos cinco años, yo solía hacer oil pulling habitualmente. Y no me parecía tan malo. Pero el primer día de mi reintento de oil pulling esta vez, me costó. Poner sobre la lengua una cucharada de aceite de coco sólido y sentir cómo se derrite lentamente es, francamente, la mejor parte. Una vez que el aceite está líquido, empezar a revolverlo por toda la boca es medio claustrofóbico. Pero después de un rato se vuelve más tolerable.
Lo que sí, a medida que pasan los minutos, el aceite va creciendo en volumen, ya que se junta con la saliva (y las toxinas, supuestamente) y, por haber crecido, se mueve más lentamente por el perímetro interno de la boca.
Mi primera recomendación sincera es hacer oil pulling sin mirar el reloj, porque 20 minutos se vuelven una eternidad. Si yo no hago alguna otra actividad mientras tanto, mi cerebro se centra en la imagen de las toxinas que estoy potencialmente haciendo bailar por toda mi boca, y eso no ayuda. Así que de repente leo mientras agito el aceite, otras veces preparo café o me hago un shot de cúrcuma. Un día incluso me metí a la ducha apenas me puse el aceite de coco en la boca, para tratar de distraerme con alguna ocupación productiva por mientras.
Supe, además, que al final no se recomienda escupir el aceite en el lavamanos, porque podría taparse si este se solidifica, por lo que ducharse podría ser una táctica para obligarse a uno mismo a mantener el aceite en la boca, por tener que esperar a salir de ahí para escupirlo. El internet dice que lo ideal es desecharlo en la basura, pero la simple idea me perturba, por lo que yo prefiero botarlo en la taza del baño. La clave es no tragarse el aceite nunca.
Mi segunda recomendación sincera es no enjuagarlo tan vigorosamente dentro de la boca. Es decir, no tratarlo como un enjuague bucal, porque se llega a triplicar en volumen con el movimiento y la idea tampoco es terminar con dolor de mandíbula.
Una opción sensata es probar haciendo oil pulling por cinco minutos los primeros días, diez minutos los siguientes y así, hasta llegar lentamente a 20. Tratarlo como una habilidad progresiva es la forma menos repelente de cumplir las dos semanas, que es el periodo en el que uno en teoría empieza a ver resultados.
A todo esto, la verdad es que no hay un momento en que uno concluye terminantemente que hacer oil pulling vale la pena. Es simplemente una sensación promedio en retrospectiva. Pero los dientes sí se sienten más limpios después del pulling y el cepillado habitual.
Lo que sí me he cuestionado, claro, es la obsesión cultural que tenemos con la salud oral, que a veces me parece un afán muy gringo. De hecho, estoy leyendo un libro que confirma que la obsesión con tener los dientes rectos y blancos se ultrapopularizó en los setenta en Estados Unidos.
De cualquier modo, creo que igual vale la pena intentar hacer oil pulling, porque –al igual que usar un limpiador de lengua– responde a una cosa muy anterior a la apariencia misma de los dientes: sentirse bien con uno mismo. Así sea por haberse deshecho de las toxinas de la propia boca, hidrosolubles o no.