I May Destroy You me tuvo pegada por semanas. La contemporaneidad y brutalidad de los personajes y diálogos, su fotografía y vestuario, ponen a esta serie de HBO en mi lista de “inolvidables”. Hace pocos días, Lynsey Moore, diseñadora a cargo del vestuario de la producción, afirmó en una entrevista que el look de cada personaje buscaba ser “único e icónico” y que su inspiración, en particular para construir los outfit de Arabella (Michaela Coel), se basa en su profundo amor hacia las prendas vintage y de segunda mano.
Amor que comparto. Y el cual, con el paso de los años, va cambiando. Como cualquier relación que se tiene con algo que nos apasiona. Desde pequeña, en la calle Lynch de Osorno, era una asidua buscadora de prendas usadas. Aún en mi memoria habita aquel sweater largo, color “café con leche”, que tuve por años. Hasta que mi estilo pachamámico y mi propia personalidad cambiaron, y mi ingreso a una universidad capitalina hizo que prendas del fast fashion, accesibles para una universitaria, fueran mi carta de presentación.
La renovación constante de las representaciones y nuestra relación con la moda y cómo la consumimos es un acto tan personal como la poesía. El cual, tiene todo el derecho a transformarse y viajar de orilla a orilla. A renovarse, a volver a cero y reconstruirse. Eso pasó conmigo y sigue pasando. Mi amor por el secondhand ha mutado. Desde comprar prendas y productos en una tienda de segunda sin necesitarlos y solo con la excusa de “lo barato”, hasta hacerme casi las mismas preguntas que me hago frente a un ítem nuevo.
Porque sino, ¿de qué estamos hablando cuando decimos que comprar ropa de segunda es sustentable? ¿Solo por el hecho de ser una prenda usada pierde su categoría de ser parte de la industria de la moda y por ende, su impacto?
No quiero desincentivar la adquisición de estos productos, al contrario, creo que alargar la vida de una prenda sí importa. Repararla, cuidarla y reusarla, una y otra vez, sí contribuye. Pero junto a Alana Rivero, buscadora de ropa vintage por más de 10 años y creadora de la tienda @mercadillovintage y Alexandra Cerezo, coordinadora de Fashion Revolution Guatemala y una de las creadoras del documental “Se abrió Paca”, a lanzarse este martes 8 de junio 2021, nos hicimos las preguntas anteriores en esta conversación y reflexionamos en torno a qué podemos exigirle a este mercado en continuo crecimiento.
No hay respuestas absolutas, pero sí algunas ideas que debemos desarrollar con perspectiva y contexto latinoamericano. Y desde esta vereda, exigir las mismas demandas las cuales hacemos hoy al retail, a las grandes marcas de moda y de lujo: transparencia, en las cadenas de suministro de los fardos (pacas); responsabilidad, con el producto que se ingresa de inicio a fin y medición de su impacto social y ambiental; y trazabilidad, ¿sabes el origen y los viajes que hizo la polera de segunda que compraste vía Instagram?
Gestión del residuo proveniente del secondhand
Buena parte de la ropa de segunda que circula en Chile, y en varios países de latinoamérica, tales como México y Guatemala, proviene de Estados Unidos y de Europa. Sólo a Chile, el año 2019, ingresaron 59 mil toneladas de ropa usada, según datos de ZOFRI S.A. y 39 mil se convirtieron en residuos textiles. ¿Y quién los gestionó? En parte, emprendedores y pequeñas empresas dedicadas a la reutilización de materiales en la Región de Tarapacá. Otra parte, terminó en un reducido “punto limpio” y ¿el resto? en algún vertedero y quema ilegal en pleno desierto.
Tal como explica Edgar Ortega, encargado de Medioambiente, aseo y ornato de la Municipalidad de Alto Hospicio, la cantidad de desecho textil ha significado un “tremendo dolor de cabeza” y una inversión en presupuesto anual considerable para paliar sus consecuencias. “La ropa [usada] no tiene disposición final autorizada en esta región. Entonces como no existe disposición, porque en los vertederos no se acepta, porque afecta la estabilidad del suelo, es que la gente la quema”.
Según Ortega, se debería exigirse mayor responsabilidad a ZOFRI S.A. ya que “son ellos los que dejan ingresar containers y containers de basura, de ropa, que proviene de Estados Unidos y finalmente, la vienen a tirar a Alto Hospicio. Nosotros hemos gastado millonadas en combatir incendios a lo largo de todos estos años y no hemos podido dar con los responsables”, explica.
Desde el Ministerio de Medioambiente, y según lo reportado por Moyra Rojas, Seremi de la Región de Tarapacá, se nos informó que desde el 2019 se está trabajando en la Secretaría Ejecutiva de Residuos (SER) el problema de los textiles, el que “arrojó un diagnóstico e identificación de los microbasurales (entre ellos de textiles) en Iquique y Alto Hospicio. Durante 2020, comenzó a funcionar una mesa de erradicación de microbasurales liderada por la Seremi Medio Ambiente, municipios y servicios relacionados, y se está preparando un proyecto para ser presentado a financiamiento del Fndr, dado que la magnitud de los microbasurales identificados por la SER, exceden las capacidades de los municipios”.
Además, agregaron que siguiendo una línea con la lógica de la economía circular, “la Seremi de MMA junto a la ZOFRI S.A. acordaron con los usuarios que hagan disposición de los residuos textiles a la empresa local Ecofibra, la que recicla residuos textiles para generar paneles de aislación térmica”.
Hoy, los fardos cargan toneladas de prendas del fast fashion y es ahí donde reside uno de los problemas. La baja calidad de los materiales para su producción, hace que muchas prendas durante el viaje y la presión a las que son sometidas, lleguen en malas condiciones y terminen siendo basura.
Por lo tanto, no es suficiente que se delegue a las empresas privadas la responsabilidad del manejo del residuo textil, sino que debe ser un trabajo mancomunado entre el Estado, por ejemplo, con el ingreso a la ley REP (Ley de Responsabilidad Extendida del Productor) de este tipo de residuos, con la construcción de un relleno sanitario que ha estado por años en discusión y que al parecer vería la luz en los próximos meses. Además de una mayor fiscalización y el reevaluar el ingreso de esta enorme cantidad de fardos a territorio nacional.
Camila Márquez, ingeniera ambiental concuerda con todo lo anterior y suma un factor clave: la conciencia social y de consumo. “Lamentablemente en Chile no se reconoce el impacto de la ropa usada. Porque a nivel nacional tampoco se evidencia ese impacto. En la Zona Franca sí se evidencia porque llegan los fardos […] a nivel nacional los estudios que se han hecho de análisis económicos […] evidencian que no hay una problemática y que por eso, no fue considerada dentro de la ley REP”.
¿Y qué podemos hacer en esta encrucijada?
Primero, ocuparnos de entender e informarnos que no hay solución perfecta y que nuestra ropa siempre tendrá un impacto. La sostenibilidad en la moda no se basa tan sólo en crear en base a mejores materialidades, tipos de telas, certificaciones, circularidad o prácticas con menor impacto ambiental y social. La sostenibilidad y sustentabilidad se trata de relaciones vivas. Las que siguen existiendo y perpetuándose mientras un producto, sea nuevo o usado, continúe ocupando un espacio físico dentro del sistema.
Por lo tanto, hacernos cargo de lo que tenemos y de lo que llega a nuestras manos de forma consciente, optando por ropa de segunda “kilómetro cero”. Como por ejemplo, preferir la oferta de productos de las tiendas solidarias o de pequeñas marcas emprendedoras que transparentan el origen de sus prendas. O de Ecocitex quien recibe, vende y reutiliza prendas y tiene como misión terminar con el residuo textil en Chile. El intercambiar, arrendar, reparar y preferir el upcycling, son algunas de las tantas opciones.
Cuál es el #OrigenDeMiRopaUsada debería ser nuestro nuevo hashtag, ¿no crees?