De la primera vez que menstrué, recuerdo la incomodidad de llevar en el calzón una toalla higiénica. Sentía que mi forma de caminar cambiaba, y eso evidenciaba que “andaba con la regla”. Por algún motivo sentía que nadie debía saber.
Recuerdo que mi mamá le compartió este “hito” con cierta alegría a mi padre —andábamos de viaje los tres— mientras yo me sentía algo avergonzada. Luego, de dar la “nueva noticia”, salimos a caminar y disfruté junto a mi madre nuestro primer capuchino italiano, que sin saberlo, se transformó en una especie de tradición entre nosotras dos.
De ahí en adelante, comencé a asociar mi menstruación a conceptos negativos. En mi mis primeros años como ser menstruante, fui una de aquellas que sufría de intensos dolores cuando llegaba el día, al punto de tenerme que ausentarme del colegio. Pasaba días en cama con guatero y ácido mefenámico, ¿paseo o salidas? ¡de ninguna manera! ni pensar en ir a la playa. Para mí, menstruar era sinónimo de pasarlo mal.
A causa de ello, visité una consulta ginecológica a temprana edad y el uso de pastillas anticonceptivas fue mi salvación para los dolores y reglas abundantes. Nunca me informé en mayor profundidad sobre la naturaleza de los ciclos, y los efectos adversos a largo plazo que podrían tener las píldoras que consumía diariamente.
Hoy, tenemos más conciencia de que es necesario desestigmatizar la menstruación, además de hablarse más sobre cómo el ciclo menstrual representa una señal vital de la salud. Pero, para ese entonces, no era un tema de discusión ni para hablar encima de la mesa.
El tiempo iba pasando y yo creciendo, y el menstruar adquirió otro sentido: el no estar embarazada. Y como no buscaba tener hijos, que me llegara la regla fue convirtiéndose más en un “alivio” que en el dolor físico de la adolescencia. Pese a que mi relación con mi periodo cambiaba, hay algo que se mantenía sin hacerlo: seguía sin recibir ni buscar mayor información sobre lo importante que es conocer los ciclos, ni menos sobre los efectos de consumir —por años— medicamentos con hormonas.
Y el tiempo no se detiene, ni yo tampoco. Y la edad adulta llega y con ella la etapa quizá más traumática: menstruar cuando buscas embarazarme. Estando diagnosticada como una mujer “joven y sana”, siempre tuve la convicción de que quedaría embarazada de forma rápida. Aunque estadísticamente una pareja puede demorar alrededor de un año en conseguir un embarazo, cada mes que me llegaba la regla, venía acompañada de frustración, tristeza y preocupación.
Transcurrido ese año, con mi pareja comenzamos un proceso de tratamientos de reproducción asistida, los cuales no tuvieron los resultados esperados. Por lo tanto, durante ese largo periodo, ver que sangraba era más doloroso que nunca. Menstruar se convirtió en el mensaje de un sueño no complido, de un cuerpo que no respondía como yo quería y de tanto más.
En el camino, comencé a preguntarme ¿por qué un proceso biológico natural que me ha acompañado por tanto tiempo como un enemigo y ahora, por primera vez, decido (re)educarme desde una forma más amorosa con él?
Este camino de reconciliación me ha permitido mucho. Desde reemplazar los tampones o toallas higiénicas desechables por calzones menstruales más sostenibles, hasta aprender a reconocer síntomas de ovulación. Descubrí, por ejemplo, la increíble asociación entre las fases lunares y los ciclos menstruales, y comencé a relacionarme con este tema fuera del tabú que ha sido por años.
Hoy, pongo mayor énfasis en escuchar lo que mi cuerpo requiere. Si tengo dolores menstruales, menos energía o algo de desánimo ¡lo dejé de ver negativo, y lo abrazo como algo normal! y me doy el día libre. Punto. Si bien, tengo la fortuna de trabajar de forma independiente y generar esos espacios de pausa con mayor facilidad, poco a poco salen a la luz prácticas empresariales como el “Día de la Menstruación” de Uma Roots, una iniciativa pensada para recuperarnos y descansar, sin sentirnos juzgadas durante un proceso totalmente natural.
Sin duda, aún queda mucho por avanzar (a nivel social, legislativo y personal) pero saber que cada vez hay más espacios de conversación, más formas de vivir una menstruación consciente y productos para sentirnos más libres, así como más mujeres en esta misma sintonía, me motiva muchísimo para continuar este camino de reconciliación y conectar con mi naturaleza cíclica de forma compasiva.