Cuando vine a vivir a Chile hace tres años, me tomaron desprevenida tres de las cuatro estaciones. Sabía que llegarían, claro, y de qué iba cada una, pero tenía poca experiencia práctica con la vida estacional.
Así que cuando pasé el primer invierno (nieve), la primera primavera (alergias) y el primer verano (deshidratación), supe que tenía que buscar una solución casera para sentirme mejor los días que amanecía congestionada y medio confundida. Me rehusaba a normalizar la sensación de tener la garganta reseca, la nariz sensible, el cuerpo más lento y, sobre todo, la mente nublada.
La idea de tomar un shot de cúrcuma al día probablemente salió de algún blog al que llegué buscando formas factibles de desinflamar las mucosas del cuerpo y de fortalecer naturalmente el sistema inmunológico. Algunos recomendaban tomarlo a primera hora de la mañana, otros, en la noche. Y en las recetas también había variaciones: agua helada versus agua caliente; de coco o natural; con cúrcuma y jengibre o solo con cúrcuma; en polvo o fresca.
Entre tantas opiniones, decidí que mi shot no podía tener más de cuatro ingredientes porque sé bien lo que pasa cuando una receta lleva elementos que no tengo en la casa: juro que no puedo hacer una cierta preparación sin ir a comprar el único componente que me falta.
Así que opté por prepararlo con tres cosas que sabía que tendría siempre en la cocina: media cucharadita de cúrcuma en polvo, una cucharada de vinagre de sidra de manzana y el jugo de medio limón. El chorrito agua que lleva, resolví, sería tibia.
El resultado de mi brebaje fue un líquido amarillo brillante de un olor mordaz –tiene vinagre después de todo–. Así que me aguanté la respiración y me lo tomé de golpe. El regusto que me dejó fue escalofriantemente agrio al principio, pero pasó rápido con un vaso de agua.
Después de tomar el shot esa primera vez, me hice el desayuno y seguí con mi día. Y así lo empecé a hacer cada vez que amanecía congestionada. Me lo tomaba apenas levantada, antes de comer o tomar cualquier otra cosa (incluso antes de lavarme los dientes, porque la menta de la pasta de dientes hace que el sabor del vinagre irradie por la boca).
Al principio sentía que lo necesitaba casi todos los días y, eventualmente, unas tres veces por semana. Hasta que no volví a amanecer tan congestionada.
Por estos días, tomo un shot de cúrcuma en las mañanas que me siento algo cansada o a punto de caer en un resfrío. Y estoy convencida de que el 90 por ciento de las veces amanezco menos congestionada tan pronto como al día siguiente.
Sigue sin ser precisamente la bebida más apetitosa, claro. Digan lo que digan, al olor uno no se acostumbra. Pero vale la pena.
Incluso, a veces, para no aburrirme, pruebo añadiendo algún nuevo ingrediente. En invierno, le echo jengibre rayado porque suelo tenerlo en el refrigerador en esa época, y lo preparo con el agua un poco más caliente que tibia. En primavera, quizás le agrego canela si tengo ganas de algo más aromático. Ahora en verano, de repente le pongo una pizca de pimienta o ají en polvo si quiero un golpazo de energía.
Y los días que no me siento lo suficientemente valiente para soportar el sabor, le echo un chorrito extra de agua. Porque, así como me rehusaba a vivir con congestión, ahora me niego a ver mi ocasional shot desinflamante como un suplicio.