Vestir para ganar: La moda en las campañas electorales

por | Ago 8, 2024

Un poderoso lenguaje que no necesita ser hablado.

En la arena política, cada detalle cuenta. Los discursos y las promesas son esenciales, pero en la era de la imagen y los medios de comunicación, la moda ha emergido como un elemento clave en las campañas electorales. No es solo una cuestión de estilo; es un lenguaje visual que comunica poder, autenticidad y, en muchos casos, rebeldía.

A lo largo de la historia, la moda ha desempeñado diversos roles: desde una declaración personal, y un medio de protesta hasta una manifestación de los valores predominantes en la sociedad. Si bien, la intersección entre moda y política no es un fenómeno reciente, su relevancia ha aumentado de manera exponencial con la llegada de la televisión y las redes sociales.

En el contexto actual, tanto políticos como asesores reconocen el impacto significativo que tiene  la apariencia en la percepción pública y, por ende, en los resultados electorales. La elección de la vestimenta puede potenciar mensajes de confianza, competencia, cercanía o autoridad, moldeando así la imagen que proyectan ante el electorado.

Power Dressing: Feminidad “controlada”

La famosa diseñadora de vestuario Edith Head solía decir que “una persona puede conseguir todo lo que se propone en la vida si se viste para conseguirlo”. Es bajo esta concepción que nace el fenómeno del power dressing, aspecto crucial en la intersección entre poder, política, autoridad y vestimenta.

Nacido en la segunda mitad de la década de 1970 y consolidado en la década de 1980, el power dressing o vestimenta poderosa emergió como una tendencia de moda destinada a empoderar a las mujeres en entornos profesionales y políticos tradicionalmente dominados por hombres. Este estilo buscaba atenuar la supuesta «inherente sexualidad» del cuerpo femenino, permitiendo así a las mujeres ganar mayor autoridad y respeto en el lugar de trabajo.

Para lograr este propósito, se establecieron ciertas directrices, una de las cuales se refería a la vestimenta que las mujeres debían adoptar en el entorno laboral. Este atuendo consistía en un traje de dos piezas que buscaba evocar el vestuario masculino, incluyendo chaquetas con hombreras, suéteres de cuello alto y faldas hasta la rodilla. 

Solo cuando un número suficiente de mujeres lograron consolidar su liderazgo en el ámbito profesional fue posible renovar el traje femenino: ya no se trataba de imitaciones feminizadas de las prendas profesionales masculinas, sino de trajes diferentes en cuanto a tejido, corte, color y accesorios, que ayudaban a las mujeres a mostrar tanto su autoridad como su feminidad. 

Una gran exponente del power dressing fue la ex-primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, también conocida como la Dama de Hierro, cuyo estilo se caracterizaba por trajes de falda larga con hombros anchos, blusas con lazos en el cuello, un bolso Asprey y su famoso collar de perlas.

Margaret Thatcher Créditos: Vogue.com.uk

Con el paso de los años y la creciente presencia de las mujeres en esferas tradicionalmente masculinas, el concepto power dressing comenzó a evolucionar. La vestimenta y accesorios dejaron de ser elementos meramente para convertirse en herramientas estratégicas para alcanzar puestos de liderazgo y poder. 

El traje que cambió el rumbo de la historia 

La vestimenta de poder está estrechamente vinculada con la comunicación no verbal en las campañas electorales, que implica la transmisión de mensajes y emociones sin palabras a través de gestos, expresiones faciales, posturas, tono de voz, contacto visual, vestimenta e inclusive el maquillaje. Este último elemento desempeñó un papel crucial en las elecciones presidenciales estadounidenses.

Considerado uno de los debates más relevantes de la historia, el encuentro televisado entre el candidato republicano Richard Nixon y su oponente John F. Kennedy en 1960 sigue siendo, hasta el día de hoy, un ejemplo ilustrativo de la importancia de la vestimenta.

Kennedy (a la izquierda) y Nixon (a la derecha) en el debate presidencial de 1960.

Nixon con un aspecto pálido por su negativa a ser maquillado y un traje gris claro que se mimetizaba con el fondo del estudio de televisión, contrastaba notablemente con Kennedy, quién lucía bronceado y vestía un traje oscuro que lo hacía resaltar en pantalla. 

Este detalle tuvo un efecto significativo en la percepción pública: los espectadores de televisión vieron a Kennedy como el claro ganador del debate, mientras que los oyentes de la radio consideraron a Nixon como el vencedor. 

El impacto de esta percepción visual se reflejó en las urnas , ya que, unas semanas después John F. Kennedy se convertiría en el presidente 35° de Estados Unidos.

Estética coherente con el mensaje 

El carácter simbólico que posiciona a la vestimenta y los accesorios como eficaces transmisores de mensajes políticos no se limita a las campañas electorales; los colores y estilos seleccionados pueden evocar asociaciones particulares y reforzar los mensajes políticos, tanto en el período previo a la campaña como en su fase post-electoral.

Un ejemplo notable es Joschka Fischer, uno de los fundadores del Partido Verde de Alemania. En 1982, Fischer asumió el cargo de ministro de Medio Ambiente del estado de Hesse vestido con unos simples jeans y zapatillas, una elección estilística que subraya el espíritu antisistema y ambientalista de los Verdes.

Joschka Fischer asumiendo como ministro del Medio Ambiente.

Esta tendencia también se ha replicado en América Latina, con el actual presidente de Chile, Gabriel Boric. 

Durante su campaña y en su toma de posesión, Boric se destacó por abandonar la corbata, un gesto que buscaba representar un aire fresco, juventud y novedad. Desde su debut como diputado en 2014, el político se ha negado a usar corbata, lo que le llevó incluso a ser llamado a la Comisión de Ética por romper el protocolo. 

En una entrevista con BBC Mundo, el joven presidente indicó que aceptar usar corbata sería «simbólicamente renunciar a su esencia», percibiendo en ella un signo de disciplinamiento y homogenización por parte de una élite cerrada. Su elección de un estilo personal auténtico culminó en su ceremonia de toma de posesión, donde apareció con un traje azul marino y una camisa celeste, sin corbata, demostrando una vez más que la moda puede ser un símbolo de disrupción y transgresión.

Gabriel Boric asumiendo como presidente de Chile, junto al ex mandatario Sebastián Piñera.

Arma de doble filo 

​​Los asesores y equipos de comunicación, conscientes del impacto que la vestimenta puede tener en la imagen de un candidato, trabajan meticulosamente para crear una estética que transmite confianza, seguridad y cercanía con los votantes. No obstante, esta estrategia no siempre se lleva a cabo con éxito y puede convertirse en un arma de doble filo, como se evidenció con la ex primera dama de Estados Unidos, Melania Trump.

En 2018, Melania visitó un centro de detención de inmigrantes, en su mayoría niños separados de sus padres en la frontera con México, resultado de una política implementada por su esposo, el entonces presidente Donald Trump. 

Para esta ocasión, eligió una chaqueta de Zara con el mensaje en la espalda: «I don’t really care, do you?» («Realmente no me importa, ¿y a ti?»). 

La elección de esta prenda desató una ola de críticas, obligando a la portavoz de la primera dama, Stephanie Grisham, a aclarar que no había intención de transmitir un mensaje oculto. Sin embargo, esta explicación no logró aplacar la controversia, que se desató en uno de los momentos más álgidos de la política anti-migratoria de la administración Trump.

Melania Trump y la chaqueta utilizada para visitar los centros de detención de inmigrantes . Créditos: Sky News

En el escenario político contemporáneo, la moda se erige como un potente aliado en la comunicación de los mensajes electorales. Cuando los políticos no pueden expresar sus opiniones de manera directa, sus atuendos se convierten en una extensión de su discurso.

Así, la vestimenta no solo adorna a los candidatos, sino que también amplifica sus mensajes, constituyéndose en un componente esencial de su estrategia. 

En la política moderna, el lema «vestir para ganar» trasciende el eslogan para convertirse en una realidad tangible, en la cual el estilo y la presentación juegan un papel crucial en la definición del éxito electoral.

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Periodista de profesión, pero comunicadora de alma. Apasionada por las letras y la historia. Busco utilizar la moda como herramienta de memoria colectiva, transformándola a su vez en un agente de cambio para las generaciones venideras. @sofialvarezr

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