¿Qué es?
La estética del mundo occidental está dominada por los ideales griegos de belleza, simetría, precisión y proporción que derivan de la afinidad por lo matemático y la búsqueda de la invencibilidad y la perfección. En la filosofía y sabiduría japonesa, en cambio, los ideales estéticos provienen de un respeto por lo pasajero, frágil, modesto y ligeramente ‘defectuoso’.
No existe una traducción exacta para el término wabi sabi (侘寂). Se refiere a la belleza de lo impermanente, rústico e imperfecto. Pone en valor las marcas de edad y las características individuales de los objetos, y propone que el ideal estético no es lo intachablemente pulido, sino la nobleza de lo natural. Una grieta en una cerámica, según esta filosofía, se debe celebrar e incluso resaltar en lugar de esconderse o disimularse, ya que las peculiaridades de un objeto lo dotan de un carácter único y meritorio. Así, el arte del kintsugi evoca justamente los principios del wabi sabi, al igual que la ceremonia japonesa del té.
¿Cómo aparece el término?
La historia del término wabi sabi está íntimamente vinculada al budismo y su filosofía, que invita a aceptar y reconciliarnos con nuestra naturaleza transitoria e imperfecta. Se dice que en Kyūshū, Japón en el año 1191, un monje regresó desde China con planes de crear el primer templo budista zen del país, habiendo reconocido que la filosofía zen ofrece un sistema filosófico complejo que presenta la naturaleza con sus patrones y ciclos constantes de vida como posibles formas de entender, en la meditación, nuestra propia transitoriedad y fugacidad.
La filosofía zen está en la base intelectual del wabi sabi. En ella, hay siete principios estéticos para acercarse al wabi sabi: kanso (simplicidad), fukinsei (asimetría o irregularidad), shibumi (belleza en lo sutil), shizen (naturalidad sin pretensión), yugen (gracia tenue), datsuzoku (libertad), seijaku (tranquilidad).
En el siglo XIV en Japón, los términos wabi y sabi empezaron a adquirir una connotación más positiva que la que solían tener. Originalmente, wabi se refería a la miseria y soledad de vivir en la naturaleza sin contacto humano, y sabi significaba frío y debilitado. Pero a partir del siglo XIV empezaron a tomar su significado actual: quietud, discreta melancolía, simplicidad rústica (wabi), y la serenidad que viene con la edad, la nobleza del uso y el paso del tiempo (sabi).
¿Qué lo hace interesante?
La sabiduría atemporal del wabi sabi es relevante para abordar la vida moderna, que está progresivamente más centrada en la productividad y el materialismo. Sabemos que la búsqueda de la perfección en las posesiones, relaciones y logros conlleva estrés, ansiedad, dureza y bloqueos. Por tanto, el wabi sabi es una invitación a enfocarnos en los gustos reales del día a día, más que frustrarse persiguiendo la inexistente perfección. Su filosofía es un llamado a una pausa, muy alineado con los principios de una vida slow. Es aplicable a los momentos simples de la vida diaria, ya que encuentra belleza en espacios humildes, actos sencillos y lugares normalmente pasados por alto por la mirada estética occidental.
El wabi sabi está profundamente apoyado sobre la idea de que menos es más, pero, a diferencia del minimalismo, abraza la calidez de los objetos procedentes de la naturaleza más que las líneas angulares, la frialdad material o la escasez compulsoria con las que este último se asocia.
También tiene su valor en cuanto a las relaciones humanas. La aceptación de las inconsistencias en la forma de un objeto o espacio puede ayudar en la delicada y necesaria tarea de reconocer –y hasta aprender a apreciar– las imperfecciones de las cosas y personas que nos rodean, y de nosotros mismos. Hay un aspecto liberador en el wabi sabi: la calma que aparece con la sensación de aceptar la realidad, sin esconder sus defectos. Más que un término estético enfocado puramente en los aspectos superficiales, es una forma de encontrar placer en lo auténtico.